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La vida de “single” o tras una separación… ¿es incompleta?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 12/11/20

Es mi corazón el único que juzga si mi vida es o no completa

Para Jesús no hay vidas incompletas. Todas están completas y están llamadas a ser plenas. Pero yo a menudo me he preguntado si hay unas vidas más completas que otras.

¿Qué es lo que determina que una vida sea completa y que otra no lo sea?

Una persona soltera decía el otro día con mucha fuerza y pasión: “No existen vidas incompletas”. Lo decía feliz, con paz en el alma. Me impresionó.

A veces uno cataloga las vidas de los hombres. Aquel que se ha casado y tiene una familia estable en el tiempo. Con hijos, nietos y fidelidad. Aquel que ha seguido el llamado de Dios a un camino concreto.

Y uno piensa desde fuera que son vidas completas, plenas, felices.

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Y otras vidas, las de aquellos que no se casaron, las de los que se divorciaron o quedaron viudos en el camino, esas vidas parecen incompletas.

Como si Dios cortara la trama con la que tejían su vida y los dejara abandonados en medio del camino, sin poder llevar a buen fin lo que soñaban, lo que pensaban que Él les había prometido.

¿Un solo camino?

Pareciera que el mundo ha determinado que hay un único camino para disfrutar una vida completa. Como si la única forma fuera tener una familia estructurada, armada, armónica.

Una familia con hijos, con padre y madre, con abuelos, con valores. Con abrazos y cariño. Una familia sólida, estable.

Parece entonces que el resto de las vidas están incompletas. Una mujer separada, una madre soltera, una persona que no se casa, un viudo, un huérfano abandonado.

Es como si sus vidas fueran incompletas. Les falta algo externo que todos pueden ver. Algo visible desde el exterior. Es como si el juicio de una vida completa lo dieran los de fuera, los que juzgan, los que salvan o condenan.

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Me recuerda a esos miembros del sanedrín judío que determinaban con la ley de Dios en la mano lo que estaba bien y lo que estaba mal, lo que se correspondía con la justicia de Dios y lo que estaba fuera de ella.

¿Quién lo decide?

Hace tiempo me he preguntado si mi vida era completa. Elegí una vocación y seguí la llamada de Dios. Desde fuera unos dirán que el sacerdocio es algo completo. Otros mirarán con ojos críticos y dirán que no, que le falta algo para ser completo.

Con el paso del tiempo he llegado a la conclusión que es mi corazón el único que juzga si mi vida es o no completa. Y en realidad, siempre va a carecer de algo.

Algo falta, algo no tengo, algo me hace incompleto. Mi corazón sueña con un infinito que no sé imaginar, con un amor eterno que no concibo. ¿Puedo aun así ser completo?

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Cristina Conti | Shutterstock

Dentro de los límites de mi alma, dentro de las carencias de mi cuerpo torpe, puedo decir que mi vida es completa, plena.

Y lo es no a los ojos de los hombres, sino cuando la miro con los ojos de mi corazón. Mi vida es completa. Y puede ser completa la de esa viuda o esa mujer separada o esa madre soltera que eligió ser madre.

Claro que desde fuera me dirán que falta un padre, o una madre, o un equilibrio, o una estabilidad. Y puede ser. Pero yo no juzgo si las vidas de los demás son completas o no.

Si ellas creen que la suya lo es, lo será. Sólo Dios y ellos lo saben. Yo no puedo juzgar, ni condenar, ni decir que no es así lo que ellos sienten muy dentro de su corazón.

¿Cómo puedo yo condenar lo que otros viven o eligen cuando es Dios el que salva? Guardo silencio porque soy dueño de mis silencios y esclavo de mis palabras.

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Kristina Flour, Unsplash

Yo no soy el que decide lo que está completo. Sólo sé que mi vida es completa para Dios. Porque Él me llama a descansar en su corazón, en el camino que pone ante mis ojos.

Una vida imperfecta

No es todo perfecto, no todo está acabado. Recorro una vida imperfecta, inacabada, finita y sueño con la vida eterna.

En este mundo Él ha puesto entre mis manos unos días frágiles en los que me invita a ser fiel. Quiere que me entregue siempre hasta el final, dándolo todo.

Pero no quiere que me considere menos que otros porque no se dieron las condiciones en mi camino tal como yo esperaba y no ocurrió lo que esperaba.

No quiero tener que encajar en los moldes que me ofrecen como posibles. Yo soy original. Tengo una forma y un camino, una vocación y una manera de amar y darme.

En los límites con los que me confronto mi vida es plena, Jesús la hace plena. Lo único que me pide es que sea fiel, que me entregue, no que todo encaje en mi camino y todo resulte como yo u otros esperaban.

Una entrega perfecta

El padre José Kentenich les decía a los jóvenes al comienzo de su sacerdocio:

Me pongo a completa disposición de ustedes, con todo lo que soy y lo que tengo: con lo que sé y lo que no sé, con lo que puedo y con lo que no puedo, pero sobre todo con mi corazón”[1].

Así es la forma de vivir que deseo. Estoy llamado a darme por completo, a amar hasta el extremo, a ser fiel en medio de las penumbras y dificultades, a seguir trabajando cuando esté agotado, a seguir amando aún cuando sea rechazado.

Dios no quiere que haga las cosas a medias. Lo único que quiere que sea completo en mí es la entrega de la vida y del corazón.

Me doy por completo, pongo mi corazón completo a disposición de los míos. No tengo miedo a perder. Asumo el riesgo.

Lo demás es secundario.

Si no encuentro a la persona soñada, si se acaba mi vida ideal antes de lo que pensaba, si mis hijos no son lo que yo esperaba, si no logro formar una familia perfecta, si no logro elegir esos caminos que otros valoran más, si no tengo logros que merezcan la pena ser contados. Si pienso que los demás juzgan mis fracasos, mis caídas, mis elecciones y le ponen un adjetivo que las descalifica.

No importa.

A los ojos de Dios mi vida sigue siendo completa aunque el juicio de los hombres parezca invalidarlas. La mirada de Dios es la que me importa.

Es su mirada la que me sostiene en la entrega. No me fijo en lo que los demás esperan. Sigo adelante. Estoy completo para Dios.




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