Carl Anderson destaca la aportación del fundador de los Caballeros de Colón con motivo de su beatificación En su informe anual pronunciado en la Convención Suprema de los Caballeros de Colón este verano, el caballero supremo Carl A. Anderson afirmó que, a través del genio espiritual del padre Michael J. McGivney, los Caballeros de Colón “se convirtieron en una forma para los hombres católicos de transformar amigos en hermanos, hermanos que se cuidan mutuamente”.
Durante los preparativos de Anderson y los Caballeros para la beatificación, este sábado 31 de octubre, del padre McGivney, el caballero supremo radicado en New Haven (Connecticut, EE.UU.) dedicó algunos minutos a hablar con Aleteia sobre el significado de este hito -para él personalmente, para los Caballeros y para la sociedad.
Anderson es el funcionario ejecutivo principal y presidente de la junta de la mayor organización de servicios fraternales para familias católicas del mundo, que cuenta con casi 2 millones de miembros.
Antes de convertirse en caballero supremo en 2000, desempeñó una serie de cargos en la vida pública y en la Iglesia.
Trabajó como asistente especial para el presidente Ronald Reagan y Director de la Oficina de Enlace Público de la Casa Blanca. Más tarde fue miembro de la Comisión sobre Derechos Civiles de EE.UU.
De 1983 a 1998, Anderson fue profesor visitante de derecho familiar en el Instituto Pontificio Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia y la Universidad Pontificia Lateranense en Roma.
En 1988 se convirtió en vicepresidente fundador y primer decano de la sesión de esta escuela de posgrado de teología en Washington, D.C., que hoy se encuentra en la Universidad Católica de América.
Es autor del éxito editorial del New York Times, Una Civilización del Amor: Lo que todo católico puede hacer para transformar al mundo, y otros libros.
En el Vaticano, ha sido miembro de la Academia Pontificia para la Vida y del Consejo Pontificio para los Laicos y para la Familia.
Cuéntenos cómo llegó a conocer al padre McGivney a lo largo de los años como católico, como caballero y como caballero supremo. ¿Qué efecto ha tenido la devoción a él en su vida y la de su familia?
Mi relación con el padre McGivney se ha vuelto más personal y profunda a lo largo de los años rezándole. Diría que, a estas alturas, ya es casi como un miembro de la familia.
Y especialmente con la responsabilidad del liderazgo de los Caballeros de Colón —en cierto modo, su organización—, recurro mucho a él, ya sea a la hora de tomar decisiones o cuando tenemos que hacer elecciones difíciles, para pedir su intercesión y reflexionar sobre lo que él haría.
Sin duda, el padre McGivney se preocupa profundamente por la vida familiar, así que, como vimos en el milagro del bebé de la familia Schachle, diría que es una parte importante de nuestra vida de oración aquí.
Además, viendo lo que hacemos con la renovación de parroquias, la renovación del sacerdocio en este país y el entusiasmo por reabrir tantísimas de nuestras parroquias tras esta pandemia, una vez más el padre McGivney es ciertamente inspirador como párroco ejemplar.
Y ha inspirado a muchísimos de nuestros sacerdotes capellanes y sacerdotes miembros, un hecho muy alentador también.
Por último, el padre McGivney falleció como muchos estadounidenses lo han hecho durante esta pandemia, ya que fue víctima de una pandemia en 1890 —la llamada pandemia de la gripe rusa o gripe asiática—, así que hemos visto con gran angustia a nuestras familias sufriendo del mismo modo que él.
Tenemos a alguien a quien recurrir que realmente tiene una comprensión personal de cómo es esto.
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Así que creo que en todos estos aspectos ha supuesto una enorme diferencia en nuestras vidas.
¿Qué significa para los Caballeros de Colón que ahora sea beatificado?
Muchísimos de nuestros miembros tienen una devoción muy fuerte al padre McGivney, así que el hecho de que se dé este tremendo paso quizás sea como un gran estímulo del Cielo.
También creo que es una validación de su llamado al laicado a vivir una vida comprometida con la caridad, la unidad y la hermandad.
Si lo pensamos, las grandes órdenes de la Iglesia católica, ya sean los franciscanos o los dominicos o los jesuitas o los benedictinos, todos sabemos lo que implican: son hombres que han pronunciado unos votos y viven su vida de acuerdo a ellos.
Pero ¿dónde están los laicos? ¿Dónde está el laico que tiene que trabajar en el mundo, que tiene que ser activo en su parroquia, que tiene que sostener a su familia?
Aquí está el padre McGivney, con una hermandad para laicos en el mundo, con una familia y un camino de discipulado en torno a la caridad, la unidad y la hermandad.
Así que eso es un avance enorme y creo que ha cambiado millones de vidas de hombres católicos en Estados Unidos y en todo el mundo, en Canadá, en México y en otros lugares.
Creo que esto ha sido parte de lo que significa esta beatificación: una validación de este tipo de camino de discipulado.
Y opino también que será una ocasión para que hagamos un análisis de deficiencias.
La Iglesia ahora está celebrando al padre McGivney como alguien que puede y debe ser imitado, y medimos nuestra propia vida comparándola con su vida de santidad, y quizás nos veamos motivados a reducir esa distancia un poco más.
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Hablamos de un hombre del siglo XIX, pero es difícil escapar de la situación que vivimos en este mundo de 2020, tan lleno de división y tantísimos otros problemas. ¿Qué pueden aportar al mundo, no solo a los católicos, su vida y ejemplo de santidad?
Es así, sin duda. ¿Sabe? Uno podría pensar que hay muchísimas diferencias entre el siglo XIX y nosotros, pero mire, ¿a qué problemas se enfrentó el padre McGivney? Pobreza, crimen, violencia, división.
Y miramos a nuestro entorno actual y vemos eso mismo alrededor.
Quizás las formas sean diferentes, pero en EE.UU. había enormes prejuicios contra los irlandeses y los inmigrantes; ahora hay enormes prejuicios contra otros inmigrantes.
Violencia: lo vemos en las calles, esta misma semana incluso. Sin duda hubo violencia en las calles durante su tiempo también.
De modo que, ¿cuál fue la reacción? Podrían haberse producido muchas reacciones. Podría haber sido el “responder a la violencia con violencia”. Podría haber sido el “retirémonos a un gueto”.
Pero el padre McGivney dijo: “No, no vamos a hacer nada de eso. Vamos a vencer al mal con el bien, con un sentido de hermandad, con un sentido de caridad. No vamos a retirarnos. Vamos a progresar en esta sociedad y los nuevos inmigrantes católicos que vienen van a suponer una diferencia para bien en esta sociedad”.
Pienso en la auténtica tentación en cualquier momento de inmigraciones —y el padre McGivney lo vio también— a la que muchos de los hombres de su parroquia se vieron tentados:
“¿Quieres progresar? Muy bien, da la espalda a tu catolicismo. Únete a una sociedad secreta que no sea católica o anticatólica. Así es como progresas en la sociedad estadounidense. Abandona lo que te hace distinto y únete a la multitud”.
El padre McGivney dijo: “No, vamos a conservar nuestra herencia católica, vamos a mantener nuestra fe católica y, al mismo tiempo, vamos a ser ciudadanos estadounidenses buenos. De modo que no tengas que renunciar a tu catolicismo como buen estadounidense”.
Y creo que esa podría ser parte de la tentación de hoy en día para muchos inmigrantes católicos que vienen a EE.UU. Quizás no vean una sociedad firmemente protestante como en el siglo XIX, sino una sociedad cada vez más secular.
Y quieren ser buenos estadounidenses y quieren integrarse en la sociedad estadounidense. Así que surge la cuestión: para hacerlo tienes que renunciar a tus tradiciones católicas, a tu herencia católica, a tu identidad católica.
Los Caballeros de Colón dijeron: “no, pueden mantenerse los dos. Deberían mantenerse los dos”. Quizás esta sea una de las cuestiones de más relevancia actual en los Caballeros de Colón.
Estamos celebrando la beatificación. ¿Cuáles son las previsiones para la canonización? ¿Hasta ahora se han informado de algunos favores valorados como posibles milagros?
El proceso es precavido y prudente. De hecho, tenemos que esperar hasta que sea beatificado y luego buscar un segundo milagro.
Así que si tuviéramos un milagro hoy, no creo que contara porque lo necesitaríamos el domingo, después de la beatificación.
Pero si nos detenemos a pensar un segundo en el proceso, abrimos la causa en 1997 y la primera fase era revisar todos los registros, todos los archivos, para ver si hay alguna razón por la que no se debería proceder de esta forma. Y encontramos luz verde para seguir adelante.
La siguiente fase era presentar un informe —en latín, se denomina positio— que es la argumentación de su vida de santidad y virtud heroica. Si se acepta, entonces recibe el título de Venerable Siervo de Dios, cosa que logró el padre McGivney.
Luego, el milagro para la beatificación es como la validación del Cielo de que avanzamos en la dirección correcta. Así que eso es lo que hemos logrado.
Eso permite una especie de devoción limitada al padre McGivney en la liturgia, en particular en la archidiócesis de Hartford, pero podría ser también en otras diócesis donde estén activos los Caballeros de Colón.
De modo que es un proceso gradual. Una vez que esto ocurre, si hay un segundo milagro, la Iglesia puede llegar a la conclusión de que “sí, esta es una vida santa; esta es una persona cuya vida puede ofrecerse a la Iglesia universal para ser imitada y para su devoción”.
¿Por qué estamos esperanzados con esto? Porque los Caballeros de Colón ahora mismo están en Canadá, México, Filipinas (tenemos casi medio millón de miembros en Filipinas) y, en los últimos 10-15 años, hemos llegado a Polonia, Ucrania, Lituania, Francia y Corea del Sur.
Una y otra vez escuchamos a laicos y a sacerdotes decir: “El padre McGivney es realmente alguien que nos inspira. Su camino de caridad y unidad es algo muy importante en nuestras vidas”.
Así que pensamos que, en efecto, tiene una vocación internacional, universal, por lo que podemos ver a lo largo de la historia pasada de los Caballeros de Colón.
Sin duda esta beatificación es un hito en la historia de los Caballeros y en su propia carrera —lleva ya 20 años como caballero supremo —, así que debe de estar muy contento. ¿Cuáles son las perspectivas de la Orden para su crecimiento y desarrollo continuados en los próximos años?
Pienso que esto nos sitúa en un nivel nuevo, la verdad. Y debería. Ese es el propósito de las beatificaciones y las canonizaciones.
No se hacen por el bien del santo: no se puede mejorar la situación de estar en el paraíso. Se hacen por nuestro bien.
Así que mi mayor esperanza es que los miembros de los Caballeros de Colón miren al padre McGivney y reconozcan en él un camino de discipulado en que los hombres católicos verán una transformación en sus vidas.
Así que les animo a unirse a los Caballeros, a empezar este camino de discipulado y marcar una diferencia en el mundo, en una hermandad comprometida con la caridad y la unidad, y vean cómo fortalece su familia, cómo fortalece su parroquia y su comunidad.
Y creo que cuantos más hombres lo hagan, más verán que se trata de un gran orden como las que mencionábamos antes. Es realmente una forma de marcar la diferencia.
Por supuesto, en la pandemia, con el distanciamiento social y todas las diferentes restricciones y confinamientos, la vida de nuestro consejo se ha visto un poco restringida.
Pero en cuanto superemos esto, creo que los Caballeros van a avanzar de una forma más reafirmada y más profunda.
Una vez más, es una cuestión de servir a la Iglesia y servir a la comunidad y creo que los Caballeros están listos para desempeñar un mayor papel al respecto en el futuro.
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