Un fructífero “viaje relámpago” a Argentina en medio del conflicto bélico con Gran Bretaña por las Islas Malvinas En el medio del dolor más grande, la caricia hasta ese entonces nunca recibida. San Juan Pablo II visitó la Argentina por menos de 48 horas el 11 y el 12 de junio de 1982. 31 horas de un viaje relámpago que la prensa internacional miraba con asombro en el Papa polaco recién llegado, tres meses atrás. Alguna crítica internacional lo reseñaba antes de que Juan Pablo parta desde Roma como un “viaje pañuelo”, que solo serviría para enjugar lágrimas.
El 2 de abril tropas argentinas habían recuperado las Islas Malvinas, ocupadas desde el siglo XIX por Gran Bretaña. La respuesta británica fue inmediata y por tierra, agua y mar ya corrían a las semanas sangre de soldados que en cualquier otra circunstancia serían culturalmente hermanos. Como nadie, Jorge Luis Borges describió la profundidad de ese enfrentamiento fratricida en el poema de Juan López y John Ward.
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Ya Juan Pablo II había logrado con su insistente mediación evitar una guerra entre hermanos, vecinos, en 1979, cuando las tropas argentinas y chilenas ya estaban convocadas y listas. Casi agónicamente, Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet aceptaron su mediación. Era cuestión de horas ese diciembre de 1978 cuando el enviado el cardenal Antonio Samoré dijo: “Veo una lucecita de esperanza al final del túnel”.
El conflicto de 1982 era distinto. La guerra desencadenada toma por sorpresa un viaje ya programado con anterioridad al Reino Unido, entre el 28 de mayo y el 2 de junio. Lo expresó ni bien aterrizó en Gatwick: su peregrinación había sido preparada por mucho tiempo, y el Papa anhelaba encontrarse con los católicos británicos y celebrar encuentros ecuménicos para impulsar la unidad de los cristianos. Pero el conflicto entró en la agenda, y su exhortación para el fin de la guerra, y las guerras, fue inmediata.
“En este momento de la historia, tenemos una urgente necesidad de reconciliación: reconciliación entre naciones y entre pueblos de diferentes razas y culturas; reconciliación del hombre dentro de sí mismo y con la naturaleza; reconciliación entre personas de diferentes condiciones sociales y creencias, reconciliación entre cristianos. En un mundo marcado por el odio y la injusticia y dividido por la violencia y la opresión, la Iglesia desea ser portavoz de la tarea vital de fomentar la armonía y la unidad y forjar nuevos lazos de comprensión y hermandad”.
Viaje relámpago
En un gesto histórico, mensaje no sólo a los pueblos enfrentados en la guerra sino para todos los pueblos en general, como haciendo carne el compromiso del cristiano sobre el final de la Pacem in terris, San Juan Pablo II decidió visitar la Argentina casi de improviso. Lo anunció en una carta fechada el 25 de mayo, a poco de llegar a Gran Bretaña.
Ante el enfrentamiento de los pueblos, se puso literalmente en el medio, visitó a las autoridades de ambos, lloró y secó lágrimas con ambos. Sería un viaje de 31 horas, con una Misa en el Santuario Nacional de Luján, reunión con las autoridades, entonces la Junta Militar, con la vida religiosa, con los obispos, Misa en Buenos Aires, y anuncio de futura visita por más tiempo. La primera visita de un Sumo Pontífice a la Argentina sería efímera. Pero fructífera.
“Por ello, aun plena y gozosamente consciente de la condición católica de esta querida nación, en perfecta continuidad con mi precedente viaje apostólico (a Gran Bretaña), mi visita quiere estar marcada por el mismo carácter pastoral y eclesial, que la colocan por encima de toda intencionalidad política. Es simplemente un encuentro del padre en la fe con los hijos que sufren; del hermano en Cristo que muestra nuevamente a Éste como camino de paz, de reconciliación y esperanza”, expresó Juan Pablo al llegar.
En suelo argentino el Papa invocó la “paz de Cristo sobre todas las víctimas, de ambos bandos, del conflicto bélico”, queriendo mostrar su “afectuosa cercanía a todas las familias que lloran la pérdida de algún ser querido” y solicitando a “los gobiernos y de la comunidad internacional medidas aptas para evitar daños mayores, sanar las heridas de la guerra y facilitar el restablecimiento de los espacios de una paz justa y durable y la progresiva serenidad en los espíritus”.
Las misas en Luján y en Palermo, Solemnidad del Corpus Christi, fueron para el recuerdo: porque más allá del mensaje de paz por el conflicto coyuntural, el Papa se presentó como pastor para abrazar a un pueblo que acudió en multitudes, en cientos de miles, predicando sobre el cuidado maternal de María y el amor a Cristo Eucaristía. Sus palabras finales a los jóvenes invocando una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra se inmortalizarían luego en el himno de la Jornada Mundial de la Juventud que lo trajo a tierra argentina nuevamente en 1987.
El 12 de junio terminaba la primera visita apostólica de un Papa a la Argentina. El 14 de junio se acordaba el cese al fuego en Malvinas y el gobierno argentino indicaba el retiro de tropas. La suerte estaba echada desde el momento en que el gobierno británico decidió recuperar las Islas, podrán decir muchos, y la fortaleza tecnológica y de recursos entre uno y otro eran sin par.
Pero ambos argumentos engrandecen la visita de Juan Pablo II a la Argentina, cuando un Papa se puso en el medio para que los hermanos dejen de dispararse, y mostrar, para esta guerra y para todo tipo de conflicto, que la cadena del amor puede ser más fuerte que la de la muerte.
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