Quiero ser mejor, aportar algo para un mundo mejor y el ideal me da fuerzas para lograrlo
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Algo hay en mí que me invita a soñar con las alturas. Es un deseo profundo por no conformarme con la realidad tal y como es. No quiero ser mediocre y vulgar. No quiero vivir adaptado a lo que ahora tengo y vivo.
Quiero ser mejor persona, mejor cristiano. Quiero que el mundo sea mejor de lo que ahora es y que mi vida sea más honda y verdadera.
Quiero aportar algo, mi originalidad, mi verdad más propia. Tengo algo que dar, que decir, que hacer. Algo que arde dentro de mí como un fuego que nunca se apaga.
Tengo una idea fuerte en mi alma que me quema si no logro encarnarla, hacerla vida.
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No deseo responder a lo que otros esperan. Tengo claro hacia dónde voy, lo que sueño y anhelo. Esa gran idea es la que me quema dentro, la que me llena de vida.
Nietzsche dijo una vez: “Tu gran idea es lo que quiero conocer”. Esa gran idea tiene que ver con mi verdad más íntima, con mi valor escondido.
Decía el padre José Kentenich que los santos fueron hombres enamorados de un gran sueño, de un gran ideal:
“¿Y dónde radica la fuerza formativa de una gran idea? En que forma personalidades grandes, vigorosas, forma un carácter perfilado”[1].
Quiero ser esa personalidad grande y vigorosa. Dueño de mí mismo, con los pies en la tierra y el alma unida al cielo. Leía el otro día:
“Los grandes hombres no han sido volubles en sus ideas. Grandes educadores de verdad son hombres de una sola idea. Incluso cuando el amor los capacita para tener muchas ideas, esta multiplicidad se recapitula bajo un solo concepto. ¿Tuvo Jesús esa gran idea?”[2].
No quiero ser voluble, no quiero cambiar de un día para otro. No quiero soñar hoy con el cielo y mañana olvidarme de todo lo que me ha dado vida.
Entiendo que tener una sola idea que mueve mi alma es lo que me va a capacitar para dar la vida, para entregarme de verdad.
No cambiar de ideas. No saltar de una cosa a otra. Tal vez ser obsesivo acabe siendo una ventaja. Cuando me empeño en buscar lo que deseo. Y me da vida esforzarme por llegar a lo más alto de una misma cumbre.
Integridad
Quiero ser santo, quiero ser de Dios, quiero estar lleno de Dios. No quiero que sea solo un pensamiento errático que llega y se va de mi corazón para volver de nuevo. No quiero vivir en continuos altibajos.
Conozco a personas que tienen una gran idea que mueve sus vidas. No tiemblan, no se dejan llevar por la corriente. Aman y entienden que la vida sólo merece la pena si se exprime hasta la última gota. Eso me encanta.
Yo quiero vivir esa santidad anclada en lo humano, apegada a lo divino. Quiero vivir una santidad de la generosidad, del alma grande. Esa magnanimidad con la que sueño. Me dejo hacer haciendo lo que anhelo, dándome y amando hasta perder la vida.
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Deseo vivir una santidad que crezca desde la alianza de amor con María en el Santuario. Allí Ella me educa entre esas cuatro paredes para hacerme un hijo dócil y confiado.
Deseo vivir una santidad de niños pequeños que confían y se dejan llevar por el amor de Dios en sus vidas. No quiero vivir aferrado con miedo a no equivocarme. Lo dejo todo en las manos de Dios y me pongo en camino.
Entonces la vida es más sencilla, más pura, más limpia. No libre de pecados. Pero sí llena de esperanza. Creo que ser hijo es lo que me salva.
Creo en la dependencia de Dios, no tanto en esa autonomía que me venden como ideal. Creo en la santidad de barro, no en la de mármol blanco, perfecto, sin fallas.
Creo en la santidad de los niños que se dejan aupar por sus padres hasta lo más alto del cielo, así hace Dios conmigo.
Creo en la santidad que es seguimiento a ese Jesús por el que estoy dispuesto a entregar la vida porque lo amo y Él me ha llamado a navegar a su lado, en mi barca rota.
Llevo en el alma un sueño grabado, que el mismo Dios dejó en mí un día. Y por eso me levanto cada mañana alegre y dispuesto a poner una piedra más en los cimientos de mi vida.
Deseo vivir con una paciencia infinita que aún no poseo, me siento tan impaciente…
Sé que Dios puede hacer obras grandes con piedras muy pequeñas. Y sólo necesita mi sí para poder hacer milagros en mi vida.
Creo en una santidad de andar por casa, no por eso menos digna de ser imitada. Creo en la sencillez y en la alegría como bases de mi vida.
Y siento que si no amo en lo concreto, en lo humano, estoy tirando mi vida y mis abrazos, y mis sueños. Pienso que Dios ha sembrado un fuego dentro de mí para dar esperanza a muchos que están ciegos.
Él no espera que lo haga todo perfecto simplemente porque no sé hacerlo. Esta es la santidad que he ido descubriendo en el camino, viendo a otros, siguiendo los pasos de Jesús a mi lado.
Es la santidad que he heredado en Schoenstatt, de la mano el Padre Kentenich. Una santidad original, para cada uno, lejos quedan los moldes.
Una santidad de hombres libres que eligen cada día el camino que sueñan. Una santidad de miradas alegres e ingenuas, que no se han llenado de amargura pese a muchas caídas y derrotas.
Esa santidad saca lo mejor de mi alma y me lleva a pensar que puedo dar la vida, si le pongo empeño.
[1] Herbert King. King Nº 5 Textos Pedagógicos
[2] Rafael Fernández de Andraca, José Kentenich, Manual del Dirigente