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​Tú tienes un ideal propio, ¿sabes cuál es?

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«La fiducia scaccia il timore».

Carlos Padilla Esteban - publicado el 23/07/14

El sueño de Dios contigo, el germen del rostro de Cristo que tú estás llamado a reflejar con tu vida

En la pequeña semilla ya está todo lo que podemos llegar a ser. En ocasiones esperamos ver señales, grandes signos y le exigimos a Dios que nos muestre su presencia. Pero no la vemos.

Vemos más el mal que nos rodea. La violencia, el odio, la división, el desenfreno. Quizás por eso hoy nos atrae tanto ver signos extraordinarios, que se salgan de lo habitual y hagan más presente la fuerza de Dios.

Nos atraen las sanaciones impresionantes, las conversiones espectaculares. No creemos tanto en los milagros silenciosos, sin público, ocultos. En esa semilla que crece sin ser vista.

Pero Jesús nos anima a creer en todo lo que no vemos. Es verdad que no vemos el bien que sucede todos los días, no vemos ese amor que se entrega silenciosamente, las vidas santas que no salen en las noticias.

La presencia de Dios hace menos ruido al crecer. Como esa semilla de mostaza que crece lentamente, oculta bajo la tierra.

Aun así, no estamos llamados a quedarnos quietos, sin hacer nada. Es necesario preparar el terreno. ¿Cómo se cuida la semilla para que no muera antes de tiempo y pueda dar fruto abundante?

¿Cómo respetar la vida para que la semilla llegue a ser lo que está llamada a ser? ¿Cómo se cuida el amor de Dios en nuestro corazón para no olvidarnos de lo importante? ¿Cómo aspiramos a crecer dejando que Dios vaya trabajando nuestra tierra?

No es tan sencillo. La tierra se seca fácilmente y se endurece. Cuesta la educación. Cuesta trabajar el corazón. En la semilla está el germen de todo lo que podemos llegar a ser.

El padre José Kentenich lo llamaba el ideal personal, el sueño de Dios con nosotros. En nosotros está el germen del rostro de Cristo que estamos llamados a reflejar con nuestra vida. Cristo está presente en ese silencio, oculto en el interior de mi alma.

Es necesario trabajar la tierra para que esté esponjosa y albergue la semilla que ha de morir para dar vida. Trabajar la tierra supone tiempo, exige esfuerzo. Es la tierra de nuestro corazón. Muchas veces es una tierra árida, seca, llena de rocas y zarzas.

Trabajar la tierra exige desmalezar, arar, profundizar, ahondar, regar. Supone dejar que el sol de Cristo la cuide. Nos exige abrir canales para que pueda penetrar el agua de la lluvia.

La autoeducación es un imperativo del tiempo que vivimos. Avanzamos mucho. La tecnología cada vez recorre más caminos nuevos. Parece imposible vislumbrar hasta dónde pueden llegar la ciencia o la medicina.

Sin embargo, en lo esencial, en su autoconocimiento, el hombre es un extraño para sí mismo.

Desconoce el océano de su alma. Vive confundido, tenso, nervioso. No sabe para qué ha nacido. No conoce el árbol que se corresponde con la semilla que tiene en sus manos.

No sabe para qué es útil, para qué sirve, en qué posición jugaría mejor. Ignora sus talentos. Desconoce sus capacidades.

Ojalá conociéramos cada vez más el campo de nuestra alma, los ríos y las fuentes que hay en él, las heridas, las montañas y los desiertos, la cizaña y el trigo, la semilla oculta.

Nos ponemos en manos de María para que nos enseñe a cuidar lo bueno, a tener paciencia con lo difícil y segar cuando esté maduro.

Creo que el trabajo de la autoeducación es una aventura que merece la pena. Es la aventura de ser plenamente hombres y hacer que nuestro campo sea el que Dios ha soñado.

¡Cuántas veces vivo hacia fuera sin mirar en lo hondo, desconociendo lo que hay en mí, buscando reconocimiento, sin saber yo mismo lo que me pasa! En 1912 el Padre Kentenich les hablaba a unos jóvenes sobre este tema. Les hacía ver la importancia de tomarse en serio su autoeducación:

“Más tarde seremos así como somos ahora, como lo que hagamos ahora de nosotros. Tenemos la tarea de conocer las capacidades de nuestra alma” [2].

En ese tiempo ya era importante. Ahora, cuando vivimos tan volcados hacia el exterior, la necesidad es aún más imperiosa. Es necesario conocer el alma. Es necesario saber cómo es nuestra tierra, qué le hace bien, qué necesita.

Es fundamental descubrir la semilla y lo que estamos llamados a ser, lo que podemos llegar a ser si nos dejamos educar y conducir por María en el camino.

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