Educadores, sin temor a la Covid-19, reclaman al gobierno de Maduro que “las clases virtuales son una burla para los niños debido a la falta de recursos tecnológicos”; y “pese al esfuerzo para formarse, el salario mensual únicamente alcanza para comprar un kilo de queso”
Los educadores venezolanos no están bien, tampoco sus alumnos. El regreso a clases cada día se torna más incierto. Uno de los motivos es el salario de los profesionales que no les alcanza para comer durante una semana; y tampoco pueden comprar los tratamientos médicos.
Sus beneficios sociales desaparecieron y la contratación colectiva lleva años sin actualizarse. Además, el gobierno de Nicolás Maduro quiere obligarlos a impartir clases virtuales, en un vaivén de decisiones en el que el ministerio del ramo un día las planifica para comenzar en octubre, y al día siguiente dice que será en enero de 2021.
Sea como sea, parece que al gobierno socialista no les importan sus educadores y muchos menos los “estudiantes” a los que, cual recurso eufemístico, siguen llamando el “futuro del país”. Por eso, este 5 de octubre, en su Día internacional, los educadores junto a otros empleados públicos: enfermeras, médicos, bomberos y transportistas, entre otros gremios, salieron nuevamente a las calles para reclamar sus derechos laborales y civiles.
Lo hicieron en el primer día de una semana en que la cuarentena por la Covid-19, de acuerdo con la programación del gobierno, se encuentra en la nueva etapa de flexibilización denominada “7 + 7 Plus”. Incluso, a pesar de que en la misma fecha, el médico y diputado opositor, José Manuel Olivares, anunció que en Venezuela el número de muertes reales por la pandemia, es de 1.412 y no las 653 aceptadas por Maduro.
Esta vez protestaron con sus tapabocas, expresando sentirse “mejor reclamando en las calles antes que morir de hambre y enfermedades en la casa”, como expuso a Aleteia el educador de bachillerato, Leandro Jaramillo, quien desde muy temprano acudió a la Plaza Morelos de Caracas, para participar en la protesta que fue replicada en toda Venezuela.
“Las clases virtuales son una burla”
Carolina Wanda, de 52 años de edad y 34 años de ejercicio profesional, también acudió a expresar su descontento. “He dado toda mi vida a la preparación académica, y pese al esfuerzo el salario no me alcanza sino para comprar un kilo de queso, situación que me dificulta atender sus responsabilidades como mujer, madre y esposa”, dijo. Agradeció a Dios por el esposo que la ayuda en los gastos del hogar, “de lo contrario se me haría muy difícil sobrevivir a la crisis económica por la cual atravesamos los venezolanos”.
Criticó las clases a distancia virtuales y el programa del gobierno, llamado: “Cada familia una escuela”. “El ministerio de educación no nos va a pagar el internet, el saldo de los teléfonos inteligentes; menos va a facilitar las computadoras. Es una burla con los educadores, con los padres, representantes y tristemente con los propios alumnos”.
Vilma Salazar, 24 años de ejercicio docente, al igual que su colega Wanda, objetó la aplicación las clases virtuales al afirmar que “no es aplicable en la Venezuela actual, por la falla de electricidad y lo costoso en el acceso a la tecnología”.
Igual reclamo dejó sentir la profesora Ofelia Rivera, quien dedicó 30 años de ejercicio en la docencia, dejando claro que “en nuestro país no hay condiciones ni salariales, ni mucho menos en infraestructura para la acción pedagógica”. Argumentó que los trabajadores “ganamos menos de 3 dólares que no nos alcanza para nada”. “En los centros de enseñanza no hay condiciones para dar clases porque los principales servicios públicos brillan por su ausencia. No hay internet, se carecen de equipos informáticos y de implementos de bioseguridad para evitar contagiarnos de la mortal epidemia”.
Raquel Figueroa, coordinadora nacional de la Unidad Democrática de la Enseñanza, lamentó “profundamente las condiciones paupérrimas en que están ejerciendo los trabajadores de la enseñanza con la destrucción total de los salarios, contabilizado a menos de un dólar mensual”. “Esta es una situación que genera hambre y miseria, y así no se puede enseñar”, expresó la gremialista al ser consultada por Aleteia.
“En el sector salud trabajamos con las uñas”
Francis Guillén es enfermera y tiene ocho años de experiencia. Llegó a la protesta vestida con una manta blanca en forma de pancarta donde denunciaba los estragos que está causando la Covid-19. “Venezuela tiene la tasa de mortalidad más alta en Latinoamérica por culpa de la pandemia. Más del 30 por ciento de los venezolanos han sido víctimas del mortal virus, especialmente el personal médico y enfermeras por no contar con suficientes insumos de bioseguridad para no contaminarse”, afirmó.
“Los trabajadores de la salud trabajamos con las uñas”, añadió la sanitaria. “Es un rollo (lío) para que en los centros hospitalarios donde tú trabajas te den los insumos de protección. Cuando nos lo niegan, le toca al propio trabajador costearse dichos insumos con los sueldos de hambre que ganamos. Por ejemplo, yo gano 1.5 dólares al mes, que como ves no alcanza para nada”, se lamentó y siguió gritando sus consignas.
Por su parte, Pablo Zambrano, presidente de FETRASALUD, expresó su apoyo al sector educativo en sus luchas contractuales, “como también la que está generando el propio pueblo que está saliendo a la calle para reclamar por la presencia de los servicios públicos y la gasolina”. “Hay que dejar que la gente proteste en favor de sus condiciones de vida”.
LA CIFRA. En Venezuela han fallecido más de 200 trabajadores de la salud entre médicos, enfermeras y personal técnico a causa de la Covid-19. La falta de insumos y equipos de bioseguridad, ronda el 70 por ciento. “La crisis es tal que hemos tenido que confeccionar nosotros mismos los tapabocas, batas, zapatos para protegernos y no contaminar a nuestras familias”, acotó Zambrano.
La concentración en Caracas tuvo episodios de tensión debido a la momentánea debido a la presencia de los llamados “colectivos violentos” a bordo de motocicletas, de la Policía Nacional Bolivariana y la Guardia Nacional Bolivariana. Los funcionarios, a ratos, amenazaban con detener a los más efusivos, pero, en el transcurso no hubo detenciones.
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