“Recuerdo que cuando huíamos de mi ciudad, unos a otros se decían: ¡mira, la Virgen nos acompaña!”
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Desde otras religiones, a veces nos acusan de adorar a nuestra madre María más que a Dios. No es así, pero todos sabemos que en los momentos de dificultad, normalmente corremos a buscar a nuestra madre, eso es lo que pasa siempre.
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Uno de los Padres de la Iglesia logra un equilibrio entre María, la Iglesia y el alma del creyente: cada uno de estos tres pilares es un gran espacio de recepción para llenarse de Jesús, del amor y la gracia de Dios, pero no para guardarlo para uno mismo, sino para dárselo a los demás.
María ostenta variedad nombres y títulos: la Virgen, la Señora, la Compasiva, la Misericordiosa, Reina de la Paz… La honramos en distintos lugares: Iglesias, montañas, templos y santuarios…
En distintas fechas: 15 de mayo, 15 de agosto, 8 de septiembre…, pero ante todos ellos prevalece una verdad: María es la Madre de Dios y nuestra Madre y nos acompaña en nuestro camino de fe.
En los cristianos de Irak, la confianza en María está muy arraigada en nuestros corazones, generación tras generación, permaneció en los corazones de nuestros padres y abuelos y así continuará por los siglos venideros.
María es la novia del Espíritu Santo, es como la levadura que nos da la luz y la sabiduría para pasar por este punto de nuestra historia sin perder el mensaje de Jesús.
Tan pronto como surgen los peligros y atacan las calamidades, la súplica se eleva a María por todas partes.
La virgen María tiene un sitio dentro de nuestro corazón, tenemos fe en ella y está con nosotros en cada momento. Sentimos que no estamos solos ya que Ella está dentro de nosotros y nos acompaña en el camino de nuestra vida. María es una madre de verdad que cuida de sus hijos.
En 2014, el año de la masacre masiva en la que muchos cristianos fueron asesinados por el grupo del Daesh en Oriente Medio, especialmente en Irak y Siria, recuerdo que cuando huíamos de mi cuidad, unos a otros se decían: ¡mira, la Virgen nos acompaña!
Y así todo el camino, fuimos rezando, y así durante todo el camino sabíamos que María estaba con nosotros y por eso no nos sentimos solos, para mí eso fue suficiente, completamente suficiente.
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Tal y como el cristiano de Irak honró a la Virgen en el pasado, también en el presente del corazón del cristiano nacen las sólidas virtudes, que hacen que la vida se convierta en entrega y la muerte se convierta en esperanza de contemplar el resplandor de la Virgen.
María, abnegada madre, continuó apoyando a la Iglesia primitiva con su fe después de la ascensión de Cristo y antes del advenimiento del Espíritu Santo.
María siguió estando presente y enseñó la adoración, la oración, las esencias de las virtudes, la santidad y las perlas de la Palabra de Dios.
María cuidó de la Iglesia naciente como cuidó anteriormente al Niño Divino, y desde entonces ella sigue ejerciendo su deber maternal hacia todos, recordándonos las palabras del Salvador, guiándonos hacia él, empujándonos a los sacramentos.
María existe con nosotros, nos insta a trabajar para difundir el reino y la salvación e intercede por nosotros delante de su Divino Hijo.
¿Hay todavía alguien que puede preguntarse por qué la amamos, queremos y honramos después de todo este amor que nos ofrece?
Levantemos los ojos hacia ella, esperemos y aprendamos de su fe. Ojalá creamos sin dudar al igual que Isabel:
“Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor””(Lucas 1,45).
Ella es verdaderamente nuestro refugio, nuestro destino.
Gracias, Señor, por regalarnos a María.
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