En junio de 2014, el padre Naim Shoshandy enterraba a sus vecinos en Irak. Hoy, seis años después hace lo mismo en Albacete. Fin de lo comparable.
“Esto no tiene nada que ver con las bombas”, nos explica. Entonces rescataba cuerpos sin vida de escombros. Y sentenciado queda que no se puede comparar una guerra con la pandemia. Porque el padre Naim ha visto caer bombas.
Perdió a su hermano en la invasión de Mosul por el Daesh. Y en junio de 2014 tuvo que abandonar su ciudad, Qaraqosh, por la destrucción. En el bolsillo, un rosario, una cruz y poco más. Primero a un campo de refugiados. Después a España.
Hoy, a miles de kilómetros de su tierra, tiene el teléfono encendido a todas horas para atender a pacientes de la pandemia. La primera llamada que atendió fue la del Obispado, que demandaba sacerdotes para acompañar a enfermos por el COVID en el Hospital General de Albacete, el mayor de una de las provincias más golpeadas por el virus en España. “Gracias a Dios aquí se ha permitido que un sacerdote pueda acompañar a los enfermos y rezar, porque hay sitios donde no se puede”, nos explica.
Varios son los sacerdotes que prestan este servicio en un hospital que, en el caso de Naim, queda muy cerca de su casa. De hecho su parroquia está al lado. Y asegura que ha tenido que despedir a feligreses de su Iglesia.
“He visto mucho sufrimiento en las familias, mucha soledad en los enfermos y en los suyos”, relata. En el hospital y en el cementerio, donde los funerales se han reducido a un puñado de familiares. “En el entierro no puedes dar un abrazo de pésame y la gente, en ese momento, necesita un abrazo”.
Y aún así, asegura que sólo recibe cariño. “Los enfermos me agradecen que esté con ellos, sus familias también, la cercanía para darles esperanza y alegría”, explica el padre Naim.
Para el personal sanitario del hospital solo tiene aplausos, como los que cada día a las ocho de la tarde, lanzan los españoles desde sus balcones: “Hacen todo lo posible para salvar vidas. Son, de verdad, santos”, concluye.
Considera que “todo no está en nuestras manos”, pero lo que llegue hay que afrontarlo con fortaleza. Él lo hace, dentro del hospital, tras un equipo de protección que le ha facilitado el servicio médico del hospital. Porque aunque no tiene miedo, sí todo el respeto. Y por ello, sigue todos los protocolos: guantes, mascarillas y traje de protección.