La conciencia laxa suele disminuir la malicia del acto, considerando como permitido lo que no lo es, o como levemente malo, aquello que, de suyo, puede ser muy grave
Al salir del trabajo, encontré una nota en el parabrisas de mi auto, con el número de teléfono de quien se hacía responsable de haberle causado una pequeña abolladura.
Resultó ser un joven en paro laboral, casado, y con un pequeño hijo, que con voz grave pidió disculpas y prometió pagar en cuanto pudiera, proponiéndome entregarme en prenda algo de relativo valor.
Lo que hice fue invitarlo a que presentara una solicitud de trabajo en una empresa de la que soy consultora.
Lo hizo, aprobando para gerente de compras, un puesto para el que entre otras, se aplica una exigente prueba de confianza.
Ciertamente no parece una historia de la vida real, mas felizmente lo es, pues siendo hijo de padres con poca instrucción, había recibido la mejor educación desde el testimonio de su honestidad.
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Exitoso e infeliz
Luego, una historia diferente.
Tiempo atrás, en consultoría familiar, el alto ejecutivo, en cuya oficina, las paredes ostentaban sus títulos, diplomas, y muchas certificaciones, se sinceraba.
–La verdad es que no puedo predicar con mi ejemplo, pues he hecho cosas deshonestas en diferentes etapas de mi vida –comentó con cierta pena.
–Dígame, ¿qué pensaba entonces?
–Me decía a mí mismo: “la vida es así”. “Fueron las circunstancias”, “nadie lo sabrá, y ya rectificaré” –contestó, viendo hacia la pared-. Sin embargo, desearía evitarles esos errores a mis hijos, y no parece que lo esté logrando –agregó preocupado.
–¿Cuál considera que ha sido su mayor éxito?
–Ciertamente he logrado éxito en lo económico, mas no en lo familiar, y no puedo afirmar ser realmente feliz, por lo que aún no puedo responder cabalmente su pregunta —afirmó.
–Bueno, pasa que los estudios académicos no dan por sí mismos la capacidad de vivir en sabio, y lo cierto, es que, aun cuando no está al alcance de todos lograr títulos universitarios, si lo está el lograr la verdadera madurez, por muy escasa instrucción que se tenga.
–¡Vaya! Logra que recuerde los consejos de mi abuelita, que vivió feliz y con mucho prestigio moral, cuando solo sabía leer y escribir—afirmó con cierta ironía.
Recuerdo que decía que quien atiende su conciencia, siempre encontrará la manera de comenzar y recomenzar, para enderezar sus entuertos —dijo en tono pensativo.
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Una moral interior
Solo que, en mi caso, siento que será difícil, cuando cuento con un largo historial nada edificante de malas costumbres —agregó en tono pesimista.
–Difícil, mas no imposible, si empezamos por reconocer que cuando nacemos, tenemos una ley moral inscrita en nuestra naturaleza, y eso se nota en un pequeño, que sabe que pegarle a su hermanito, o decir mentiras, es malo.
Luego, por el mal uso de la libertad, crecemos desarrollando malicia, comenzando por darle escasa importancia o valor a cometer una acción indebida, o dejar de hacer algo de lo que somos moralmente responsables, hasta ir perdiendo la sensibilidad de la conciencia.
Y quien piensa mal, termina viviendo como piensa.
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Sin embargo, esa ley moral inscrita en nuestras conciencias, permanece, por lo que siempre puede hacernos volver al buen camino.
Lo logramos cuando la escuchamos y corregimos nuestras malas acciones. También cuando la preservamos del error, corrigiendo de fondo las intenciones y estando atentos a nuestros actos. Más pidiendo ayuda y consejo ante la duda.
A eso se refería su abuelita.
Lecciones para la vida
Significa que mientras viva, la persona puede siempre enmendar la plana de su vida, y, cuando no es así, débiles y poderosos, sabios e ignorantes, son capaces de dar los peores testimonios.
Mi consultante fue reconociendo que había desarrollado la actitud de relativizar los valores, y que podía rectificar el rumbo, si lograba conducirse siempre dentro de la verdad.
Que debía formar su conciencia, para dar un nuevo y positivo testimonio, e influir de esa forma en la educación de sus hijos y en el resto de la sociedad.
En eso consistiría su verdadero éxito.
Con todo, es consciente de que es posible que ante nuevos errores, sienta la tentación de volver a crear su propia conciencia, al margen de la verdad. Será su lucha advertirlo y corregir.
El mayor enemigo de la sociedad no es la carencia de dinero, de administración, de cultura, de información, materia primas etc. etc., sino una conciencia colectiva que relativiza los valores necesarios para una llevar una vida digna.
Es así porque lo que verdaderamente nos une en sociedad, y nos hace prosperar, es la confianza mutua que nace al compartir una conciencia rectamente formada.
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