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Por qué la poesía importa más que nunca

DICKINSON

Lynne Furrer - Shutterstock

Michael Rennier - publicado el 28/04/20

¡Quizás ahora sea el mejor momento para leer y recitar poemas, a solas o con los niños!

En busca de inspiración, leo buena poesía con frecuencia. También escribo mala poesía con frecuencia. Se trata de un hábito que adquirí en mi juventud en el instituto. Tenía que leer poemas, escribir un diario y leer un flujo constante de novelas.

Ahora que educamos a nuestros hijos en casa, ellos también leen poesía. Y aunque para muchos la poesía desprenda un olorcillo a elitismo, como si fuera un lujo de quienes no tienen que preocuparse por robarle tiempo a lecciones más prácticas de ciencias naturales y matemáticas, la poesía es para todos.

Si es un lujo y es poco práctica, tampoco pasaría nada. No obstante, por supuesto, la poesía tiene beneficios prácticos. Leer poemas estimula las destrezas lingüísticas, la memoria, la autoestima, el vocabulario y la capacidad para escuchar de forma productiva.

Pero los beneficios prácticos no son la razón por la que enseño a mis hijos poemas. La vida es mucho más que la funcionalidad.

No comemos solamente para nutrirnos, sino que nos reunimos en torno a una mesa con familiares y amigos para deleitarnos con la comida.

No solo vestimos la ropa más barata y práctica, también queremos sentirnos bien y para ello, a veces, optamos por prendas únicas.

No practicamos deporte solamente por los beneficios físicos, lo hacemos porque nos sienta bien y es divertido.

Lo mismo sucede con la poesía. En su esencia, está lejos del pragmatismo de un libro de biología o matemáticas.

Como dice mi amiga Denise, una madre que educa a sus hijos en casa y les enseña a leer poesía, “el arte hace el mundo más humano, nos hace conscientes de nuestra inmortalidad y nuestro lugar en el Universo. Es nuestra conexión con las personas de todas las épocas que han luchado, amado, afrontado, temido, odiado, superado y sangrado como nosotros”.

De niño, pasaba gran cantidad de tiempo a solas en mi habitación dibujando en un bloc o leyendo novelas rusas. Mi padre me ha llegado a admitir que le preocupaba. No se le ocurría para qué tipo de carrera me podía estar preparando. Claro está que tenía que estudiar matemáticas y ciencias, pero mostraba poco interés en esos temas. Sin embargo, mi padre confiaba en que, independientemente de lo que me interesara estudiar, aunque no pareciera práctico, eso me pondría en el camino a la felicidad. Y así fue. Como saben mis muy pacientes feligreses, cito poemas con regularidad durante mis homilías. Después de todo, resulta que sí encontré un uso para esas habilidades inútiles.

Opino que la peor pregunta que podemos hacer sobre la educación de nuestros hijos es sobre su funcionalidad, intentando desentrañar el propósito ulterior que pueda servir. No importa si aprender un poema –o interpretar una canción o pintar– está orientado a una carrera profesional. No importa realmente si tiene algún valor más allá de sí mismo. Leemos poemas porque son como un reflejo en un espejo. Cuanto más de cerca miramos, más vemos.

Una vida puede verse transformada por un poema. Es un lenguaje de esperanza y posibilidad, cada poema es como un pequeño haz de luz atravesando una gota de agua e iluminándola como un diamante. La poesía es un poderoso lenguaje que habla del valor de todas las cosas y no importa si nadie más en absoluto lo considera valioso. La vida no es valiosa por su potencial de beneficios; es valiosa simplemente porque es bueno que existamos.

En un libro reciente, The Mystery of It All, el poeta Paul Mariani habla sobre cómo la poesía puede “ofrecer una forma más profunda de ver la naturaleza de la realidad…”. Según escribe: “Lo que al principio parece aleatorio está, de hecho, conectado en algún nivel muy profundo, cosmológico, molecular y espiritual: la vida es sagrada y esas cosas y acontecimientos y personas sí importan, aunque no siempre entendamos de qué manera”. Por eso es importante la poesía.

Hay consuelo en reconocer el misterio. No tenemos todas las respuestas. Ni siquiera tenemos la mayoría de las respuestas. Pero nuestra carencia de conocimiento no es un defecto, sino una promesa. Justo a la vuelta de la esquina hay una revelación más profunda que descubrir, un hermoso momento esperando quieto como una flor silvestre.

Todo esto da vueltas en mi cabeza ahora mismo porque estamos rodeados de pragmatismos, muchos de ellos bastante preocupantes. En nuestro confinamiento, vemos los telediarios, las estadísticas, nos preocupamos por cómo alimentar a nuestras familias, cómo educar a nuestros hijos, nos angustia nuestro trabajo… Percibo que muchas personas, como yo, estamos estresadas.

Pero también estoy dentro de un grupito de amigos que hemos empezado a recitar poemas y a enviárnoslos mutuamente. Para mí, el grupo Soliloquios de Cuarentena es uno de los momentos álgidos de mi día. No necesito ver más gráficas o estadísticas sobre enfermedades. Eso no ayuda. Pero ¿los poemas? Ayudan muchísimo. Así que, compartid un poco de belleza hoy porque, aunque la funcionalidad oscurezca nuestros días, la vida es mucho más grandiosa y magnífica de lo que podemos imaginar.

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