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Que no les falte el coraje ¡para entregar la vida! ¡para entregarte a Ti!, ¡benditos nuestros sacerdotes!
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Benditos nuestros sacerdotes, elegantemente vestidos, siervos de Dios, servidores humildes,
hechos de otra carne, tejidos desde la eternidad por las mismísimas manos de su Dios,
aquel Dios al que elevan en sus manos en cada sacrificio de la misa,
Benditas sus manos consagradas que nos llevan el pan a la boca,
aquel pan necesario, cuerpo y sangre de ese Dios
que elevado en ese altar viene a ellos para ser distribuido a esos pequeños sedientos
que, apenas entendiendo el misterio, se atreven a decir “no soy digno…”.
Señor:
Fortalece a tus sacerdotes, fortalece su espíritu, sus manos, su determinación,
dales Señor, lo que les pides y pídeles lo que quieras,
pídeles, sobre todo, que salgan, que salgan al encuentro de los tuyos,
que no queden escondidos, que caminen, que caminen hasta el fin,
que caminen hacia la muerte si es necesario,
porque allí mismo, ¡se encontraran con la vida de frente!
Danos Señor, sacerdotes, danos muchos de ellos,
sacerdotes santos, sabios y valientes que lleven tu alimento,
que lo entreguen en buen puerto y que no se cansen,
dales fuerza, dales coraje, dales pasión por tu ministerio,
que sepan de nuevo, que Tú eres el mayor de ellos,
que Tú mismo les enseñaste cómo compartir ese pan.
Que recuerden Señor
que, estando encerrados y con miedo,
aquellos de quienes son sucesores, estaban de pie repitiéndose unos a otros “¡Hágase en memoria mía!”.
Recuérdales Padre, que en medio del miedo allí estabas Tú, alimentándolos,
que recuerden, que solo tu alimento sana, que solo Tu renuevas nuestro espíritu,
que se levanten Señor, dignos sacerdotes de negro,
que llevan la dignidad de tu túnica por los siglos de los siglos,
Llámalos
como aquel día en que el silencio se quebró en sus entrañas con tu llamada para servirte,
que sepan dar la misma respuesta,
que tu voz se escuche en toda la tierra, que levante Su espíritu ¡hasta tocar el cielo!,
y que fortalezca a aquellos que ya cansados, persisten en entregar ese pan…
Muéstrales
desde lo más hondo,
que allí en medio de ellos mora Tu espíritu,
que ha sido fortalecido cuando fueron consagrados a Ti,
para que sean presencia Tuya en medio de Tu pueblo.
Que nos recuerden con su andar, que Tú no nos faltas ¡y no nos faltarás nunca!
Que sepan Señor, que, en los laicos, también vives Tú,
y que estás inflamando esos corazones para recibirte ahora ¡más que nunca!
Que sepan, que Tú caminas con ellos,
que vas delante, detrás y que estas en medio de sus corazones.
Benditos Señor,
todos ellos, pecadores o santos sacerdotes,
Tú quisiste tener tu linaje de sacerdotes,
que sean soldados guerreros, aunque en la carne ya estén debilitados,
que no les falte el coraje ¡para entregar la vida! ¡para entregarte a Ti!
Que todos ellos caminen con tus ángeles,
bajo el manto de tu hermosa y valiente madre, la dulcísima María…
¡Amén!