Luciano Labrador considera que “quien pueda llevar la comunión tiene que hacerlo”, porque además del hambre material y espiritual, “el pueblo necesita la eucaristía y no podemos quedarnos de brazos cruzados”
La sensibilidad espiritual de muchos sacerdotes ha quedado demostrada en Venezuela y el mundo entero, en medio de la pandemia del Covid-19 que a la fecha ha cobrado miles de fallecidos y supera el millón de contagiados. Uno de estos gestos ocurrió en Guarenas, estado Miranda (Venezuela), donde el padre Luciano Labrador, quien está al frente de la parroquia Nuestra Señora de Coromoto, después de la misa del domingo de Resurrección, salió a las calles para entregar la comunión a muchos feligreses de la zona, que desde hace más de un mes no la habían podido recibir debido a la obligada cuarentena.
Las imágenes, no obstante, han generado preguntas vinculadas a la fe y al compromiso pastoral asumido de forma extraordinaria en medio de la pandemia que se vive en Venezuela y en el resto del mundo: ¿Por qué hizo esto el sacerdote? ¿Por qué arriesga su vida de esta manera? ¿Acaso no está consciente del peligro que significa entregar la comunión en medio de una pandemia? ¿No siente miedo de contagiarse? ¿Qué tiene establecido la Iglesia sobre la entrega de la comunión fuera de la misa? ¿Significa esto un camino a la santidad?
“No tenemos miedo porque estamos en manos de Dios”
Luciano responde en conversación con Aleteia que “el acto fue realizado teniendo en cuenta la misericordia de Dios que es lo más importante en estos tiempos y en medio de nuestras vidas”. Por tanto, dice, “actuamos en nombre de esa misericordia”. Reconoce que “ciertamente tenemos esta pandemia y estamos muy claros de la gravedad del asunto y sabemos lo que esto implica. Pero en mi caso personal y junto a muchos de mis feligreses podemos decir que no tenemos miedo”, contó el joven sacerdote.
“No tenemos miedo porque estamos conscientes el poder y la autoridad la tiene Jesús y nuestra vida está en manos de Dios”, expresó con seguridad.
“No podemos permitir que el enemigo nos acorrale e impida acercarnos al Señor. Jesús, como dice el Evangelio de Mateo, en el capítulo 9, versículo 36: al ver a la gente sintió compasión porque estaban abatidos y como ovejas sin pastor. Esa es la compasión que hoy Jesús siente por cada uno de sus hijos. Nosotros como sacerdotes estamos llamados a alentar al pueblo de Dios; a darle fortaleza y acompañamiento espiritual. Por supuesto, cada uno desde su propia realidad”.
Luciano dijo estar convencido de que “Jesús nos está pidiendo darles de comer al pueblo; que lo alimentemos de verdad”. Por esa razón, el acto de llevarles la Comunión a sus vecinos ha sido –reconoce- en cumplimiento del mandato de Jesús de vivir las obras de misericordia. “A veces se trata de un hambre que se sacia material y espiritualmente, pero también hay un hambre sacramental”.
Ese domingo después de la misa transmitida por las redes sociales, salió a llevar la Comunión. Las personas les agradecieron el gesto “y los que no estaban preparados, recibieron además el sacramento de la penitencia”.
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¿Cómo entregar y recibir la comunión fuera de misa?
Conocida esta experiencia de Luciano Labrador, lleva a verificar cómo se regula la entrega de la comunión fuera de la misa, valorada desde una situación de normalidad. Para ello se han considerado las normas del Misal Romano (1970). Allí se encuentran las siguientes enseñanzas: “Renuévense frecuentemente y consérvense en un copón o vaso sagrado las hostias consagradas en la cantidad suficiente para la comunión de los enfermos y de otros fieles fuera de la Misa”.
Por su parte, la Sagrada Congregación de Ritos, en la Instrucción Eucharisticum mysterium (1967), explica la importancia de inducir a los fieles a comulgar en la misma celebración eucarística. Instruye que “los sacerdotes no rehúsen administrar, incluso fuera de la Misa, la sagrada comunión a los fieles, cuando lo piden con causa justa”.
“Incluso” –precisa- “conviene que quienes estén impedidos de asistir a la celebración eucarística de la comunidad se alimenten asiduamente con la Eucaristía, para que así se sientan unidos no solamente al sacrificio del Señor, sino también unidos a la comunidad y sostenidos por el amor de los hermanos”.
E igual manera, la Instrucción añade: “Los pastores de almas cuiden de que los enfermos y ancianos tengan facilidades para recibir la Eucaristía frecuentemente e incluso, a ser posible, todos los días, sobre todo en el tiempo pascual, aunque no padezcan una enfermedad grave ni estén amenazados por el peligro de muerte inminente. A los que no puedan recibir la Eucaristía bajo la especie de pan, es lícito administrársela bajo la especie de vino solo”.
Respecto al lugar para distribuir la comunión fuera de la Misa, habla de la iglesia u oratorio en que habitualmente se celebra o reserva la Eucaristía, o la iglesia, oratorio u otro lugar en que la comunidad local se reúne de formas habitual para celebrar la asamblea litúrgica los domingos u otros días. Sin embargo, “en otros lugares, sin excluir las casas particulares, se puede dar la comunión, cuando se trata de enfermos, presos y otros que sin peligro o grave dificultad no puedan salir”. Es decir, no excluye la calle, lo que da a entender que también en la vía pública, en una situación excepcional, se puede recibir la Comunión.
Para administrar la comunión fuera de la iglesia, indica: “llévese la Eucaristía en una cajita u otro vaso cerrado, con la vestidura y el modo apropiado a las circunstancias de cada lugar”. En este caso, es importante destacar que el padre Luciano llevó su copón con hostias, del cual fue “alimentado” a sus feligreses.
“No dejarnos paralizar por el miedo”
El gesto del joven sacerdote venezolano tiene, además, otra manera de interpretar y poner en práctica las palabras del papa Francisco que ha hablado de no dejarse paralizar por el miedo. “Nuestro compromiso como sacerdotes es tener clara nuestra caridad y asistencia en nombre de la iglesia, en medio de las enfermedades como pestes, cólera, epidemias, fiebres negras, entre otras”, expresó el padre Luciano en el mensaje enviado a Aleteia.
Recordó que si el miedo al contagio se hubiese impuesto en determinados momentos de la historia, la Iglesia no contaría con importantes santos y los testimonios de otros que caminan a los altares. Nombró a varios de ellos: San Juan de Dios, “a quien llamaban el loco de Granada porque asistía a los enfermos en gran número”; Santa Bakita, “una religiosa que atendió enfermos de peste y viruela al norte de Italia”; San Damián de Molokai, “quien se dedicó a atender enfermos de morbo de Hansen en la Isla Maldita, convirtiéndose en uno de ellos”.
En el caso venezolano mencionó al padre Macario Yépez, que con valentía y arrojo salió el 14 de enero de 1856 con la imagen de la Divina Pastora, para pedir por el cólera que azotaba la región de Barquisimeto y gran parte de Venezuela. Ni qué decir de la Sierva de Dios conocida como “Medarda Piñero”, cuyo nombre de pila era María Geralda Guerrero, quien se dedicó a los enfermos después que su padre y hermana fallecieron víctimas de la viruela negra en su Táchira natal.
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