La angustia de quedar varado en el exterior por el coronavirusSe estima que más de 10,000 argentinos quedarán varados en el exterior, sin fecha cierta de regreso a su país, tras el anuncio gubernamental de suspender los vuelos de repatriación. Se trata de una medida preventiva del gobierno argentino tras la clausura de las fronteras anunciada el 16 de marzo.
Desde esa fecha, hubo exclusivamente vuelos y viajes de repatriación para argentinos en el exterior, principalmente desde Brasil y desde los principales destinos turísticos de Europa y Estados Unidos.
Más de 20 mil argentinos regresaron en esta ventana, pero no todos. En varios países de la región, el mismo escenario.
María se encontraba en Guatemala cuando la Argentina comenzaba a contar con los dedos de las manos los casos de Coronavirus, y Guatemala ni siquiera contaba con uno. Las alarmantes noticias desde Europa comenzaban a llegar; de a poco. El viaje estaba planificado desde hace meses, para poder trabajar junto con los voluntarios y responsables de la organización no gubernamental en la que se desempeña. El suyo no era un viaje de turismo. Ni siquiera en Hotel paraba, sino en la casa de la familia de un compañero de la ONG.
En pocos días, tanto Argentina como Chile, país del que había partido, comenzaron a cancelar vuelos y las aerolíneas pusieron foco en repatriaciones. No pudo subirse a su vuelo de regreso. Y Argentina cerró las fronteras.
La cancillería argentina puso a disposición de los argentinos un servicio de comunicación para coordinar la repatriación, que permitió el regreso de muchísimos argentinos en todo el mundo, muchos de los cuales, como afirmó el Canciller Felipe Solá, habían viajado incluso después del 13 de marzo, cuando comenzaron las restricciones en la Argentina. No era el caso de María, y de muchos más.
El sistema ofrece contención y apoyo. Pero, pese a los esfuerzos, son muchas las variables en la ecuación para poder concretar un regreso de estas características. Además de la disponibilidad de vuelos, afectados en toda la región a repatriaciones y con limitaciones para seguridad del personal, los avales diplomáticos tienen que alinearse a esas posibilidades, las condiciones de seguridad, y con un mundo convulsionado, no es fácil.
María mientras tanto se queda en la casa de la familia de su compañero de trabajo. Vive en el piso de arriba de una casa de familia guatemalteca, en el cuarto de juego del sobrino de su colega. En ese sector de la casa conviven ella, su amigo, la hermana, el esposo de su hermana, y el niño que le cedió su espacio a esta inesperada visitante argentina.
En el piso de abajo, por prevención, la madre y el abuelo, sin contacto. Por prevención, separados. Escenas inesperadas hace unos meses en una casa de inmensa generosidad que consuela a otra, a miles de kilómetros de distancia, que desearía tener a su hija cerca durante la cuarentena.
María espera, como lo hacen miles de argentinos, miles de latinoamericanos, que pase esta tormenta que en la región apenas da sus primeros azotes. Aguarda entre el consumo de las noticias de Europa y las duras que empiezan a llegar del propio país, las videollamadas con la familia y los mensajes de intercambio de fotos “modo cuarentena”, oraciones, y esas actividades recreativas de aislamiento que a Dios gracias comienzan a inventarse.
María no pierde el optimismo ni la esperanza: “En estas circunstancias, siento que es importante mantener el optimismo y paciencia aunque a veces uno se angustia y vuelve a caer…y es volver a salir con optimismo y paciencia… Porque uno entiende y sabe que en otros países incluso está muriendo gente. Eso hace que se tenga más comprensión entendiendo la gravedad de la pandemia, y comprenda la importancia de “quedarse en casa” o en tu nueva casa hasta poder regresar.”
En su caso no falta la buena voluntad y los buenos oficios: una generosa familia le abrió las puertas, ella espera paciente, su familia espera orante, el gobierno la mantiene al tanto de cada detalle… Pero a veces no alcanza.
En este caso, como en tantos otros en los que es la vida la que está en juego ante el maldito virus, eso es lo que angustia: se pone todo, y no alcanza. Y sólo queda el dolor y la angustia de un lado, y el amor que contiene, acoge y se refugia en los hogares del otro, mientras pasa esta tormenta que, por el amor de Dios, termine de pasar pronto.