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Grandeza y miserias de Robinsón Crusoe

ROBINSON CRUSOE

Buena Vista Pictures

Manuel Ballester - publicado el 01/03/20

Una obra que pretende contribuir a la edificación cristiana

La vida y las extrañas y sorprendentes aventuras de Robinsón Crusoe de York, marino (1719) es considerada por algunos como la primera novela inglesa. Ha conocido diversas versiones cinematográficas (incluyendo la de Buñuel en 1952, en su etapa mejicana).

El autor, Daniel Defoe (1660-1731) perteneciente a una familia presbiterana, cambió la carrera eclesiástica por la de los negocios. No obstante, con su obra pretende contribuir explícitamente a la edificación cristiana, dentro de la tradición que arranca de Calvino.

La novela está repleta de los elementos propios de los libros de aventuras: tormentas, naufragios, piratas, esclavitud, motines, abordajes, canibalismo, peligros en bosques, ataques de animales salvajes… Y, lo más célebre, la vida en la isla desierta y el encuentro con un nativo de aquellas tierras.

Hay algunos aspectos en la obra que llaman la atención a un lector atento. Así, por ejemplo, presenta a los nativos como si fuesen el “buen salvaje” teorizado por Rousseau; pero al mismo tiempo describe sus luchas y prácticas caníbales. Sostiene que no hay que inmiscuirse en sus costumbres ya que no pretenden comerse a los europeos, si bien Robinson rescata a un español al que estaban a punto de sacrificar. En ese sentido, se hace eco de la leyenda negra antiespañola y contra la secta papista (por católica).

En cualquier caso, la novela es ágil, dinámica, llena de situaciones que cautivan la atención del lector y le enfrentan a más y más problemas y más y más soluciones ingeniosas. Al mismo tiempo, Defoe va mostrando el itinerario de una vida que se va desplegando hasta la plenitud cristiana y prosperidad económica.

Los padres de Robinson le aconsejan una vida acomodada, apacible. Sin riesgos ni esfuerzos excesivos ya que “en la posición intermedia se conocen muy pocos […] reveses, y no se está expuesto a muchas de la vicisitudes que afligen a los que se hallan en lo más alto o en lo más bajo”. Pero Robinson, aunque entiende “la enérgica voz de la razón […], me sentía impotente para obedecerla”. Al ceder a los malos impulsos de su naturaleza, la vida le va mal. Repite en varias ocasiones la idea de que los buenos o malos acontecimientos de la vida son el “castigo” o “premio” por las buenas acciones.

En el fondo de su desesperación, solo, perdido en una isla, quizá a merced de fieras, con severas dificultades para sobrevivir, genera una serie de hábitos que le irán ayudando a reconstruir su vida ahora sobre bases sólidas.

En primer lugar realiza un esfuerzo “puramente” humano. Se siente muy desdichado pero hace una doble lista, de males y bienes del siguiente tipo:

MalesBienes
Arrojado a una horrible isla desierta, privado de toda esperanza de salvaciónPero estoy vivo, y no me he ahogado como todos mis compañeros del barco

Es así como genera el hábito mental de animarse a sí mismo y “comparar lo bueno con lo malo, a fin de tener punto de apoyo para distinguir mi caso de los peores […] habiendo acomodado mi espíritu a apreciar lo favorable de mi situación”. En ese estado de ánimo emprende una serie de tareas encaminadas a llevar una vida confortable en la isla, tales como acondicionar una vivienda, cultivar o criar ganado.

Vuelve entonces su mente hacia Dios. Del naufragio se había salvado alguna Biblia. A ella recurre. En varias ocasiones, ante situaciones que le ocupan y le preocupan obra del mismo modo: abre una página al azar y ahí la Palabra resulta siempre oportuna.

Más allá de lo ocasional, va desarrollando el hábito de dirigir todo a Dios y de canalizar su relación con Dios a través de la Escritura: “me puse a leerla atentamente, y me impuse a mí mismo la obligación de leer [la Biblia] un rato cada mañana y cada noche, no limitándome a un número de capítulos, sino todo el tiempo que mis pensamientos se sintieran arrastrados por la lectura”.

Esta costumbre le abre a la comprensión de “el verdadero sentido de las cosas”. La llegada de otro ser humano, el célebre Viernes, le llena de gozo. Le enseña a hablar, a vestirse, a cultivar, a usar armas y a pastorear. Y le transmite su fe.

El proceso de evangelización de Viernes es interesante ya que obliga a una exposición del cristianismo a un nivel muy básico. Y Viernes plantea dificultades también muy elementales (¿por qué Dios no destruye al diablo? ¿será perdonado el diablo al final?). Robinson hace lo que puede pero “Dios sabe que había más sinceridad que ciencia en todos los sistemas que adopté”.

Viernes le habla también de sus creencias. Dice que un anciano, Benamukí, ha hecho todo el mundo. Por eso, todas las cosas le dicen: “¡Oh!”.

Ese ¡Oh! quizá sea el modo en que las criaturas expresan gratitud y alabanza a su creador.

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