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“Quiero a mi novio, pero no estoy enamorada”

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Orfa Astorga - publicado el 21/01/20
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¿Qué es el enamoramiento?

En consultorio, más de una vez he escuchado a mujeres admitir haberse casado sin sentirse verdaderamente enamoradas. Los motivos:

  • soledad,
  • miedo a la soltería,
  • deseos de alejarse de la familia de origen,
  • costumbre
  • compromiso por un largo noviazgo,
  • pena por un desvalido novio,
  • chantaje de su propia familia o un matrimonio por interés…

Igualmente, ha habido quien me ha consultado ante la duda de comprometerse o no, expresada en la frase: “Quiero a mi novio, pero no estoy enamorada”. Duda que suele tener en su raíz un sentimiento de culpa y mucho de frustración, pues enamorarse es culmen de la inclinación natural a buscar la unión en el varón y la mujer. 

Entonces… ¿Qué es enamorarse?

Uno no se enamora cuando y como quiere con un acto de libre voluntad, a uno lo enamoran, y entonces se padece la ebullición del propio cuerpo como varón o mujer, de lo que se encargan en un principio nuestras hormonas.

Puede un primer “flechazo” de mutua correspondencia, un “me gusta, es mi tipo”,  fundirse solo en el atractivo físico. La mirada de sus ojos, el tacto de sus manos, sus labios, su voz, su calor y presencia física nos conmueven.

Por ello la intensidad del enamoramiento se origina en nuestra carne, como la manifestación más primaria de nuestra sexualidad, por lo que bien se puede decir que es cuando  el corazón le gana la partida a la cabeza, y que la razón esta felizmente rendida, poniendo todos sus recursos al servicio de los sentimientos del corazón. 

Es cuando aparecen las dinámicas propias del enamoramiento:

  • Intensos deseos de estar siempre juntos.
  • De que lo sublime de esto que nos ha ocurrido, sea intimidad, solo y exclusivamente nuestra.
  • Que lo que sentimos jamás pase, y nuestra unión no ceda a los avatares de la vida.
  • A ser la mejor versión que cada uno lleva adentro para “para ser digno de amor”.
  • A sentir el impulso a la vida, a disfrutar de todo lo que nos rodea, donde todo adquiere una nueva luz, una novedad que nos convierte en músicos y poetas capaces descubrir lo nuevo en lo viejo, con la sublime humanidad de que habla la expresión: “Nací el día en que te conocí”.

La importancia de enamorarse

Todas estas dinámicas del enamoramiento, invitan ciertamente a construir un proyecto de vida juntos, pero se necesita algo más que el solo impulso de la carne, hará falta una implicación de toda la persona, ya que el impulso de la carne, en cuanto carne, aun siendo intimo e intenso puede ser cíclico, y hasta efímero: surge, alcanza cierto cenit y decae.

No sucede así, cuando enamorarse se traduce en la disposición física y espiritual para abrirse paulatinamente a la intimidad, pasando de estar unidos en las obras a estar unidos en el ser.

El enamoramiento logra entonces la unión íntima afectiva y sensible, que da la capacidad de sentir el cuerpo del amado como si fuera el propio, es decir, al cuerpo que encarna toda su persona, en un amor personal que rebasa lo puramente sensual, físico, emocional y biológico.

Un amor que rebasa las fronteras del tiempo.

Es por ello, que una pareja de ancianos, en quienes los últimos rescoldos de la pasión se han apagado, pueden seguir enamorándose al sentirse y verse a través de su corporalidad capaz de expresar la ternura de todo su ser, con las expresiones de sus ojos, su voz, su sonrisa, sus caricias, o la bondad del uno con el otro.

Una pareja de veteranos bien puede actualizar la totalidad del matrimonio a través de sus sentimientos de enamorados, en la cima de su amor…en su unión de uniones.

No vale la expresión: “Se casó ciegamente enamorada” pues el enamoramiento no quita de ninguna manera la autodeterminación, pues por encima de los impulsos y sentimientos, la razón debe imponerse para dictar la conveniencia de seguir o no la relación, ya que se está en una etapa de libertad. Algo que no debe afectar a quien tiene bien educada su afectividad.

Enamorarse marca la diferencia entre “querer” como propio de la voluntad y ese otro “querer” en que además se encuentra profundamente implicado el corazón de quien ama.

Por Orfa Astorga de L.

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