Cada vez más los expertos en psicología infantil insisten en la importancia de educar las emociones y que el niño aprenda a comprender y expresar sus sentimientos. Esto será decisivo a lo largo de toda su vida, tanto para su vida familiar, su capacidad para cultivar sanas amistades, como para su desempeño laboral.
Muchos matrimonios se desmoronan por el analfabetismo emocional de nuestras sociedades, porque no saben cómo resolver sus conflictos emocionales y cada uno culpa a los demás de lo que le sucede sin aprender a comunicar y resolver internamente lo que le pasa.
Así, muchos andan por la vida tratando de no chocar, de no tener el más mínimo conflicto, para vincularse con otros, lo cual es un ideal imposible y sin sentido de realidad. La única salida que les queda es el aislamiento o mantener relaciones superficiales, por la incapacidad para lograr una comunicación sincera y profunda con quienes les rodean.
Todos nosotros hemos aprendido a manejar nuestros enojos mirando a nuestros padres o con quienes crecimos. De hecho, uno se encuentra con matrimonios donde uno de los dos creció en una familia donde cuando había un conflicto, el enojo se volvía hermetismo, cada uno se cerraba en un profundo silencio, en indiferencia, hasta que se pase y luego no se habla del tema, como si aquí no hubiera pasado nada.
Se tiene miedo incluso de que, si volvemos a hablar del tema, volveremos a enfadarnos con consecuencias cada vez más violentas. Entonces lo mejor es guardárselo y no volver a hablar del asunto.
No es el mejor camino, ni el más sano psicológicamente, pero es la forma que muchos aprendieron a manejar los enfados.
Imaginemos que la otra parte creció en una familia donde se expresaba todo directamente, sin filtros, sin dilaciones, a los gritos incluso y luego se apagaba todo tan rápido como explotó, con una reconciliación sencilla porque ya todo lo hemos dicho sin medir las consecuencias.
Tampoco es un camino ideal, pero a muchos les ha brindado una salida a “sacar para afuera” sus enojos.
El problema es cuando uno convive con otra persona cuya forma de manejar los enojos es diferente y uno esperaría que todo funcionara como le funciona a uno mismo. Y así encontramos personas enojadas porque el otro es “una persona cerrada que no comparte lo que siente” y a su vez, la otra parte puede sentirse ofendida porque sin darse tiempo le arrojó todo el enojo con palabras hirientes en unos pocos minutos como si fuera el fin del mundo.
Y así, la cuestión se pone muy difícil de resolver. Algunos lo manejan con un poco de humor, pero otros pueden sentirse muy ofendidos con una ironía, porque la interpretan como falta de transparencia.
¡Cuántas veces quien no sabe expresar las cosas con toda claridad se refugia en el humor y la ironía, y en lugar de tener un efecto de distención, crea más conflicto porque el otro lo interpreta como una agresión indirecta, sutil e hipócrita!
La mayoría de la gente desearía que no existiera el enfado, porque no saben cómo manejarlo. De hecho, es la emoción más difícil de manejar y sus consecuencias pueden hacer mucho daño. ¿Qué hacemos?
La vida cotidiana está atravesada por toda clase de experiencias que nos causan dolor y frustraciones. Cuando esto sucede nos invaden reacciones que nos limitan, nos confunden y no sabemos qué hacer con ellas, porque no las manejamos.
Ya sea porque desconocemos sus causas o porque preferimos ocultar toda debilidad en un mundo que no tolera el límite y la frustración. Ser consciente de los efectos negativos de mis enojos, sobre mí y sobre los demás, es un principio para comenzar a trabajar en cómo manejarlo.
Muchos creen que tienen que dar rienda suelta porque “es lo que sienten”, como si sentir algo nos autorizara a transformarlo en palabras y acciones automáticamente. Eso no es cierto. Esto requiere pensar en el otro, reflexionar y conversarlo con quienes convivo.
Dar rienda suelta al enojo nos pasa factura, porque se dicen y se hacen cosas que en el fondo no se piensan ni se quieren, de las cuales en la mayoría de los casos nos arrepentimos.
Por otra parte, quienes reprimen o niegan la realidad de su enojo, no pueden hacer que deje de existir y es una verdadera implosión interior. Se busca ser lo más “educado” posible y el precio es un gran sufrimiento interior. El enojo reprimido siempre escapará por otros medios y de modos camuflados.
El miedo a sus consecuencias llevará a perder la oportunidad de diálogos sinceros y profundos, aprendiendo a sobrevivir en relaciones superficiales, conversando frivolidades para poder escapar de lo que no puedo manejar ni quiero enfrentar.
El camino más saludable para uno mismo y para los vínculos es conocerse a uno mismo, reconocer lo que me sucede, reflexionar sobre ello y una vez que ha pasado la emoción, exteriorizarlo en una conversación sincera y distendida.
Así no solo aprendemos a comunicar nuestro mundo interior, sino que ayudamos a los que nos quieren a que nos conozcan mejor y puedan ayudarnos a manejarlo. Amarse y cuidarse a sí mismo requiere hacer algo con lo que nos hace daño.
Es gratificante el alivio que produce una sana y pacífica conversación, donde el objetivo es solamente expresar lo que sentí, por qué lo sentí y qué puedo hacer para manejarlo.
No es una conversación con juicios ni con reproches, sino un espacio seguro donde puedo expresar lo que siento y nada más. El miedo al juicio de los demás nos impide mostrar nuestra vulnerabilidad, pero paradójicamente es así como nos hacemos más fuertes interiormente, cuando somos capaces de reconocer, aceptar y expresar lo que nos pasa.
Esto requiere entrenamiento, un cambio de hábitos que necesita esfuerzo y dedicación. Es una opción de sanidad interior y de crecimiento personal, es un acto de amor por nuestros seres queridos que nos padecen cuando no sabemos manejar nuestros sentimientos.
El enojo es una emoción refleja provocada por sentimientos que ocurren primero, como pueden ser frustraciones, miedos o dolor. Aprender a reconocer los sentimientos que causaron el enojo y compartirlos, “desactiva la bomba”.
Cuando compartimos el dolor, el miedo o frustraciones, no lo hacemos a los gritos, sino entre lágrimas, con la voz suave y tranquilos, abriendo el corazón a quien incluso nos ha lastimado, pero sabemos que no fue su intención. A veces se necesita encontrar el momento oportuno y esto requiere aprender a esperarse mutuamente. Así fortalecemos nuestra intimidad y crecemos en la verdad.
Aunque no es divertido escuchar los enfados de los demás, lo mejor es escuchar todo sin interrumpir, sin defendernos en ese momento, sino esperar a que pase la tormenta, para luego poder aclararse. Porque las respuestas cuando el otro está enojado, encienden el conflicto.
Siempre hay razones en ambas partes, por eso hay que empezar por reconocer en lo que el otro tiene razón, para dar luego mis razones. Cuando el otro siente que lo entienden y le dan razón sinceramente, el enojo a veces desaparece instantáneamente.
Cuando nos acercamos a niveles de tensión y conflicto muy elevados, hay que pedir un tiempo de reposo para retomar luego más tranquilos la discusión. A veces es necesario apartarse por un rato y dejar que “se aquieten las aguas”.
Reconocer y comunicar las causas remotas del enfado: Podemos estar irritables por otras razones que olvidamos y “explotamos” por algo trivial. Darnos cuenta de que podemos sentirnos insatisfechos o ansiosos, cansados o saturados, y el problema no es lo que me hizo enfadar en un solo instante. Hablar luego de lo que me sucede requiere de un diario ejercicio de introspección y de la determinación de comunicar a los otros lo que me sucede.
Hay que revisar temas no resueltos de nuestra infancia o adolescencia que pudieran afectarnos en nuestras relaciones actuales. A veces el mejor camino es acudir a ayuda terapéutica, pero hay situaciones sencillas en las que podemos darnos cuenta de que nuestras reacciones desproporcionadas se deben a que se han activado viejos malestares interiores.
Algunos expertos en terapias matrimoniales recomiendan estos tres pasos para elaborar nuestros enojos como pareja.