Felicidad y placer sexual no son sinónimo, lo que resulta evidente ante los casos de rápido fracaso de ciertos matrimonios prematuros, separaciones, violencia de género, etc.
Es así, porque cuando el placer se vuelve un fin en sí mismo, entonces llegan la adicción, el hastío, desprecio, incluso odio, mientras que en la auténtica felicidad contundentemente… no.
– Mi novio y yo “hacíamos el amor“ con una pasión tan intensa, que acordamos que, al casarnos, retrasaríamos al primer hijo para seguir disfrutando con toda libertad. Solo que algo en nosotros comenzó a enfermar, cuando con frecuencia teníamos relaciones solo como algo fisiológico y hasta banal – contaba en consulta una joven mujer.
Fue cuando recibimos el equivocado consejo, de que debíamos insistir en el cómo sentir el sexo aun con mayor intensidad, proponiéndonos que adquiriéramos ciertos productos y artilugios que acabaron de dar al traste con nuestra raquítica comunicación.
Y comenzamos a discutir, como unos desconocidos.
Ahora. pensando en el matrimonio, nos sentimos desencantados. y con una mutua y rara desconfianza, que nos agobia – agrego bajando los ojos.
–Bueno, el punto es aprender que existe un orden en el amor —le comenté creando un clima de confianza.
– ¿Orden… para hacer el amor?
– Me refiero a un orden, por el que el amor no “se hace”, sino que se “es”
Para explicarlo, usemos la figura de una escalera de cuatro peldaños, para ascender a la íntima y verdadera unión, en la que el amor se “es”, y cuya incapacidad para lograrlo por ahora, les está provocando una justificada inquietud.
En el noviazgo, lo más profundo del amor cala en el ser de los que se aman, para convertirse en un bien el uno para el otro. Un amor en el que se considera a la persona amada, como un bien en sí misma.
En esta etapa, la intimidad sexual no solo no es necesaria, sino impide el necesario conocimiento personal y la dignidad de la entrega plena y total dentro del matrimonio.
Ya en el matrimonio, los cónyuges manifiestan ese amor personal a través de sus cuerpos, al unirse íntimamente, con la confianza y la alegría de una sincera y plena entrega, para lo cual el detonante natural es el deseo sexual, espontáneamente expresado.
Es entonces, que el placer en las relaciones es algo buen y legítimo, al expresar la donación personal y aceptación total del otro, en cuanto varón y en cuanto mujer, estando responsablemente abiertos a la vida.
Por aprendizaje natural, las relaciones íntimas se dinamizan por todo aquello que se siente en lo psicológico, emocional, afectivo, así como todo lo que deviene por lo bioquímico, como la testosterona, los estrógenos, serotonina y más, que conjuntado todo, hacen su valiosa aportación a la pasión de amor.
Sin embargo, hay quienes piensan que el tercer escalón en realidad debe ser el primero y más importante, confundiendo la pasión de amor con el verdadero amor.
Es cuando el placer se convierte en un fin en sí mismo, degradando el amor personal.
Cuando prevalece solo la pasión de amor, esta no expresa cariño, respeto o delicadeza, debido a que, quien dice amar, no tiene consciencia de que los dinamizadores bioquímicos, afectivos y sentimentales que el sexo convoca, ante todo, contienen y manifiestan su ser personal.
Dicho de otra manera, no es que esos dinamizadores se tengan como quien tiene cabello, sino que en ellos se “es”, desde lo más profundo del ser personal, por lo que la expresión el amor no se “hace” sino que se “es”, adquiere su más profunda verdad.
Mi consultante hizo muchas preguntas, por las que evidenciaba que había logrado entender, que, si debía rectificar, debía hacerlo en el verdadero orden del amor, escalón por escalón, y para ello haría nuevos propósitos que se proponía compartir con su futuro esposo.
Cuando el amor se “es”, lo más importante “es ser el uno para el otro”, transformando el propio ser del varón y la mujer, en una abnegación virtuosa contra el egoísmo y la apropiación del otro, como mero objeto de placer, para dar cabida a la verdadera alegría del verdadero amor.
Consúltanos escribiendo a: consultorio@aleteia.org