A 80 años de la famosa “Batalla del Río de la Plata”, una contienda entre nazis y aliados en América Latina
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“Después de haber luchado largo tiempo, he tomado la grave decisión de hundir el corazado Admiral Graf Spee a fin de que no caiga en manos del enemigo”, expresaba un pasaje de una de las misivas expresadas por el capitán de navío alemán Hans Langsdorff, comandante del acorazado Admiral Graf Spee.
“Me enfrento con mi destino conservando mi fe intacta en la causa y el porvenir de mi Patria y de mi Führer”, se indicaba más adelante en la carta de un hombre cuyo suicidio se confirmaría en la mañana del 20 de diciembre de 1939 luego del hallazgo de su cuerpo envuelto en una “bandera de guerra alemana” y con un balazo en su frente.
Hasta aquí el trágico final personal y el desenlace de una historia que sería reconocida tiempo después como la “Batalla del Río de la Plata”, la instancia en que la Segunda Guerra Mundial se disputó de manera inédita en Sudamérica.
Es que si bien para muchos lo acontecido con el acorazado alemán Graf Spee es más que conocido, aún resulta curioso entender cómo la contienda entre aliados y nazis llegó a las puertas de Uruguay, país sudamericano que se declaró neutral durante el enfrentamiento bélico, y que puso en jaque la paz en el Río de la Plata.
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Ataques a la marina mercante
Para entender un poco más los motivos de esta batalla hay que retrotraerse a la orden de Adolf Hitler, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939, de atacar a la marina mercante de los aliados.
Y es ahí donde aparece el Admiral Graf Spee, corsario alemán –encargado de hundir embarcaciones- que entró en disputas con cargueros aliados en el Atlántico Sur.
El 13 de diciembre de 1939 sería crucial en aquellas disputas. Luego de identificar al crucero pesado británico Exeter –al igual que cruceros ligeros como el Ajax- el intercambio de cañonazos derivó en la detención de la lucha y el retiro del Admiral Graf Spee en aguas del Río de la Plata. El fin era la recuperación de decenas de heridos –el combate había matado a más de 30 de los tripulantes-, además de la reparación del corsario.
Sin embargo, lo que Langsdorff nunca imaginó fue que esta estadía en el puerto de Montevideo (Uruguay) –a pesar de que varios heridos pudieron ser trasladados a hospitales y aliados cautivos liberados- se transformaría en la peor de las pesadillas para su propio futuro y el de sus hombres.
Efectivamente, aquella disputa diplomática –la embarcación solo podía permanecer 72 horas en puerto en base a la Convención de La Haya- que duró varios días de diciembre generó la drástica decisión del comandante del acorazado alemán de hundirlo ante la amenaza de que los aliados (quienes presionaron a través de acciones de Inteligencia generando falsas especulaciones entre los nazis en cuanto a hacer creer de que el acorazado estaba rodeado) y pudieran ingresar al mismo, algo que también ponía en juego la vida de la tripulación.
Y finalmente sucedió. Primero la orden de destrucción de equipamiento interno, al igual que municiones. Luego la preparación del hundimiento y detonaciones. Miles de personas fueron testigos de aquellos estruendos. El acorazado fue sumergido el 18 de diciembre de 1939.
La tripulación previamente pudo ser recogida por una embarcación argentina. Lo que sucedió con el comandante ya se relató. Luego de recibir sepultura en el Cementerio Alemán, los restos de Langsdorff fueron sepultados en el Cementerio de La Chacarita (Buenos Aires).
Pero aún serían más conocidas aquellas largas jornadas que 80 años después, en la actualidad, siguen estando presente en el recuerdo de muchos, pues significó nada más ni nada menos que uno de los enfrentamientos más crueles que padeció la humanidad también hizo ruido en América del Sur. Quiera Dios nunca más vuelva a suceder.
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