Duele tirar con fuerza de las raíces sin querer romperlas, pero los cambios traen grandes cosas…
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Las mudanzas presuponen siempre una buena cuota de audacia que me haga capaz de dar un salto en el vacío. Un nuevo comienzo, una casa nueva, un horizonte desconocido. Una aventura, una pérdida que me lleva a cambiar.
Comienzo de nuevo después de haberlo perdido todo. O comienzo en un lugar mejor para mi vida en este momento. La vida está llena de mudanzas, todo cambia.
Muda el cuerpo con el paso de los años. Muda el sentimiento. Y muda el alma. Me mudo de una casa paterna a una casa propia o a otra casa o me quedo sin casa.
Me mudo de un lado a otro buscando un lugar seguro, un hogar estable donde echar raíces. Mudar es propio de la naturaleza humana tan habituada al cambio.
La mudanza es una tarea ardua e intensa que me exige excavar de pronto en todos mis recuerdos. Deshojando fotos, hurgando en los cajones antes olvidados.
Me sumerjo recogiendo vestigios de un pasado lejano o más cercano, casi olvidado. Quiero aprender a mudarme para comenzar de nuevo sembrando sueños. Y así volver a guardar, a amar, a vivir, a atarme a la vida.
Mudar el alma es lo más habitual. Mudan las costumbres, mudan los hábitos. Las tendencias y las inclinaciones. Me gusta que el alma mude, pero no quiero trasplantarla. Porque duele tirar con fuerza de las raíces sin querer romperlas.
Porque han de volver a vivir en otra tierra. Es esta una tarea difícil de jardinero. La tarea de Dios cambiando mi alma.
Tal vez no siempre sea el momento adecuado para un cambio. O demasiado frío. O demasiado seco. Sé que Dios lo sabe todo mejor que yo, eso seguro, acepto los cambios. Decía San Ignacio:
“En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”.
Habla de desolación en contraposición a consolación del alma:
“Así como oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador. Los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación”.
En ese estado del alma, cuando estoy turbado, triste, deprimido, angustiado, es mejor no cambiar nada importante, ni tomar decisiones drásticas e irreversibles. Es entonces mejor seguir como hasta ahora, sin decidir nada de forma apresurada.
Sé que el corazón no sueña con las alturas y padece cuando se queda a medio camino. Y sufre y llora. Y ve entonces más lo negativo que lo positivo conquistado. Y desea con fuerza lo que no posee.
En momentos de desolación cambiar puede ser un gran error. Mudarse y dejar lo de siempre implica un riesgo cuando el corazón no aspira a las alturas y se arrastra por el barro lleno de melancolía. En esos momentos, sin duda, mejor no hacer mudanza. Pero añade san Ignacio:
“Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene a inflamarse en amor de su Criador y Señor, y cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas. Llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad y toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, aquietándola y pacificándola en su Criador y Señor”.
El amor a Dios consuela al alma y la eleva a las alturas. El amor me hace soñar y descansar en Él. En tiempos de consolación puedo mudar con paz en el alma.
Son tiempos de felicidad del corazón. Entonces puedo tomar decisiones en Dios. Para lograr hacerlo me mueve la alegría de saberme amado por Él. Mudar en tiempos de calma es más fácil. Mudar en tiempos de tormenta resulta complicado.
Es cierto que no elijo yo los tiempos que vivo. Pensaba que era tiempo de consolación y se torna confuso. O me sentía en medio de la tormenta e irrumpe el sol con su paz. Todo puede cambiar en pocos momentos.
En cualquier caso, las circunstancias no quiero que manden sobre mí. Quiero hallar consuelo en momentos de desolación y en momentos de paz sonreír alegre.
Quiero ese consuelo en el que Dios me invita a dejar lo que amo ahora, a sacar las raíces de mi tierra, y a hacer mudanza. Y lo hace para que mi corazón sonría en el vértigo de sentirme retenido entre dos orillas, suspendido en el aire, inerme. Sin capacidad para volver atrás. Sin la resolución para seguir adelante.
Mudando lentamente sin darme yo cuenta. Primero el cuerpo. Más tarde el alma. Dejando con dolor lo que me ata. Con la sangre de la vida que se entrega. Así es mi mudanza.
Y yo me siento consolado mientras busco entre cajas y recuerdos las huellas del paso de Dios por mi vida. Cuando arrecia el viento y el mar está revuelto.
Y sonrío alegre mientras mudo con dolor. Busco, excavo, siento. Toco, acaricio, retengo. Mi corazón está conmovido. No dejo de pensar en todo lo que Dios hará cuando mude del todo. Cuando logre Él vencer en mí tantas resistencias.
Confío. Es tiempo de mudanza siempre en el corazón de Dios en el que vivo. Y nada es tan fijo ya en mí mismo, en mi vida, en mis hábitos. Sonrío en medio de mudanzas.
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