Esto es lo que ha hecho la Pastoral Penitenciaria tras masacre carcelaria en el estado de Pará (Brasil). Una alerta sobre otra posible matanza persiste “La masacre en el Centro de Recuperación Regional de Altamira en el suroeste de Pará es la segunda más grande en la historia de Brasil después de la masacre de Carandiru, con un total de 62 muertes. La coordinación nacional de la Pastoral Penitenciaria, cumpliendo su misión de estar al lado de los prisioneros y sus familias, fue a Altamira para brindar solidaridad, para escuchar lo que los familiares tenían que decir y no dejar que la sociedad olvidara otra masacre en el sistema penal. La conmoción inicial causada”.
Así comienza el reciente artículo de la hermana Petra Silvia Pfaller, coordinadora nacional de la Pastoral Carcelaria de Brasil, publicado en Ponte Jornalismo, propuesta periodísticas con énfasis en Derechos Humanos.
Es que aún persisten los ecos de la masacre de presos acontecida a finales de julio en el Centro de Recuperación Regional de Altamira, en el estado amazónico de Pará, y que ha dejado como saldo la muerte de más de 60 personas.
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Debido a esto, en los últimos días la Pastoral Penitenciaria ha tenido la oportunidad de recorrer la unidad penitencial de Altamira, instancia en la que pudo conocer de primera mano el dolor y brindar el mejor abrazo ante tanto drama.
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“Pudimos ingresar a la penitenciaría el martes (6/8), junto con la Oficina del Defensor Público del Pará y el Colegio de Abogados de Brasil, pero la visita fue solo en el ala de contenedores, celdas inhumanas (…) No se nos permitió ingresar a otras salas, alegando problemas de seguridad. Fue difícil hablar con los prisioneros porque la escolta policial era pesada, pero estaban muy asustados. Dijeron que las visitas fueron suspendidas por 15 días y que se les ha prohibido tomar el sol en el patio durante una semana”, comenta la hermana.
“Mi hijo estaba totalmente carbonizado”
“Cuando llegamos, quedó claro cuán poco valor tiene la vida y la falta de empatía que el estado tiene por los muertos y sus familias. Condujimos al Batallón Militar de la Policía Militar, donde había un camión refrigerado que contenía los cuerpos de prisioneros no identificados”, indica la hermana al momento de contar el inicio del recorrido por esta prisión de Altamira.
Es ahí donde comienza también el relato más dramático con énfasis en el dolor de los familiares y la dificultad para enterrar a los muertos no identificados.
La voz de estos familiares, muchos de ellos con temor y amenazados, es más que elocuente y por eso reproducimos a continuación un pasaje del relato en el que se cuenta el contacto de la Pastoral Penitenciaria con este drama:
“El peso de perder a su hijo con una madre con la que hablamos fue tan grande que no podía llorar por el momento porque estaba medicada: ‘el tapón se caerá más tarde, y ni siquiera sé cómo será’. Esta madre nos dijo que el día antes de la masacre, su hijo le dijo que necesitaba atención médica porque estaba derramando sangre.
La violencia era común en la prisión de Altamira. ‘Su esposa dijo que estaba herido. Cuando fui a hacer mi billetera para visitarme, me dijeron que no me preocupara de que mi hijo no tuviera ningún rasguño. Ahora mi hijo está muerto. ¿Qué esperar de un lugar así?’, Dice la madre.
También informó que estaba en la puerta de la prisión en el momento de la masacre, pero cuando llegó, su hijo ya estaba muerto. ‘No me quedé en la puerta por mucho tiempo, comencé a enfermarme y volví a casa. Llegas allí, entras en esa ansiedad, rezas … mi hijo estaba totalmente carbonizado, sus manos, sus pies, su rostro deformado’”.
Luego de esto, la hermana se anima a una reflexión:
“Tal masacre no puede simplemente reducirse a una guerra entre facciones, como el gobierno ha estado tratando de hacer. Lo que sucedió en Altamira es el resultado del sistema penitenciario brasileño, con sus terribles condiciones, tortura y violencia física, psicológica y también el contexto social de la ciudad de Altamira”
“Altamira es, según el Atlas de la violencia, la segunda ciudad más violenta del país, con más de 100 muertes por cada 100.000 habitantes. La ciudad no era así antes de que comenzara la construcción de la central hidroeléctrica de Belo Monte. Cuando los contratistas llegaron a la ciudad, la población aumentó de manera desordenada debido al trabajo y, después de la construcción de la planta, las tasas de desempleo aumentaron”, agrega Irma, quien ha tenido la oportunidad de realizar un viaje al lugar del dolor para vivir de primera mano un drama que parece no tener fin en Brasil y que suele repetirse con frecuencia en América Latina.
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Otra posible masacre
Mientras esto acontecía, la agencia Ansa reprodujo también la opinión de la hermana con respecto a que el clima de “tensión permanece” dentro del centro penitenciario y que esto podría derivar en otra rebelión.
Es por todo que la mirada sobre lo que acontece en estas cárceles –pese a algunas acciones de parte de las autoridades en cuanto al traslado de cabecillas vinculados a la matanza- permanece. Más que nunca clama atención, misericordia y acompañamiento.
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