El filósofo Francesc Torralba ha participado en Harvard en un encuentro sobre el futuro de lo humano
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Hay quien ve en el transhumanismo la peor de las tendencias que nos esperan. Para otros, es la solución a enfermedades, envejecimiento e incluso un antídoto a la mortalidad. En la Universidad de Harvard han debatido sobre el tema que no pone de acuerdo a juristas y que interpela no sólo a las religiones sino a todo humanismo que se precie.
El filósofo Francesc Torralba ha sido uno de los participantes, y nos recuerda que estamos ante un vacío legal que permite abrir nuevas rutas de consecuencias insospechadas.
– ¿Por qué Harvard decide reunir a expertos internacionales para debatir sobre transhumanismo?
Francis Fukuyama, autor de El final de la historia, escribió que el transhumanismo es la ideología más peligrosa del siglo. Michael Sandel, egregio profesor de Harvard, se ha postulado claramente contra las tesis del transhumanismo en su libro, Contra la perfección. Existe una élite mundial dispuesta a vender al mundo la utopía de la biomejora humana a través de la implementación de tecnologías altamente sofisticadas.
El sueño fascina a algunas grandes fortunas dispuestas a ampliar sus capacidades humanas y a crear nuevas competencias con artilugios de última generación. La batalla entre los bioconservadores y los tecnoprogresistas está servida en un entorno donde no existe un derecho internacional ni una ética global en lo que se refiere al progreso biotecnológico.
Existe un vacío legal que permite abrir nuevas rutas de consecuencias insospechadas. Sería ingenuo deslindar el transhumanismo del neoliberalismo, y, particularmente, del consumismo tecnológico de alto nivel adquisitivo. Lo que está en juego es la equidad, la igualdad de oportunidades, un valor esencial en la Europa social.
– ¿Qué aportaciones le han inquietado más?
Inquieta la velocidad de los hallazgos biotecnológicos, la dificultad de consenso entre la comunidad de juristas y la pluralidad de posturas filosóficas y teológicas. Inquieta la lentitud en la toma de decisiones biopolíticas a nivel planetario y la presión de los mercados para lanzar en la gran plaza productos que puedan seducir y fascinar a las élites más pudientes de la tierra. Preocupa que mientras una élite sueña con la inmortalidad, miles de seres humanos no disponen de agua potable en sus casas y miles de niños sufren desnutrición.
La tecnología al servicio del capital solo engrandece la brecha entre pobres y ricos en el mundo. La tecnología al servicio de la persona es lo único que puede mejorar el mundo y progresar socialmente la humanidad.
– ¿Cuál es el punto de convergencia cristiano ante estos dasafíos?
Desde el humanismo cristiano, el protovalor es el persona humana, su dignidad inherente. La ciencia debe estar al servicio de su pleno desarrollo. El humanismo cristiano no está en lucha contra las biotecnologías, pero sí contra el paradigma tecnocrático, contra una economía excluyente que mata y descarta a los más vulnerables, y, contra una biotecnología que se apropia se la naturaleza para convertirla en un ámbito de explotación.
La equidad es el segundo principio fundamental, la distribución de la riqueza del mundo y la igualdad de oportunidades. El escenario en el que habitamos está a años luz de esta realidad. Las innovaciones biotecnológicas están financiadas por grandes corporaciones multinacionales que aspiran a conseguir enormes beneficios con sus inversiones. La libertad e investigación científica se somete de esta manera al poder del capital y la razón tecnológica se pervierte en razón instrumental.
– ¿Se pierde lo humano?
Emerge lo transhumano y posteriormente nacerá lo posthumano. En nuestro contexto, se impone la necesidad de reivindicar lo humano. Esa es la esencia del humanismo, tanto del cristiano como del ateo.
Reivindicar lo humano significa, a la par, reconocer su vulnerabilidad, su infinito valor, su grandeza y su precariedad simultáneamente, su condición encarnada y su enigma.
Desde el humanismo cristiano, el ser humano es, en último termino, un enigma que trasciende a la ciencia y al lenguaje cuantitativo, que atesora un misterio que escapa a la conceputalización racional.
– ¿Cómo evitar el desencanto ante un futuro incierto?
Frente al desencanto, la virtud de la esperanza. La esperanza no es la ingenuidad, ni la frivolidad. Se nutre de lo conseguido en el pasado, de la confianza en el poder de la inteligencia humana, de la creatividad y de la imaginación colectiva, pero también de la confianza en que no estamos solos, ni abandonados al azar y a la necesidad, sino que Alguien vela por nosotros, incluso, cuando todo cruje.