Si sientes que la familia te aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, pregúntate si no es acaso un camino que el Señor está usando para llevarte a las cumbres de la unión mística…
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Hay una pregunta que resuena con fuerza: “¿Y quién es mi prójimo?”.
Entiendo como prójimo al que está cerca de mí. Al que me interesa. A aquel al que le interesa mi vida. Aquel por el que sufro cuando sufre. Cuando me falta. Aquel al que lo mío le importa y me pregunta con cierta frecuencia: “¿Cómo te encuentras? ¿Qué sientes? ¿Eres feliz?”.
El prójimo puede estar lejos en distancia física. Puede vivir al otro lado del mar. Pero es prójimo. Porque está próximo a mi alma. Porque todo lo suyo me interesa. Y no me interesa lo que a él tampoco le preocupa.
Veo entonces que la proximidad la determina el corazón, el alma. Hay vidas cercanas que están muy lejos. Y hay personas que están lejos y viven muy dentro.
Me asusta tener muy cerca a personas lejanas y no me preocupa que estén lejos los que tengo tan cerca. Aquellos que me quieren cuando están cerca y lejos son los que cuentan. Aquellos que me importan sin importar la distancia.
Veo que el amor es el que acerca o aleja. El amor atrae, la indiferencia aleja. La distancia la ponen mis ojos guiados por mi alma. Yo veo lejos a algunos estando cerca. Y veo muy cerca a otros estando lejos.
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Jesús me pide que ame a mi prójimo. Y me dice cómo amarlo: “Y al prójimo como a ti mismo”. ¿Sólo al que está cerca en mi corazón? ¿Sólo al que me preocupa y al que yo le preocupo? ¿Sólo al que me ama con toda su alma?
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La medida del amor soy yo mismo. La medida con la que yo me amo.
A menudo veo que me amo mal. Elijo lo que no me conviene. Opto por el camino equivocado. Me ato de forma enfermiza. Y dependo para estar feliz de tantos amores que es imposible lograrlo.
No me amo bien. No me quiero tanto. Me cuesta aceptarme como soy, en mi pobreza. Y me rebelo contra mi cuerpo, contra mis defectos, contra mis debilidades. No escucho mis gritos pidiendo ayuda. No soy sensible a mis necesidades del alma.
Si a mí mismo no me quiero bien, ¿qué le queda al resto?
La medida con la que amo no es la mejor de las medidas. Manda en mí mi amor propio. Mi orgullo busca vencer en todas las batallas. Pero no es suficiente.
Necesito amarme bien, respetar mis tiempos. Alabar a Dios por todo lo bueno que hace en mí. Cuando logro tener una medida grande de amor a mí mismo, de amor sano, soy más capaz de amar a otros.
La medida de mi amor es escasa. Un amor generoso es el que necesito para ensanchar el alma. Una mirada más honda. Una mirada que acerque y no aleje.
Cuando mi amor es escaso y pobre veo a todos demasiado lejos. Vivo exigiendo que me atiendan, que me busquen, que me quieran. Vivo esperando que los demás tomen la iniciativa y se comporten como yo espero.
“¿Quién es mi prójimo?”. Comenta el papa Francisco: “Cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios“.
Mi amor a Dios y al prójimo están unidos. Digo amar a Dios con toda mi alma, pero luego desprecio al prójimo. No lo veo. O lo veo demasiado lejos como para que me preocupe.
Se preguntaba el padre José Kentenich: “¿Cómo aprender de nuevo a amar correctamente a Dios y al prójimo? Por otra parte, ¿cómo aprenderá nuevamente a amar con un sano amor filial?”.
El amor a Dios y al hombre están tan unidos… El amor a Dios y el amor a mí mismo. Un amor sano que me saca de mi oscuridad y de mis fríos.
Comenta el papa Francisco:
“Entonces, quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarlos a las cumbres de la unión mística”.
El amor al hombre que está próximo me acerca a Dios. El amor al Dios que habita en mi alma me acerca al hombre. El amor tiene que acercarme.
Soy yo el que se mueve en mi interior para acercarme al otro. Soy yo el que aproxima o aleja.
Hay personas tan heridas en su amor que ven lejos a los demás, no sintiéndose amados. Y al alejarlos de su vida con dolor alejan la posibilidad de sentirse amados.
Es una paradoja. Queriendo ser amados no aman. Queriendo estar cerca se alejan. En lugar de amar desprecian. En el fondo no se aman y sienten que nadie más los podrá amar nunca.
La cercanía y la distancia es el juego que tienen lugar en mi alma. Tengo a tantas personas cercanas. Y otras que están lejos y quisiera aproximarlas. A veces no puedo.
Mi rencor, mi egoísmo, mis prisas, mis miedos son las razones que me alejan del próximo. Lo mantienen a distancia para que no moleste. Para que no me quite la paz y tranquilidad de mi vida.
La distancia ayuda a vivir tranquilo. La cercanía incomoda. Depende de lo que elija en mi vida seré feliz o infeliz.
Si elijo la distancia, sufriré menos, amaré menos, creceré menos. Si elijo la cercanía sufriré más, amaré más y mi alma se ensanchará y será más profunda.
De mí depende. De mi capacidad de acercar o alejar. De mi actitud para acercarme al lejano y hacerlo próximo. Mi capacidad para amar atrayendo.
Depende de mi forma de mirar a los demás. De mis miedos y barreras. De todo lo que me hace sentir rechazado o alejado de los hombres.