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Cambiar el mundo depende de algo muy pequeño

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 08/06/19

Mi sí a lo concreto, al trabajo diario, al esfuerzo que muchos no ven es lo que vale

Me gusta soñar. Me gusta mirar al cielo. Es mi vocación caminar hacia las estrellas. Pero luego bajo la mirada a la tierra y me pregunto: ¿Es posible cambiar este mundo? Me lo repito a menudo. Quiero cambiarlo.

Escribe Benedetti:

“Dale vida a tus sueños, aunque te llamen loco, no los dejes que mueran de hastío, poco a poco. No les rompas las alas, que son de fantasía. Y déjalos que vuelen contigo en compañía”.

Y una publicidad me dice: “No rompas tus sueños, cambia el mundo”.

Hago mía esta mirada. Quiero que mi mundo sea mejor de lo que es. Me lo digo. Lo anhelo. El mundo es demasiado vasto. Me parece imposible y puedo perder la esperanza.

Cuentan que un filósofo pasó delante de varios hombres que picaban piedras para construir una catedral.

Le preguntó a cada uno qué es lo que estaba haciendo. El primero de ellos respondió que estaba picando piedras. Tenía razón. El segundo, que estaba ganándose el pan para su familia. También tenía razón.

El tercero, miró al cielo, y le dijo conmovido: “Estoy construyendo una catedral”. Esa mirada era aún más cierta.

Tal vez todo dependa de mi mirada sobre la vida. Puedo hacer lo mismo y hacerlo de forma diferente.

Puedo hacer algo sencillo, pequeño, oculto. Y estar convencido de que, con ello, con tan poco, estoy cambiando el mundo.

Todo cambia dependiendo de mi mirada. Estoy construyendo una catedral mientras pico piedras, mientras me gano el pan.


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San Francisco se encontró con el Jesús humano en la iglesia pequeña de San Damián. Un Jesús que estaba a la altura de sus ojos. Y escuchó que le decía: “Francisco, reconstruye mi iglesia”.

Francisco se puso manos a la obra. Empezó a poner piedras en esa capilla en tan mal estado. No intuía lo que de verdad Jesús le estaba pidiendo. Quería que renovase la Iglesia universal con su vida, con su amor sencillo y profundo.

En ese momento sólo estaba preparado para reconstruir una pequeña iglesia. Más tarde iría descubriendo su verdadera misión.

Jesús me pide a mí también que pique piedras hoy, ahora. Pero no quiere que me olvide de lo importante.

Quiere que recuerde cada día que con mi esfuerzo estoy construyendo una catedral, estoy renovando la Iglesia, estoy cambiando el mundo.

Aunque parezca que no es posible, que es todo muy pequeño, estoy haciendo realidad mi sueño. Mi sí a lo concreto, al trabajo diario, al esfuerzo que muchos no ven es lo que vale.

Mi renuncia oculta y silenciosa merece la pena. Mi Fiat dicho con sencillez en la gruta de mi alma cambia el mundo. Ese sí pobre y humilde es el que de verdad cambia la realidad que quiero que sea mejor.

En Nazaret está escrito sobre una roca: “Hic Caro Factum est”. En una gruta sencilla Dios se hizo carne en el sí callado de una virgen niña. Ese sí tan oculto, tan pobre cambió el mundo.


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Dicen que los grandes cambios en el mundo comienzan con algo insignificante. Demasiado poco importante para ser valorado.

A menudo pienso que necesito tener un buen cargo, una buena posición, mucha formación y conocimientos suficientes para poder cambiar en algo el mundo. Me equivoco.

Todo depende de mi sí en lo oculto. De mis piedras trabajadas con amor. De mi entrega silenciosa. Y de mi capacidad para soñar.

Decía Pedro Salinas:

Todos los sueños pueden ser realidad, si el sueño no se acaba. La realidad es un sueño. Si soñamos que la piedra es la piedra, eso es la piedra. Lo que corre en los ríos no es un agua, es un soñar, el agua, cristalino. La realidad disfraza su propio sueño, y dice: ‘Yo soy el sol, los cielos, el amor’. Pero nunca se va, nunca se pasa, si fingimos creer que es más que un sueño. Y vivimos soñándola. Soñar es el modo que el alma tiene para que nunca se le escape lo que se escaparía si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe. Sólo muere un amor que ha dejado de soñarse hecho materia y que se busca en tierra”.

Sólo se muere lo que no sueño. El sueño mantiene vivo lo que deseo, lo que persigo. Eso me mantiene despierto.

Quiero tener un corazón soñador, un corazón de niño. Que no me conforme con lo que tengo. Sueño con mirar más lejos.

No quiero ser mediocre, quiero ser magnánimo en mi entrega. Quiero mirar más alto, más lejos, más adentro.




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A veces siento como cristiano que voy por la vida como si condujera un coche por una carretera estrecha. Temo chocar con los quitamiedos. Temo salirme de la carretera.

Y me siento parte de un sanedrín que juzga y condena a los que actúan mal y viven en pecado. Decido yo quién actúa bien y quién mal. Es mi mirada una mirada muy pobre…

Me gusta más la imagen del mar hondo y la barca con una vela, y unos remos. Una barca llevada por los vientos en lo profundo del mar.

No hay carretera, todo es más incierto. Y el viento es el Espíritu que sopla en mi alma. Esta imagen ensancha mi corazón. Me hace soñar con cosas más grandes de las que ahora veo.

Reconozco que prefiero el mar ancho y sin quitamiedos. Asumo el riesgo de vivir en una Iglesia que puede accidentarse.

No vengo a juzgar y a condenar. Vengo a socorrer a tantos heridos que veo a mi alrededor.

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