Son penosas vitrinas que exhiben la más absoluta ausencia de derechos humanos, el gran móvil de los motines carcelarios en Latinoamérica
Los presos están hacinados porque el concepto de prisión y de castigo en estos sistemas carcelarios es hacer la vida lo más miserable posible. No se piensa en la regeneración de un ser humano quien, por la razón que fuere, cayó en desgracia, cometió delito y está encerrado. De esa manera, el encierro y el hacinamiento se convierten en el caldo de cultivo de una inhumanidad que propiciará toda clase de vicios. Si sale vivo, la gran interrogantes de todo preso en este tipo de penales, seguramente volverá a delinquir.
Bandas armadas -con dinero y poder sobre el resto de los internos- corrupción, contrabando, extorsión y hasta control de los establecimientos por parte de los más sanguinarios, configuran un cuadro que solo podrá sostenerse mediante la complicidad autoridad-presos.
La introducción de armas y drogas en los recintos carcelarios está a la orden del día. Manipulan teléfonos móviles que les permiten manejar desde dentro a sus bandas que operan fuera, en la ciudad. Algunos son capaces de ordenar secuestros y asesinatos aun estando recluidos. Efectúan jugosos negocios que les reportan el dinero necesario para dominar sobre amplios contingentes de seres humanos sometidos al aislamiento y sobrevivir en medio de esa barbarie que son las prisiones.
No es extraño, entonces, el estallido de motines frecuentes que a veces se llevan hasta las vidas de los propios custodios, como el ocurrido hace horas en la cárcel de Acarigua (estado Portuguesa) región llanera en el centro de Venezuela. A pesar de que las autoridades militares obligaron a los reporteros a borrar fotos, audios y videos, el material se filtró a tiempo para que el mundo tuviera registro de ese horrendo hecho que se llevó la vida de 30 reclusos, 14 oficiales heridos y un número indeterminado de afectados de diversas maneras. La ministro del área se ha ufanado de tener en el país “el mejor sistema carcelario del mundo”.
A través de un vídeo, se puede detallar a un recluso portando un arma y granadas dentro de la celda acompañado de civiles y amenaza con detonar los explosivos, de llevarse a cabo la incursión de los cuerpos de seguridad dentro del centro policial. Insólita estampa, pero es “el pan nuestro de cada día”.
Motín-qué inició desde anoche-dejó al menos 20 reclusos fallecidos y 5 policías heridos. Al parecer fue la explosión de 2 granadas la que causó el hecho;informó .@ventanalibertad
Motines similares y hasta con peor saldo se han producido, tanto en cárceles venezolanas como en varias catalogadas como muy peligrosas en el todo el continente. Hacinadas, pues, sin guardas que las controlen dentro y con circuitos propios de venta de sexo, seguridad o alimentos es el perfil común de muchas cárceles latinoamericanas.
Estudios significativos en países como Brasil, Argentina, Chile, Perú, El Salvador y México, demuestran que, sorprendentemente, las prisiones con menor índice de violencia entre los presos y las que tienen menor tasa de maltrato por las autoridades son las que controlan los reclusos. “El Gobierno criminal es más eficiente y exitoso en manejar la violencia que el Gobierno del Estado. Las pandillas dominan”, asegura un experto.
El control pandillero se ha puesto en evidencia en Brasil, donde han muerto centenares de presos en enfrentamientos entre bandas rivales en cárceles de Roraima y de Manaos. Se sabe que en El Salvador, las famosas pandillas controlan los penales. Y hay datos contundentes como el que coteja la tasa de homicidios -calculada sobre 100.000 habitantes- de Chile, Argentina y Perú es de un 3,5, un 5,5 y un 6,6, mientras que en prisión esa cifra se eleva a un 103,2, un 43,6 y un 51,1 respectivamente, según la Encuesta a Población en Reclusión de Latinoamérica (PNUD).
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