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¿Quieres más fuerza en tus palabras? Habla de lo que vives

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/04/19
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Tengo que haber tenido una experiencia que poder contar, aquel que ha vivido lo que dice es más creíble que el que habla sólo desde la teoríaQuiero ser testigo de lo que veo. Estoy llamado a ser testigo en medio de los hombres. Es lo que realmente hoy cuenta. Decía el siquiatra Enrique Rojas:

“Tres personas referentes: el profesor enseña una asignatura. Y se queda ahí. El maestro enseña lecciones que no vienen en los libros. Algo que descubre en él que le arrastra. y por encima está el testigo, el que tiene una vida coherente y atractiva. El modelo de identidad perfecto. Una vida encarnada. Te gustaría parecerte a ella. Una vida abierta, ejemplar, una lección abierta”.

El testigo es fiable. Lleva una vida ejemplar. Es creíble porque me habla de su verdad.

Hoy hacen falta maestros y profesores que sean testigos. Que lleven una vida auténtica. Verdadera y fiable.

Hoy el cristianismo se contagiará no a través de buenos predicadores. Es el testimonio coherente el que arrastra.

Sé que hoy muchas personas son capaces de negar las evidencias. Si no lo ven, no lo creen. No creen el testimonio. Les cuesta creer en los testigos.

Lo que le ha pasado al otro no tiene por qué pasarme a mí. Lo que uno ha vivido, no tengo por qué vivirlo yo…

Me tocan más los testimonios de aquellos que viven una vida parecida a la mía. Me llegan menos esas conversiones de los que llevan vidas muy distintas.

Yo quiero dar testimonio. Quiero ser testigo. Necesito haber visto, haber oído, haber estado para poder dar testimonio. Tengo que haber tenido una experiencia que poder contar.

Pedro dice:

“Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección”.

Pedro es un testigo creíble porque ha sufrido la decepción. Porque no ha estado a la altura. Quiso salvar la vida del Maestro. Y acabó negándolo en una noche llena de miedos.

No miente. Cuenta sus negaciones. Describe sus lágrimas derramadas. Su vida honesta hace más creíble su fe en Jesús resucitado.

Es cierto. Aquel que ha vivido lo que dice es más creíble que el que habla sólo desde la teoría. El que ha visto lo que dice es más digno de mi confianza que el que no lo ha visto.

Los discípulos vieron a Jesús muerto. Tocaron su ausencia. Vieron la lápida corrida cerrando el sepulcro y acabando con su esperanza.

Abrazaron el cuerpo ensangrentado de Jesús ya sin vida. Sintieron ese dolor tan hondo de la pérdida. Se sintieron perdidos sin el Maestro.

Pedro, humillado en su traición conocida. Y los otros que no estuvieron al pie de la cruz. No eran capaces de contagiar una mínima esperanza.

Ni siquiera Juan se sentía orgulloso de su comportamiento. No pudieron hacer nada para salvar a aquel al que tanto amaban. Todo estaba perdido. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Cómo era posible esperar contra toda esperanza?

Cuando Jesús entra de nuevo en sus vidas ahora resucitado, ellos se convierten en testigos de algo imposible.

No se aparece a todos para que sea así más fácil contarlo. Sólo se aparece Jesús a algunos. ¿Por qué no a todos?

Jesús buscó sólo a los elegidos. Sólo a los que habían comido con Él antes de su muerte. Los discípulos se convierten entonces en testigos creíbles porque han visto la muerte de Jesús.

Y después han visto su cuerpo vivo. Glorioso. Lleno de vida y con las heridas marcadas en la piel. Su testimonio es digno de confianza.

El testigo da fe de que es cierto todo lo vivido. Mi vida será un testimonio del amor de Dios cuando sea capaz de amar con un amor imposible.

No quiero dar lecciones. No quiero ser un teórico de la salvación. Quiero que mis obras hablen de un amor infinito. Corro buscando el sepulcro vacío. En el que encuentro los sudarios caídos.

A Jesús no lo veo muerto, porque está vivo. Quiero que mis palabras se correspondan con mis actos. Quiero que mi vida entera dé testimonio de un amor infinito.

Jesús ha muerto en mí, por mí, para dar vida al mundo. Necesito tocar a Jesús muerto en mi historia y encontrarlo resucitado para poder hablar de un amor verdadero. Para ser testigo fiable.

¿Cómo ha sido ese encuentro con Jesús muerto y resucitado en mi propia vida? ¿Cómo fue mi conversión? ¿Cómo hablo de ese encuentro mío con Jesús que me ha cambiado por dentro?

Quiero creer en Jesús que me ama con locura. Quiero contar cómo ese amor me ha cambiado para siempre. Soy testigo de Jesús que vive en mí, allí donde dos se aman, en medio de este mundo que anhela la paz.

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