Las pautas de María Montessori para ayudar a los niños entre 0 y 6 años pueden ser de enorme utilidad
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Desde diversas perspectivas se está hablando mucho de la Era de la Distracción. La attention economy, la economía de la atención, sabe que su bien más preciado, y muy disputado, es la atención de los consumidores. Una atención por la que todos luchan de tal forma que ésta se acorta progresivamente.
Desde hace años en la escuela lo están notando; los niños se concentran cada vez con más dificultad. Pero también en los trabajos de los mayores sucede algo parecido: la lectura de informes largos se hace costosa, la focalización lectora disminuye.
Tecnólogos que han trabajado en Silicon Valley señalan que la industria digital asedia nuestra atención sin importarle las consecuencias. Y una de las consecuencias más claras, en sentido amplio, hablan del aumento exponencial de las distracciones que a menudo nos apartan del ritmo más humano y real de la vida.
Pues bien, esta Era de la Distracción, en la escuela infantil y primaria, podría estar interfiriendo el aprendizaje si no somos capaces de usar las pantallas con criterio. La Asociación Americana de Pediatría señala que en los primeros años las pantallas deben ser muy esporádicas: en casa y en la escuela.
Hay que cuidar su capacidad de atención innata como señaló María Montessori (1870-1952). Esta pedagoga descubrió esta capacidad de atención en niños prescolares y la denominó polarización de la atención.
En condiciones normales el niño absorbe la realidad de su entorno y se centra en ella maravillándose de sus posibilidades. El niño se focaliza y su atención perdura sosegadamente en la manipulación libre de objetos muy variados casi contemplativamente y, entonces, es cuando verdaderamente aprende.
Es importante facilitar todos los elementos que hacen posible este estado de flujo. Uno es el silencio; también, un ambiente estimulante (sin caer nunca en la sobre-estimulación); otro es la libertad; la ausencia de prisas. Ahí es donde memoria y pensamiento se conjugan y las neurociencias destacan que es un momento de intensa neuroplasticidad.
El niño, sobre todo entre 0-6 años, está descubriendo el mundo con gran sorpresa, está asombrándose ante todo el prodigio que revela su entorno. Catherine L’Ecuyer ha explicado (Educar en el asombro, 2013) que esta capacidad de asistir al nacimiento de la realidad es un tesoro que no se puede perder.
Pero si actuamos pasivamente sí podemos perder este universo y devaluar esta fuente de regalos que cada día trae consigo ¿Cómo?: interrumpiendo este idilio entre el niño y el cosmos. Acelerando la realidad a base de imágenes procedentes de pantallas que están editando, seleccionando, fragmentando la vida.
Pueden ser un móvil o una tableta quienes reconviertan los datos de la realidad en dos dimensiones cuando la existencia tiene tres. Puede ser una televisión quien arrase, con el ritmo sincopado de sus imágenes, la verdad de que la vida transcurre a ritmo lento. Entonces el niño progresivamente se aparta del original para ir a la copia que es una versión muy brillante y divertida.
Nadie está negando las inmensas posibilidades de la Revolución digital, de los móviles y las tabletas. Pero hay que encontrar un equilibrio que hoy es muy precario.
Nosotros, los adultos, estamos acostumbrados a distinguir la ficción de la realidad. Los niños estrenan el mundo y no pueden ser confundidos, distraídos, estorbados. Hay que preservar su pureza cognitiva (la atención no contaminada) tanto como sea posible. La Red ya llegará cuando sepan hablar fluidamente, escribir con una mano bien adiestrada, leer con gusto en una casa decorada por numerosos libros. Y los padres deberán ser modelos de una vida atenta.
Con los años llegará su primer móvil y habrá que gestionarlo. ¿Cuándo concretamente? Cuando el chico (o la chica) le hayan tomado suficiente gusto a la vida, a los amigos, a la bici, al deporte, a la naturaleza, a los libros: es un programa.
¿Es difícil fijar edades? Lo que sí se puede decir es que un niño, una niña, cuanto más tiempo pasen en una escuela y en un hogar que incentivan la atención en su día a día, promueven el silencio y la concentración, la auto-reflexión y la lectura comprensiva más preparados estarán para afrontar una vida trepidante y a menudo distraída. La atención es el nuevo objetivo de la educación. Y los adultos, padres y educadores, deberán volver a un mundo más calmado para ayudar en este camino.