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¿Amar a quien no me quiere, a quien me disgusta?

MANO, RAGAZZA, AIUTO

Rémi Walle | Unsplash

Carlos Padilla Esteban - publicado el 05/02/19

Sólo puedo salvar lo que amo

Con frecuencia compruebo la fragilidad de mi amor. Me veo desnudo en mi entrega. Pobre en mi generosidad. Lánguido en mi disponibilidad.

Y escucho a Pablo conmovido. ¡Estoy tan lejos del ideal!: “El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es maleducado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”.

Yo me siento egoísta, triste, con límites en la fe y en la confianza. Débil para aguantar, impaciente para soportar, frágil para resistir.

Me impresionan las palabras de santo Tomás de Aquino: “El verdadero amor crece con las dificultades, el falso se apaga. Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor, sino que crece”.

El amor se hace fuerte en la entrega. Se hace resiliente, duradero, eterno. Un amor así es el que les proponía el papa Francisco a los jóvenes en la Jornada mundial en Panamá:

“Decir al Señor, es animarse a abrazar la vida como viene con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus contradicciones e insignificancias. Asumir la vida como viene. Es abrazar nuestra patria, nuestras familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y pequeñeces”.

Amar así, con el amor de Dios. Amar al diferente, al que no es como yo esperaba. Amar al que se rebela, al que me turba, al que no me quiere.

Mi amor es frágil. Mi amor a Dios y a los hombres.

Quisiera que mi amor fuera un cirio encendido en medio de la noche. Una llama siempre firme. Sin importar los vientos y las brisas.

Un amor que viva consumiéndose muy lentamente. Sabiendo que el tiempo es eterno. Una luz que desgarrare la oscuridad con rayos de luz y esperanza.

Un fuego en medio de la vida que tantas veces transcurre en la penumbra. Un fuego que venza las tinieblas dando comienzo a la vida.

Un amor capaz de hacerse fuerte venciendo los miedos en la tormenta, superando todas las dudas. Necesito aprender a vivir ese amor que es más grande que mi propia vida. Quiero mirar a Jesús.

Les seguía diciendo el papa Francisco: “Y así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e incluso abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando. ¿Por qué? Porque sólo lo que se ama puede ser salvado. No puedes salvar una persona, no puedes salvar una situación si no la amas. Sólo lo que se ama puede ser salvado. En el arte de ascender la victoria no está en no caer, sino en no permanecer caído. La mano para que te alcen. El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como viene, no tener miedo de abrazar la vida, como es”.




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Sólo puedo amar con un amor más grande que mis límites. Soy tan torpe y desvalido… Mi amor se enreda en celos y dependencias. Mi amor se aturde cuando se desilusiona y desconfía. Mi amor abandona la lucha cuando todo se vuelve costoso.

Un sí eterno me parece milagroso. No sale con facilidad de mis labios heridos. Aspiro a un amor tan grande que supere mis límites. Un amor que no espere nada. Que crea más allá de las dudas. Que espere superando las desconfianzas.

Un amor que lo soporte todo. Yo me resisto a aceptar al molesto y exigente, al que demanda lleno de amargura.

Un amor que lo perdone todo. Un amor misericordioso que no guarde rencor ni se enfade ante comportamientos distintos.

Un amor que no juzgue ni condene y no viva esperando recibir lo imposible. Un amor fiel en medio de la noche. Como ese cirio encendido que rasga la oscuridad.

Un amor que acoja al que no es perfecto como dice el papa Francisco: “Abrazar la vida se manifiesta también cuando damos la bienvenida a todo lo que no es perfecto, puro ni destilado, pero por eso no es menos digno de amor. ¿Un discapacitado, una persona frágil es digna de amor? Sí”.

Y yo me pregunto cada día. ¿Es posible un amor tan imposible? El amor al frágil, al que no me parece digno. Me cuesta. Me duele el alma. Abrazar al leproso, al rechazado por tantos.

Hay personas que viven marginadas. No cuentan, no son amadas. No experimentan en sus vidas el amor humano. Han dejado de creer en los milagros.

Yo estoy llamado a amar con un amor milagroso. Es lo que siempre me sobrecoge. Miro mi vida y compruebo que amo mezquinamente a los que me quieren. Los quiero torpemente.

Amar a los que me odian, a los que me hieren, me parece una meta inalcanzable. Amar al enemigo, al que no me gusta, al que me parece indigno.

¿Cómo puedo llegar a amar con el amor de Jesús que perdona muriendo en la cruz? No lo entiendo. Me cuesta tanto amar bien a los que me aman. Lo otro me parece una quimera.

Pero sigo soñando. Y hoy de nuevo, al escuchar a san Pablo y al papa Francisco, mi corazón se ilusiona. Arde la llama del cirio en mi alma. Vuelvo a creer en los milagros. Vuelvo a esperar una gracia especial de Jesús que cambie mi mirada y mi alma herida.

Sólo puedo salvar lo que amo. Podré hacer muchas cosas. Decir palabras muy bonitas. Hablar de realidades que todavía no suceden. Pero “si no tengo amor, no soy nada”. Dar limosna, hacer algo por otros. Pero si no tengo amor, si no lo hago desde el amor, de poco sirve.

Quisiera tener un amor así de grande. Como el de Jesús. Me siento lejos al no poder abrazar lo diferente, no besar lo distinto, no aceptar lo que me incomoda. Ese amor tan grande es el que sueño.




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