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¿Existen riesgos en el diálogo interreligioso?

DISCUSSION
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María Angeles Corpas - publicado el 31/12/18
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Se trata de encontrarse con el otro sin huir de la realidad ni de la verdad, sin dejar que el prejuicio gobierne nuestra conciencia

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Sí. Especialmente cuando las iniciativas se desvinculan del ámbito de la fe religiosa y se entienden como una acción cultural y política, adecuada a las expectativas de las sociedades contemporáneas.

Con frecuencia los medios de comunicación convierten el diálogo entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas en un ejemplo loable de búsqueda del bien común. Sin embargo, suele obviarse lo que lo hace genuino. Esto es, su sentido de “anuncio”.

Es así que el diálogo interreligioso va más allá de ser la propuesta de máximos éticos compartidos por la mayoría.

Es el anhelo por compartir un bien concreto: el de haber encontrado Jesucristo, concebido como una “gracia” inmerecida que se ofrece con respeto y amor a quienes no han experimentado ese encuentro.

La doctrina de la Iglesia católica apuesta por supuesto por la necesidad del diálogo con otras religiones. No se trata aquí de ver la paja en el ojo ajeno y subrayar los defectos y carencias del otro.

Más bien proponemos un ejercicio de reflexión intraeclesial. Porque debemos ser conscientes de que esta propuesta no queda sólo bajo la responsabilidad de las instituciones. Al contrario, lleva implícita una responsabilidad y un buen entendimiento de nuestra propia fe.

Porque, ante todo, el diálogo es testimonio y compromiso personal. Es por ello que, sin pretender agotar este tema, reflexionamos aquí sobre algunos de los riesgos que pueden alterar su verdadero sentido.

En el mundo en que vivimos, uno de los mayores obstáculos para el diálogo interreligioso es concebir el cristianismo como una ideología más entre las que elegir ¿Por qué?

Porque esto conlleva: 1) entender el diálogo como un intercambio de propuestas variadas e igualmente aceptables en un espacio público supuestamente “neutral” 2) la renuncia a la totalidad de las exigencias de la identidad cristiana para evitar posibles discrepancias.

Ambas actitudes rebajan el contenido del mensaje cristiano para adecuarlo a la modernidad.

Muy relacionado con esto, podemos identificar otras actitudes que tampoco ayudan a construir el diálogo como instrumento real y efectivo de cooperación frente a los nuevos totalitarismos.

La primera es el desconocimiento de la propia identidad religiosa. No sólo entendida como “estudio” de la Tradición de la Iglesia, sino como la tentación de eludir nuestro compromiso personal con la realidad que vivimos.

Tal y como ha señalado el papa Francisco: el cristiano pertenece al Cuerpo de Cristo y este hecho lo convierte en agente de paz.

Esto naturalmente exige de los cristianos un trabajo constante para superar otro gran obstáculo: el miedo. Y esto resulta especialmente complicado.

Porque un diálogo eficaz no está exento de miedos. Y trascenderlos no significa ignorarlos en un ejercicio de “buenismo” poco realista.

Se trata más bien de atravesar fronteras, físicas o mentales. Estar dispuesto a abrazar al otro sin perder a Cristo como eje de la propia vida.

Como cristianos, ir al encuentro del otro significa actuar en consecuencia: ser testigos de la luz de Cristo, sin huir de la realidad ni de la verdad. No dejar que el prejuicio gobierne nuestra conciencia. En una apertura sin límites.

No desde quien está dispuesto a asumir cualquier propuesta, sino de quien está dichoso de compartir aquello que ha recibido y ponerlo a disposición del encuentro.

Sólo así el diálogo puede tener un sello verdaderamente cristiano y canalizar este Mensaje tan “escandaloso” y revolucionario a la luz del mundo como lo es el Evangelio.

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