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¿Qué responder a un niño que pregunta si va a morir?

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Mathilde De Robien - Aleteia Francés - publicado el 29/10/18
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¿Cómo decir la verdad y al mismo tiempo tranquilizarle? Santa Teresa del Niño Jesús nos ofrece un buen punto de partida para la respuesta

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A veces, después del fallecimiento de una persona cercana, los niños, incluso los muy pequeños, plantean preguntas sobre la muerte y, en particular, sobre su propia muerte. Quieren saber si van a morir también. Y cuando conseguimos, con ayuda de algunas piruetas y suaves eufemismos, explicarle la verdad al pequeño en cuestión, nos sigue preguntando: “Pero ¿cuándo?, ¿en cuántas noches?”.


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En ese momento, tenemos en cuenta su edad y, por fin, renunciamos a hacerle partícipe de las últimas estadísticas sobre la esperanza de vida y elegimos entonces entre lo fácil y tranquilizador: “¡Dentro de muchísimo tiempo, cariño!”, o la abrupta realidad: “¡Eso solo lo sabe Dios!”.

No ocultar la verdad

Los psicólogos coinciden en un punto: es importante no ocultar la verdad a los niños. Si el niño o la niña plantea esta pregunta, es porque quiere entender. De ahí la necesidad de dedicar tiempo a escucharle y a ser francos en nuestras respuestas. Un niño estará menos inquieto si escucha la verdad que si lo dejamos en la ignorancia.


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La lección de Teresita

Los cristianos tienen la suerte de poder ofrecer una respuesta llena de esperanza a la pregunta de la muerte. La muerte es la puerta de entrada a la vida eterna.

Con esta fe dio testimonio santa Teresa de Lisieux cuando escribió al abad Maurice Bellière en junio de 1897 (ella murió el 30 de septiembre de ese mismo año):

“Desearía decirle, querido pequeño hermano, mil cosas que solo ahora, que estoy a las puertas de la Eternidad, entiendo. Pero yo no muero, entro en la vida”.

Una intuición que ya tenía desde muy pequeña, cuando deseaba la muerte a sus padres en sus arrebatos de ternura. Teresa citaba una carta de su madre, Celia Martin: “Los niños son pícaros sin igual, [Teresita] acaba de acariciarme deseándome la muerte: ‘¡Oh, cuánto me gustaría que murieras, mi pobrecita madre!’. Recibe una regañina y me dice: ‘Pero es para que vayas al Cielo, porque dijiste que hay que morir para ir allí’. ¡Desea incluso la muerte a su padre cuando se siente rebosante de amor!”.

Teresa aprendió, desde la más tierna infancia, que la verdadera patria es el Cielo. Por ello, nunca demostró miedo ante la idea de la muerte. Intentemos, como padres, inculcar un poco de esta confianza y de este abandono a las almas atormentadas de nuestros hijos.


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