Apasionada por el mundo oriental y dispuesta a expandir la Palabra de Dios, sus orígenes humildes no fueron ningún obstáculo para esta mujer que se convertiría en una de las misioneras más famosas y queridas de China
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Gladys Aylward era una joven inglesa que había nacido en el invierno de 1902 en el seno de una familia trabajadora. Sus padres podían mantener a duras penas a ella y sus dos hermanas por lo que tuvo que ayudar económicamente trabajando como empleada de hogar.
Pronto descubrió su verdadera vocación, quería ser misionera en China, así que intentó prepararse para aprender su complicado idioma y sus tradiciones. La primera puerta que se le cerró a Gladys fue la de una organización misionera, la China Inland Mission, debido a sus malas calificaciones académicas pero, lejos de rendirse, continuó ahorrando lo poco que podía y, gracias a algunos de los dueños de los hogares en los que trabajaba, devoró todos los libros que pusieron a su alcance sobre la cultura china.
Cuando consiguió recoger el suficiente dinero para pagarse un viaje en tren (viajar en barco era demasiado caro para ella), una Gladys a punto de alcanzar los treinta se dispuso a atravesar medio mundo para hacer realidad su sueño. En tren, autobús, mula, andando, Gladys se enfrentó a un largo y peligroso viaje cargada con un sencillo equipaje en el que llevaba una Biblia, sus pocas pertenencias y sus escasos ahorros, atravesando territorio de profundas tensiones políticas entre la Unión Soviética y China.
Su periplo finalizó en la localidad de Yangcheng donde empezó a colaborar con una misionera llamada Jeannie Lawson. Juntas acogieron en su “Posada de las ocho alegrías” a los viajeros que atravesaban aquella zona, situada en una de las rutas comerciales chinas. Además de darles cobijo y comida, ambas mujeres, de los escasos occidentales instalados en la zona, predicaban la Palabra de Dios a todos aquellos que las querían escuchar y consiguieron que algunos de aquellos comerciantes se convirtieran al cristianismo.
El tiempo que Gladys vivió en la posada consiguió dominar el idioma local y sumergirse de lleno en la vida china. Había alcanzado la felicidad consiguiendo cumplir un sueño largamente soñado pero que se truncó con la muerte de Jeannie. Ella sola no podía mantener la misión que ambas habían levantado pero pronto una nueva oportunidad llamó a su puerta.
La fama de Gladys y Jeannie se había expandido por la comarca de tal manera que las autoridades de la zona decidieron contratar a Gladys para una importante misión. Hacía poco que se había decretado prohibir una opresiva y dolorosa tradición ancestral que obligaba a las mujeres a vendarse los pies para impedir su crecimiento provocando horribles malformaciones. A Gladys se le encomendó transmitir dicho decreto entre las mujeres chinas como inspectora gubernamental. Además, para ella fue una nueva oportunidad para continuar expandiendo el Evangelio.
Gladys fue rebautizada pronto como “la virtuosa”, por el cariño y la devoción con la que se volcó en su trabajo de ayuda a los demás. Además de su labor como “inspectora de los pies”, Gladys colaboró con las autoridades para mejorar la vida en las prisiones y empezó a hacerse cargo de los muchos niños huérfanos que deambulaban por las calles.
Cuando estalló la guerra entre China y Japón en 1938, y la localidad de Yangcheng fue bombardeada, Gladys no dudó en huir con el centenar de niños que había llegado a recoger con los que atravesó montañas y cruzó ríos para ponerlos a salvo. Luchadora incansable, Gladys ayudó a construir una iglesia cristiana en Sian y colaboró en una leprosería cerca del Tíbet.
Una labor agotadora que terminó con dejar exhausto su cuerpo, obligándola a regresar a Inglaterra en la década de los 40 donde, lejos de retirarse, continuó predicando el cristianismo y trabajando con niños huérfanos, siempre pensando en la posibilidad de regresar a Oriente, objetivo que cumplió hacia 1958 cuando se instaló en Taiwán.
Por aquel entonces, Gladys ya era una celebridad que había inspirado un libro y una película de Hollywood. La posada de la sexta felicidad no sólo había adaptado el nombre de la misión de Gladys y Jeanne sino que modificó de tal manera su personalidad que sintió que habían manipulado la historia. No solo Ingrid Bergman era muy distinta físicamente a Gladys sino que el relato de los hechos en los que se incluyó una historia de amor disgustó a la verdadera misionera.
Gladys Aylward intentó olvidarse de la imagen distorsionada que Hollywood había creado de ella y continuó con su labor cristiana en Taiwán donde falleció a principios de 1970.