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¿Vives el presente o vas acelerado?

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Dolors Massot - publicado el 02/10/18

¿Vas corriendo y así te pierdes la vida familiar, el trato con los amigos y el cultivo de tu vida espiritual?

La pregunta de si vivimos el presente podía parecer una obviedad. Hasta que una amiga mía compró la novela “La mujer veloz” de Imma Monsó. La protagonista es una psiquiatra de 48 años que va corriendo por la vida. Su familia se divide en Rápidos y Lentos, y se supone que los que triunfan son los Rápidos. Pero las cosas cambian un buen día…

En la novela, hay un párrafo al principio en el que la protagonista describe su forma de ser:

«Soy rápida. No puedo evitarlo. Mi hermana lo es. Mi abuela, todo un referente en la familia, lo era. Mi padre lo era, aunque ahora ya no lo es tanto. Procedo de una estirpe en la que los que no corrían lo suficiente, eran tarde o temprano exterminados (más temprano que tarde, como comprenderéis, porque, en casa, lo que se puede hacer hoy nunca se deja para mañana). Y, si no era exterminado, se auto-exterminaba.»

Hablo de mujeres como podríamos aplicar esto mismo a los hombres. Hombres interesados en comprar, trabajar, invertir, hacer, conducir… Hacer sin parar.

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 A estos hombres y estas mujeres las prisas les comen las entrañas y nunca llegan a disfrutar con lo que están haciendo. Creen que la felicidad llegará después porque ahora lo que corresponde es estresarse. Hay personas que solo viven con el objetivo de ganar dinero, de trabajar 24 horas los 7 días de la semana, de no tener tiempo para otra cosa que no sea la profesión, de moverse mucho y que los demás vean ese mucho que se mueven. No lo hacen por necesidad sino porque ahí extienden su ego y su vanidad.

Vivir en plenitud implica que uno está al cien por cien atento a lo que le toca vivir en cada instante. Corremos el peligro, si no, de:

  1. clasificar los tiempos en distintos grados y solo estar pendientes de cumplir los que nos agraden mientras que los otros los “pasamos de puntillas”.

2. vivir a tope pero pensando que eso no es vida.

3. idealizar el futuro y poner todas nuestras ilusiones y esperanzas en una época que no sabemos si llegará.

Cuando uno vive a toda velocidad, tiene el peligro de ser superficial en relación con el presente:

  1. no se fija en las notas del colegio de los hijos ni en si llegan a casa con fiebre o huelen a porro o si muestran síntomas de dislexia o miopía.
  2. no le da importancia a las conversaciones de la familia en la mesa, da el pésame por whatsapp y se quita de encima las fiestas familiares con la excusa de tener que trabajar.
  3. no atiende a las preocupaciones de su esposa o de su marido.
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La velocidad no deja ver el paisaje. Y poco a poco, el tiempo le marchita el amor.

Puede ocurrir que cuando pasen los años, o al menos un largo tiempo, uno eche la mirada atrás y se ponga a valorar lo que ha hecho hasta el momento. Pone freno (o se lo pone una enfermedad o un crack económico) y hace examen. Se da cuenta entonces de que se ha perdido los cumpleaños de los niños, los fines de semana en familia, las conversaciones íntimas con su cónyuge… El agua se le ha ido entre las manos y de aquel tiempo su alma no retiene nada o lo que es peor: retiene la sensación del vacío.

Antes de que uno llegue a esa situación y la tristeza le invada, mejor parar la marcha y reflexionar:

  1. ¿Cómo me comporto con mi familia? ¿Le dedico el tiempo adecuado?

2. ¿Estoy al corriente de lo que le sucede a cada uno de los míos? ¿Pueden contar conmigo?

3. ¿En qué medida vivo el presente? ¿Pienso solo en mis objetivos y aparto a los demás de mi camino?

Son preguntas difíciles, pero es mejor rectificar a tiempo, porque siempre hay vías para cambiar la actitud y comenzar a vivir con intensidad cada momento, poniendo el trabajo en su sitio. Vivir intensamente el tiempo da, además, la posibilidad de ser feliz en otras esferas que antes ni imaginábamos.


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