¿Qué debemos hacer para erradicar estos prejuicios ocultos?
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Hace unos días estaba hablando con una amiga que admiro y encontré el valor de admitir algo que me afecta desde hace años. “Pienso que soy misógina”, casi susurré. Misoginia es el prejuicio, desprecio, odio hacia las mujeres. “Es decir, no creo que las mujeres sean inferiores, pero tiendo a asociar la feminidad con la debilidad, el sentimentalismo y la imprecisión”.
Pensé que mi amiga iba a decir “¿De dónde viene eso?”, pero, en lugar de eso, ella suspiró y dijo: “Yo también”.
¿Te has encontrado un defecto tan terrible que no logras siquiera hablar sobre él? No todas las fallas son así. La impaciencia, la pereza, la grosería y otras cosas parecidas son algo con lo que podemos bromear. Pero hay un defecto tan terrible: el prejuicio.
El racismo y el sexismo son ejemplos populares, pero el prejuicio contra las personas en base a su peso, apariencia, edad, orientación sexual, estatus económico, nivel de educación, modo de vestirse, religión o cultura también se encuadra en esta categoría.
¿Esta lista variada de prejuicios que acabo de citar? No logro pensar en nada que me haga inocente. No por elección – tengo que admitir cuán propensa soy para hacer suposiciones rápidamente. Y no porque sea mala persona mala sino porque soy una persona como otra cualquiera.
El prejuicio convive con nosotros, en nuestro día a día. Es tan común que llegamos a pensar que es menos pecaminoso o injusto por ser un pensamiento generalizado.
¿Sabías que los trabajadores más gordos reciben menos aumentos que sus colegas delgados o que los médicos, en promedio, tardan más tiempo en medicar a las mujeres en Urgencias o que “los afroamericanos reciben una sentencia 10% mayor que los blancos… por los mismos crímenes” o que tener un acento afecta cuán “culto, inteligente y competente” pareces para un potencial empleador?
Podría seguir. Esto es a lo que se parece el prejuicio común y corriente. No es porque las partes tendenciosas son malignas, necesariamente. Es muy probable que no tengan conocimiento. Si ellos supieran, estarían tan horrorizados como nosotros.
Nosotros, como sociedad, claramente tenemos un problema. Y yo sé porqué no nos gusta hablar sobre eso. Porque estamos (con razón) tan horrorizados con la injusticia de esos presupuestos, que empujamos las etiquetas “racistas”, “sexistas”, etcétera tan lejos de nosotros como podemos, hacia nuestros enemigos inequívocos.
Solamente son culpados los nazis, los maltratadores y los jefes. Nosotros planteamos una cuestión, siendo nosotros contra ellos, lo que convenientemente nos absuelve de tener que buscar la discriminación en nuestros propios corazones.
Pero, ¿y si empezamos a admitir que el prejuicio es común, que existen semillas de este en cada corazón humano? ¿Y si dejamos de tener miedo de hablar de?
Sí, quédate atónito con tus propios juicios hacia personas que no conoces pero, más que eso, sé consciente. No cedas a la tentación de decir: “Oh, Dios mío, no debería pensar así. No soy una de esas personas”.
Entonces, ¿qué debemos hacer para erradicar esos prejuicios ocultos? Principalmente solo dejar de negar que existen.
Si no lo conoces te recomiendo el Project Implicit de Harvard – una serie de pruebas diseñadas para mostrar tus puntos débiles en relación con una serie de estereotipos comunes. Pero, si eres honesto, y prestas atención, probablemente los notarás por tu cuenta.
Todo deriva de hacerse consciente deliberadamente. A menos que tú realmente no te preocupes con la justicia, o que realmente creas que tu relación inicial con las personas es infalible, entonces no te sentirás cómodo con tu prejuicio. Tu mente lo notará y, la próxima vez que suceda, tendrás más probabilidades de cuestionarte si estás siendo justo.
Enfrentar nuestro propio prejuicio es bastante incómodo pero la alternativa es exponencialmente peor.