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¿Cuánto sabes de ti, de los demás, de Dios…?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/09/18

Sinceramente, poco

A veces busco negar la verdad, porque duele, y vivo tapándola. Como leía el otro día: “La mayoría de los hombres prefería negar una verdad dolorosa antes que enfrentarse a ella”.

Intento negar la verdad que me hace daño. La que me habla de mi pecado, de mi debilidad, de lo frágil que soy. Esa verdad lacerante. La de mi realidad.

¡Cuántas personas niegan su verdad! Tal vez para sobrevivir. No se sienten con fuerzas para enfrentarla. Quizás es un mecanismo de defensa. Son supervivientes.

No soy nadie para juzgar. Me miro a mí mismo y me pregunto si hay verdades de mi vida que no enfrento, que niego, que oculto, que maquillo.

Tal vez sí. Hoy se las entrego a Dios. Mis verdades más hondas. Mis mentiras profundas. ¿Quién soy yo para Dios? ¿Cuál es la verdad de mi alma?

Jesús se acerca a las personas para saber lo que hay en sus corazones. Me gusta pensar que Jesús acude con preguntas sinceras. No hace teatro. No usa una preguntas trampa para saber algo más.

Siempre me impresiona ese momento en la vida de Jesús en que pregunta a los suyos quién dicen los demás y ellos mismos que es Él.

En la película Killing Jesús este pasaje aparece situado justo después del anuncio de la muerte de Juan Bautista. Es posible que fuera así, no lo sabemos. En ese momento Jesús se retira a orar, conmovido y triste por la muerte de su primo. ¿Qué sentido tiene todo?

Es de noche. Sus discípulos permanecen juntos en torno al fuego. No saben bien lo que piensa Jesús en ese instante. Tampoco saben qué decir.

Pasa el tiempo y Jesús se acerca a ellos. Está serio, conmovido, triste. Y entonces les hace la pregunta. ¿Por qué en ese momento?

Jesús quiere saber primero quién dice la gente que es Él. Los hombres. Los enfermos. Los fariseos. Los pobres. Los ricos. Los que lo desprecian. Los que lo siguen.

No es curiosidad. Creo que en el fondo de su alma quiere conocer lo que su misión despierta en el corazón de los hombres.

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, pregunto a sus discípulos: – «¿Quién dice la gente que soy Yo?”. 

¿Qué sentido tiene la vida si no es para despertar vida y amor en otros? Jesús quiere saber lo que despiertan sus milagros, sus palabras llenas de vida eterna, su misericordia, el misterio de su vida. ¿Se les habrán abierto los ojos?

Las respuestas no le dan mucha luz: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas”. Los hombres buscan explicaciones.

Normalmente quiero entenderlo todo en mis categorías. Quiero encasillar a las personas para que no me incomoden. No me gustan los misterios. No me gusta lo que no encaja.

Quiero racionalizar mi vida para estar más tranquilo. Así interpreto muchas veces lo que me sucede. Una enfermedad, una cruz, una ausencia.

Quiero que todo encaje. Busco respuestas. Que todo tenga un sentido. Y cuando no lo tiene me desespero. Cuando algo se escapa de la razón me desconcierto.

Lo mismo con las personas. Trato de entender quiénes son en lo profundo. Su lugar en mi historia personal. Quiero meter a Dios en mis coordenadas. Para que no se escape, para que no me pida lo imposible. Para que no me haga hacer lo que no quiero hacer.

En el fondo a Jesús le interesa más la respuesta de los suyos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Es una pregunta difícil.

Les pregunta a ellos que han visto sus silencios y han oído sus palabras. A ellos que han amado sus pisadas y han sufrido por no tener un lugar en el que reclinar su cabeza. A ellos que lo aman y lo han dejado todo por estar a su lado. Ellos tienen que saber quién es Jesús en lo profundo.

Pero, ¿lo conocen de verdad?

Muchas veces, al leer el evangelio, me conmueve que los discípulos no sepan muy bien cómo es Jesús. No conocen su misericordia. No entienden sus gestos llenos de vida. Se asustan ante su impotencia cuando es rechazado por los hombres.

Tal vez esperan más de Él. Un milagro asombroso, o que no los deje nunca. Esperan mucho más de sus obras. No saben quién es porque no se acaba de desvelar el misterio. Incluso aunque Pedro afirme hoy una verdad tan profunda: “Tu eres el Mesías”.

No lo saben y no lo sabrán hasta Pentecostés. No habrá luz en su alma hasta que el Espíritu les revele la verdad más honda de Jesús. Hasta que coma con ellos y les haga ver cuánto los ama.

Sólo entonces comprenderán lo que hoy Jesús les pregunta. Es verdad que intuyen que Jesús es Dios, que es hijo de Dios. Pero dudan de tantas cosas. Tienen miedo de Dios. Tienen miedo a la vida.

No saben cómo es Jesús. No conocen sus entrañas. Jesús se escapa de todos sus esquemas y racionalizaciones. En medio de su turbación la pregunta queda suspendida en el aire.

Pedro responde. Los demás se esconden en esa respuesta llena de misterio. También lo hago yo con frecuencia.

Digo que Dios es un misterio. Que nadie entiende sus planes. Que no sé cómo es de verdad aunque pongo nombres misteriosos a preguntas difíciles.

Y me siento seguro. Encajono a Dios. Lo limito para que no sea tan infinito. Acorralo su omnipotencia, para no sentirme tan frágil a su lado.

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