Detener niños y alojaros en campamentos casi militares –como los campamentos que hay en Tornillo, Texas, cerca de la frontera con México—es una de las formas disuasorias que ha implementado la administración del presidente Donald Trump para evitar la inmigración ilegal a Estados Unidos, sobre todo de los países centroamericanos y de México.
Cierto es que varios cientos de niños (no hay consenso sobre el número) separados de sus padres ya han sido liberados por orden judicial del pasado mes de junio de 2018, pero también lo es que el número de menores detenidos este año se ha elevado por encima de cualquier otro récord histórico en la materia, incluso que cuando se detectó, en el verano de 2014, la mayor crisis humanitaria de menores viajando sin la compañía de un adulto.
Un reciente reportaje firmado por Caitlin Dickerson para The New York Times da cuenta que los niveles de población en refugios, contratados por el gobierno federal para niños migrantes, se ha disparado más de cinco veces desde el verano pasado. Según los datos obtenidos por el rotativo neoyorquino, había un total de 12.800 niños detenidos en mayo de 2018, mientras que en mayo de 2017 había 2.400 niños migrantes bajo custodia federal.
Reducción de niños “liberados”
Los enormes aumentos, que han colocado al sistema federal de refugios cerca de su colapso, no se deben a la mayor afluencia de niños que ingresan al país, sino a una reducción en el número que se “libera” para vivir con familias y otros patrocinadores, sugieren los datos recopilados por el Departamento de Salud y Servicios Humanos. Algunos de los que trabajan en la red de refugios para migrantes dicen que la reducción de infantes “liberados” fomenta un verdadero cuello de botella que está forzando tanto a los niños como al sistema que los cuida a situaciones muy complejas
La mayoría de los niños cruzaron la frontera solos, sin sus padres. Muchos son adolescentes de América Central, y están alojados en un sistema de más de cien refugios en todo Estados Unidos, con la mayor concentración cerca de la frontera suroeste.
Según el diario neoyorquino, estos datos, que han sido informados al Congreso, son una muestra de que “a pesar de los esfuerzos de la administración Trump para desalentar a los migrantes centroamericanos, aproximadamente el mismo número de niños cruzan la frontera como en años anteriores”. La gran diferencia, dijeron los que están familiarizados con el sistema de refugios, es que la burocracia y el temor provocados por una aplicación más estricta de la inmigración han desanimado a familiares y amigos de la familia de venir a patrocinar a los niños.
En otras palabras, prefieren no arriesgarse a ser detenidos por el Servicio de Inmigración y Aduanas, el ICE, al acercarse para echar una mano a esos pequeños, lo cual completa el ciclo de otro tipo de tragedia humanitaria: la tragedia de la soledad de los menores.
Al borde de otra crisis humanitaria
Las instalaciones de refugio se encuentran a 90 por ciento de su capacidad, desde al menos mayo de 2018, en comparación con el 30 por ciento de mayor de 2017. Cualquier nuevo aumento en los cruces fronterizos, que podría ocurrir en todo momento, podría abrumar rápidamente al sistema, dicen los operadores.
El sistema para albergar a niños migrantes fue objeto de escrutinio este verano, cuando más de 2.500 niños que fueron separados de sus padres, fueron alojados en albergues contratados por el gobierno federal bajo la política de “tolerancia cero” de la frontera de la administración Trump. “Pero esos niños eran solo una fracción del número total de niños que actualmente están detenidos”, subraya el reportaje de The New York Times.
Históricamente, los niños categorizados como “no acompañados” se han colocado con patrocinadores, Pero las demoras en la verificación de los patrocinadores, con los cambios que la administración de Trump ha realizado en la forma en que funciona el proceso, ha detenido este flujo. En junio, las autoridades anunciaron que los posibles patrocinadores y otros miembros adultos de sus familias o amigos, tendrían que presentar huellas dactilares, y que los datos se compartirían con las autoridades de inmigración.
“Tradicionalmente, la mayoría de los patrocinadores han sido indocumentados por sí mismos, y por lo tanto son cautelosos de arriesgarse a la deportación dando un paso al frente para reclamar el patrocinio de un niño. Incluso aquellos que están dispuestos a convertirse en patrocinadores, han tenido que esperar meses para tomarse las huellas dactilares y ser revisados. Mientras esto sucede, los niños, miles de niños, seguirán bajo custodia federal, en albergues saturados, casas de campaña y en la soledad más dura.
Con información de The New York Times
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