La mujer pidió a su amigo periodista, Babis Papapanagiotou, que leyera una parte de la carta que escribió tras la muerte de sus hijos y marido en el incendio de Mati, AtenasAl parecer el incendio que azotó Antigua el 23 de julio fue provocado.
Según lo que se ha podido verificar, el primer incendio estalló en la montaña de Pendeli, cerca de la capital griega, y enseguida se propagó, con un viento que alcanzaba los 120 km, hasta llegar a la zona costera.
Sobre la costa, desde Rafina las llamas llegaron hasta Mati, Kokkino Limanaki y Kiani Akti. Los fuegos, quizá 15, podrían haber sido provocados. La hipótesis, de hecho, es que detrás está la especulación inmobiliaria.
En los municipios más destruidos por las llamas, la orden de evacuación no fue ordenada a tiempo, y los ciudadanos trataron de escapar con el coche o a pie, encontrando, sin embargo, casi siempre, embotelladas las calles (Il Messaggero).
Estamos hablando de una zona residencial, frecuentada sobre todo por turistas griegos. El balance no definitivo de la gran parte de los desaparecidos es de 81 muertes confirmadas y 550 heridos (Sky24).
Las llamas pueden devorar en un instante decenas de vidas pero éstas se obstinan por sobrevivir, únicas e irrepetibles, a través de la voz de quien ha sobrevivido.
Una historia entre muchas que sigue aflorando en las últimas horas es la de la familia Fytros: murieron todos menos la mamá y esposa que intentó por todos los medios salvar a su marido e hijos.
Escribió una carta y un amigo suyo periodista leyó un fragmento en SKAI
“Sé que mi marido Grigoris habrá hecho todo lo posible por salvarlos. Y sé que si no lo ha conseguido es simplemente porque esa era la voluntad del Señor. Me parece aún estar escuchando con mis oídos la vocecita temblorosa de Andreas: “Tengo miedo, mamita, estoy muy preocupado, pero seré fuerte. Pero tú no vengas aquí, mamá. No quiero que vengas aquí. Todo está cerrado por el fuego. No lo lograrás”. Intenté acercarme para alcanzarlos. Lo intenté durante cuatro horas de todas las formas posibles. Luego, cuando me di por vencida, pensé que quizá era mejor no arriesgarme también yo, para poder ayudar a mi marido y mis hijos en caso de necesidad”.
En cambio, le tocó descubrir primero que murió Evita, luego Grigoris y Andreas. Sola en el mundo por las llamas y las ráfagas de viento que en una tarde se comieron un pedazo de Antigua. “Se me han acabado las palabras. Cuando haya reconocido los cuerpos de mis chicos les diré con certeza que he perdido todo. Abracen a sus hijos todos los días” (Huffington Post).
Estas vidas y las llamas que las consumieron pasan en la televisión y las redes sociales, revelando historias y sobre todo desnudando un dolor al que resulta difícil acercarse pues es punzante e inextinguible.
Andreas tenía 11 años, Evita casi 14, y su papá 54. La muchachita ya era una promesa del ciclismo. Tanto ella como el hermano seguían las huellas del padre, Grigoris, renombrado ciclista del AEK, uno de los más importantes polideportivos de Atenas.
No es difícil imaginar que la mujer, ahora viuda y madre afligida, habría preferido estar con sus seres queridos, poderlos salvar o al menos padecer su misma suerte. Sin tiempo el amor del hijo que le recomienda no ir porque se habría muerto con certeza. Los hijos son casi Issac; saben amar sin medida y a menudo sacrificarse por sus padres y madres.
¿Qué podemos decir, de qué manera podemos intentar dar consuelo a esta mujer a quien se la han acabado las palabras, y a muchos otros padres, hermanos, amigos que han perdido tan trágicamente a personas queridas?
Nada se da por descontado, nada que pueda realmente consolar más que dirigirse al campeón absoluto del sufrimiento inocente y salvífico. Ella misma lo hace cuando admite que si su valiente, y atlético marido no logró salvar a sus hijos y a sí mismo es porque era la voluntad del Señor.
Parece un Dios cruel, este Señor suyo y nuestro al cual, en el dolor ciego, logra apenas tocar. Pero sabemos bien que no es su intención prender fuegos para construir casas y especular y llenarse de dinero. No es este su deseo distorsionado e insaciable.
Nuestras almas son suyas y también los cuerpos. Suya es la señoría última y definitiva que quiere conciliar en Él y entre nosotros. Cuando esta verdad oculta haya terminado de trabajar en profundidad y salga a la luz, entonces también la creación que gime y se retuerce en estas y otras llamas encontrará la paz.