Estar con Jesús tiene que ver con una forma de vivir
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Jesús llama a cada uno por su nombre. No envía a un grupo, sino que llama a cada uno, y después los envía de dos en dos. Los envía a hacer lo mismo que Él. ¿Y qué es eso? Lo que cada día ven mientras viven con Jesús.
Les pide hablar del reino de Dios, de un Dios con rostro de misericordia. Los anima a curar a los enfermos y oprimidos.
Jesús acaba de curar en Cafarnaúm a la hija de Jairo y a la hemorroísa. Les enseña a curar con misericordia, con ternura, tocando, dejándose tocar. Y les dice: “Haced vosotros lo mismo”.
Les manda a hacer lo mismo que Él, de la misma forma. Estar con Jesús tiene que ver con una forma de vivir. Con un estilo de vida completo. Una manera de caminar, de amar, de pensar, de hablar de Dios.
Jesús modela el corazón de los suyos según su propio corazón. Los envía a caminar. Jesús es peregrino, es un hombre abierto y libre para acoger lo que el Padre cada día le regala. Tiene el cielo y los campos como hogar.
Los manda a los caminos, sin planes, como Él. Abiertos a cada persona que se encuentren. Por esa persona merecerá la pena detener el paso. Quedarse, hacer morada.
Los manda a caminar como Él lo hacía. Aceptando la hospitalidad de quien los invite. Regalando la palabra de Dios y el poder de sanar el cuerpo y el alma.
Echan demonios, predican la conversión y curan con aceite. Lo hacen en nombre de Jesús. Con su poder, con su amor.
Tendrían miedo. Sin Jesús nada es igual. Él los manda por delante. Confía en ellos. ¿Sabrán hacerlo? ¿Podrán sin Él a su lado?
Eso mismo pienso yo cada día. Sin Él en mí no puedo hacer nada. Jesús, en su delicadeza, les manda de dos en dos. Nunca ha habido en torno a Jesús una Iglesia que no sea comunidad.
De dos en dos. Para animarse, protegerse, para contarse las cosas, para ayudar a confiar cuando uno falle.
Cuando los conoció junto al lago, Jesús los llamó de dos en dos. Ahora también los envía de dos en dos. Solo es muy difícil.
¿Con quién voy yo por el camino? ¿Quién es mi compañero peregrino?
Quiero dar gracias a Dios por todas las personas que han recorrido tramos del camino conmigo.
Cuando yo no veía. Cuando yo dudaba. Cuando tenía miedo. Cuando tenía nostalgia. Cuando mi fuego interior ardía. Cuando estaba apagado.
Pienso en los que han tirado de mí. En los que me han seguido en mis aventuras. En los que han ido junto a mí y han sido mi descanso.
Me gusta pensar en que Jesús es mi caminante silencioso. Mi compañero fiel. A veces le veo. Otras, me envía junto a otro, me da su aliento, me espera. Aguarda a que vuelva rezando por mí.
Así estaría Jesús cada día de esa pequeña misión de los Doce. Les echaría de menos. Tendría nostalgia de sus amigos. Nunca antes se habían separado. Reza por ellos. Y los espera.
Los apóstoles se llenarían de asombro al ver que ellos también pueden curar en su nombre. Hasta ahora, ellos vivían con Jesús y miraban cómo curaba y cómo hablaba. Ahora les toca a ellos.
Jesús confía en ellos. Su corazón se asombra, como los niños, al ver lo que logran hacer con la fuerza de Jesús. Querrán volver a Jesús y contarle.
Me gusta pensar que en mi misión siempre está Jesús. Él me envía y me aguarda. Él va conmigo. Mi misión es la misma que la suya: hablar de Dios con mis obras, con mi vida, con mis manos.
A veces no sé cuál es mi misión. Me lo pregunto, dudo. A veces no quiero salir, quiero quedarme protegido en mi campo. A veces me creo que la misión es mía y yo decido qué hacer.
Quiero pedirle a Jesús que me llame, que me envíe a vivir como Él, caminando, abierto, aceptando lo que viene, poniendo mi corazón como prenda.
Con su mismo estilo personal. Con ternura y misericordia. Con su misma forma de tocar el corazón de los más heridos.
Viviendo cada etapa del camino con hondura, en presente, con alegría. Cuidando a los que van conmigo.
Deseando volver al atardecer a Jesús para contarle, para cenar con Él, para descansar en su pecho. Para sentirme en casa.
Esos días de misión mientras Jesús vivía quizás les ayudó a creer. Jesús se separa muy pocas veces de ellos en el evangelio.
Saber que Él los envía y los espera les da fuerzas. ¡Qué torpes eran! Y Jesús confía en ellos. Eso me consuela. También confía en mí. Quiero seguirlo toda mi vida. Quiero vivir con Él y como Él.
Hoy le entrego mi misión. Pongo en sus manos mi forma de darme a los demás. Para que la llene de su presencia.
Le doy gracias porque me espera, porque reza por mí, porque me envía cada mañana. Doy gracias por los que creen en mí como Jesús lo hace. Por los que me abren su corazón y su hogar como a los apóstoles. En ellos descanso y veo la luz de Dios en sus vidas.