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¿Cuál es el límite de la longevidad humana?

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Vitor Pina-(CC BY-NC-ND 2.0)

Jaime Septién - publicado el 11/07/18

El record parece estar en 122 años...¿Puede llegarse a más edad?

Un viejo chiste narra la siguiente historia:

Antes de 1997, Dios le pidió a San Pedro que hiciera una investigación sobre las personas más longevas de la Tierra que habían llegado al Cielo. Obediente, San Pedro buscó en los registros y encontró a tres personas de 119, 120 y 121 años de vida terrenal.

En principio San Pedro fue con quien había vivido 119 años y le preguntó su secreto. La respuesta fue no haber fumado, no haber bebido, haberse acostado temprano, comer solamente vegetales y frutas, etcétera.

Tras de tomar nota, el primer Vicario de Cristo fue con quien había vivido 120 años y le preguntó su secreto. La respuesta fue el haber fumado, bebido, trasnochado y haber comido toneladas de carne roja, embutidos, casquería y muy pocas verduras.

Un poco contrariado, San Pedro se dirigió a la entrevista con un caballero que apaciblemente lo esperaba mirando al infinito. Era el de los 121 años. Tras llamar su atención y esperar un momento, el caballero se dio cuenta de la presencia de su interlocutor. Entonces se produjo el siguiente diálogo:

  • –Me manda Dios a preguntarte cuál fue tu secreto para vivir 121 años, más que cualquiera en la historia moderna– comentó San Pedro. *
  • –¿Mi secreto?—preguntó, a su vez el caballero como admirado de semejante idea. Tras unos unos segundos, respondió: –Mi secreto fue jamás contradecir a nadie.*
  • –Oye, amigo—señaló San Pedro sorprendido—, discúlpame, pero eso no se puede…*
  • –¿Verdad que no se puede?– terminó diciendo, muy orondo, el caballero. *

El récord actual de la expectativa de vida humana más larga se fijó hace 21 años, cuando Jeanne Calment, una francesa, murió el 4 de agosto de 1997 a la edad de 122 años. Nadie en este mundo ha vivido más tiempo desde entonces. Pero desde entonces, la ciencia genética, la de la nutrición, la biología molecular y quién sabe cuántas ramas de la medicina y la tecnología no han cesado en la busca del ideal de una vida centenaria.

O al menos fijar un límite al que los humanos podemos llegar (sin tomar en cuenta, por supuesto, lo que todos los creyentes sabemos muy bien: que estamos en las manos de Dios).

Cierto: desde el principio del siglo XX hasta la fecha, la expectativa de vida promedio a nivel mundial ha aumentado a más del doble: de 30 años en aquél entonces, nos acercamos –en promedio general—a los 70 años como esperanza de vida del hombre (resultado de la mezcla entre países pobres y ricos. Por ejemplo, en Japón, la esperanza de vida es de 83.35 años; en República Centroafricana, es de 49.83).

Estudiar los límites de la longevidad mundial y personal se enfrenta a dos grandes retos estadísticos: primero, que no hay muchas personas que vivan hasta edades avanzadas y, en seguida, pero no menos importante, las personas con gran cantidad de años a menudo pierden la noción de cuánto tiempo han vivido en realidad: dicen que cien, cuando pudieron haber vivido 95 o 105.

¿Hay límites?

La lucha por vivir mucho tiempo –sin preguntarse para qué—continúa. Y a menudo recibe algunos varapalos y algunas buenas noticias (aunque de los varapalos y las críticas, la industria de la “eterna juventud” jamás se entere)

Sobre los varapalos, están las conclusiones de un equipo de científicos de la Facultad de Medicina Albert Einstein, del Bronx neoyorquino quienes, en voz de su líder de proyecto, el doctor y experto en envejecimiento Jan Vijg , han fijado el límite más alto de esperanza de vida humana en 115 años. Adiós otras Jeanne Calment.

En el bando contrario, los críticos del anterior estudio (quienes arremetieron contra la investigación de Vijg aduciendo que los datos en los que basaba sus conclusiones eran insuficientes) dicen que, ni por asomo hemos alcanzado un punto máximo de longevidad humana. “No estamos cerca de alcanzar un punto máximo en la expectativa de vida humana todavía”, señala Kenneth W. Wachter, demógrafo de la Universidad de California, en Berkeley. Entonces: hola otras Jeanne Calment.

En este mismo tenor se pronuncia Elisabetta Barbi, demógrafa de la Universidad de Roma. “Si existe un límite fijo biológico, no estamos cerca aún”, comenta Barbi quien, junto con sus colegas, publicó una investigación hecha en campo, con un número importante de italianos longevos el pasado 28 de junio en la revista Science.

Lo que Barbi y otras investigaciones han descubierto es que las tasas de mortalidad es algo elevada en la infancia y disminuye durante los primeros años de vida. Vuelve a subir con los adultos en sus treinta y finalmente se dispara entre los 70 y 89 años. Lo que se forma es una especie de “meseta” que hace que los límites de longevidad no sean tan claros.

Por curioso que aparezca a los ojos del lector, mientras más viejos somos más posibilidad de llegar a la centena tenemos.

Así podríamos seguir citando estudios sobre esperanza y límite de vida. Pero, siguiendo con las viejas historias, cuento un aforismo chusco de un amigo mío que solía repetir: “Lo único que sé es que de esta vida yo no salgo vivo”.

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