El Papa, de formación jesuita, invita al Magis, la fe cristiana que crece en la amistad con Jesús y en el servicio a los demás también a través del trabajo En estos tiempos de vacaciones de verano y de sano ocio, podemos reflexionar sobre la felicidad que se puede perseguir a través del trabajo. El Papa Francisco ha dicho que los lugares del trabajo y de los trabajadores son también lugares del pueblo de Dios”. (Discurso, Génova, el 27 de mayo de 2017).
Entones, imaginemos que debemos pasar casi 8 horas de nuestra vida en esos templos cotidianos y a “razón de ser” Dios nos invita a ser “creadores” junto a él en su creación.
En el libro Ikigai: los secretos de Japón para una vida larga y feliz (Hertor García y Francesc Mirelles, 2016), los autores destacan como los japoneses son campeones de longevidad, pero también de encontrar sentido al esfuerzo máximo del cansancio en el trabajo.
No es un concepto de felicidad la que presentan los japoneses. Ellos dan sentido a aquello que parecería no tenerlo en principio: ¿Por qué pasar 8 horas de mi vida encerrado en una oficina, una fábrica o un estudio compartiendo con desconocidos que a veces pueden herir mis sentimientos o ser la competencia más desleal y que pisa mis talones para congraciarse el jefe o por el poder?
Sin embargo, este concepto Ikigai, puede traer a colación una espiritualidad cristiana implícita, si cambiamos el Ikigai por aquello que la espiritualidad de San Ignacio (espiritualidad ignaciana) llama el “Magis”, que significa en latín: “más”.
El Papa, de formación jesuita conoce muy bien este término que indica como la fe cristiana crece en la amistad con Jesús y en el servicio a los demás.
Poder en el trabajo es servicio
De esta forma, cristianizamos el Ikigai y tenemos que con el “Magis” el servicio nos llama a “identificar aquello en lo que eres bueno, que te da placer realizarlo y que, además, sabes que aporta algo al mundo, es decir, sirve a los otros” y es lo que Dios quiere de ti.
Entonces, significa exigir de nosotros mismos cada día “más” y esto lleva a aumentar la “autoestima”, porque la persona siente que vale la pena vivir y jugársela por el trabajo en equipo, el compañerismo, la unión y nuevos objetivos en la trascendencia del bien común y en la participación en la obra de Dios.
Al mismo tiempo, que se construye algo, se presta un servicio o somos ‘productivos’ más allá de la reducida mentalidad económica. En otras palabras, trabajamos para ser felices y dar felicidad a los demás y no sólo pasamos por este mundo para ganar un sueldo, un espaldarazo del jefe o el prestigio de una profesión. Somos mucho “más” que eso.
Contemplar la cruz
Nuestra vida toma otro enfoque porque mira a la cruz en la cual fue revelado “el amor hasta el fin” y se presenta como camino cristiano del amor por los demás sin pedir nada a cambio y que nos dirige hacia la vida plena.
San José fue un carpintero y tal vez, la formación del joven Jesús también estuvo hecha de astillas en las manos, dedos morados de un martillazo o dolores musculares por mantener la misma posición.
Pero, quizás sí Jesús cuando trabajaba veía en lo que hacía el “más” del servicio a través del trabajo a los demás. Entregar una silla a una familia apenas hecha podía haber sido una gran satisfacción para José y Jesús.
Humildad de las pequeñas cosas bien hechas
Una vez una abuela aconsejó a su nieto sobre la conciencia de las pequeñas cosas bien hechas; pues insistió: “Hasta la lavar el piso hay que hacerlo con amor”. Hoy ese nieto, adulto, podría pensar en la dignidad infinita que hay en cada labor, incluso la más humilde. En efecto, qué sería de ese piso sin manos tan presurosas, concienzudas y responsables.
Así, suciedad, fealdad e insalubridad tuvieran la mejor parte. Belleza, salud y limpieza serían como ese grano de arena que dejaría de hacer parte del universo.
Pasamos por al vida distraídos del panorama, sin mirar los detalles. El mar, la playa y esas cosas que damos por descontadas y nos dan sosiego y nos alegran la jornada, pero no entendemos que están hechas de detalles; la concha de mar, la arena, las moléculas de agua.
Pero, ¿qué sería el mundo sin el “más”, de los detalles, de las pequeñas cosas? Esas que también hacen la diferencia en el trabajo.
Esos detalles que el Papa Francisco destacó en la ciudad de Roma, cuando dijo que esperaba en la gente más humilde, sencilla y trabajadora; héroes silenciosos. Personas que hacen su propia labor a diario y en los cuales la ciudad podría confiar para una renovación.
Pasión, misión, vocación y profesionalidad
Por lo tanto, si elevamos nuestra pasión, misión, vocación y profesionalidad al “Magis”, amaremos lo que hacemos y lo encontraremos útil a nivel social.
Probablemente la felicidad en lo que hacemos pasa por diversos aspectos, como la pasión que es amor incondicional, sin esperar nada a cambio (bueno si, el pan de cada día, el mismo Jesús lo indica en el Padre Nuestro, parafraseando al Papa: vivir con sencillez día por día) combinada a la misión de hacer las cosas por amor al bien que puedo donar a los demás.
Esto también implica el sentido de la vocación cristiana y de la profesionalidad, escondida también en un oficio por humilde que sea, es decir saber hacer las cosas, medir sus consecuencias y transformar la realidad que nos rodea. Ser hacedores de belleza y cambios positivos.
¿Qué haría Jesús en mi lugar?
Entretanto, la dinámica cristiana se traduce en conocer, amar y seguir ( tener fe). ¿Qué haría Jesús en mi lugar? ¿Dejaría el suelo sucio porque no me pagan lo que pido? ¿Qué haría Jesús en mi lugar? ¿Dejaría de operar a una niña porque sus padres no tienen el seguro sanitario? ¿Dejaría a mi compañero trabajar hasta tarde solo porque me cae mal sabiendo que yo le puedo economizar tiempo en su labor con mis conocimientos y podría regresar a abrazar sus hijos antes de que vayan a dormir? ¿Qué haría Jesús en mi lugar?
Contemplar los misterios de la vida de Jesús – escuchar sus palabras, mirar sus gestos y recordar sus obras transmitidos por los Evangelios – hace que despierte en nosotros una profunda fascinación por su modo de proceder incluso en la dimensión del trabajo. Jesús fue un trabajador, un carpintero, un humilde obrero. Eso podemos ser humildes trabajadores, así seamos directores de una oficina, empresarios o altos ejecutivos.
No renunciar nunca a la belleza
El poder del servicio al que nos invita el Papa Francisco está en en nuestros templos: nuestros lugares de trabajo. Esta fascinación por Jesús enciende en nuestra vida el deseo de actuar de la misma manera que Él; dándolo todo, sin esperar una recompensa, exponerse a la incomprensión, a la traición y a los enemigos que no faltan.
Sin embargo, no renunciar nunca a la belleza de poder cambiar el mundo con nuestras pequeñas cosas bien hechas. Una después de otra y todas pueden ser parte de una revolución silenciosa de amor que pasa también por lo que amamos, por lo que el mundo necesita, por aquello que es justo recibamos como ‘pan diario’ y aquello que sabemos hacer bien.
Los riesgos que corremos
Quizás el riesgo que se corre con la propuesta del Magis, dar ‘más’, en el trabajo para construir belleza y felicidad en y con los demás es salir de la insatisfacción, perder el sentido de que somos inútiles (sí, somos siervos inútiles pero para el mejor patrón del mundo: Dios), dejar atrás el conforto escondido del vacío, la delicia y plenitud de cosas efímeras, cuánto pasajeras, y la exaltación y plenitud de cosas que en realidad son inciertas.
“Magis” es también la certeza de que todos sabemos hacer algo bien, es un don natural, y es autoconocimiento: sabemos hasta donde podemos exigir “más” en la relación con Jesús y en la relación con los demás.
Empatía, autoconocimiento, motivación
La psicología también reafirma este principio de alguna manera. Daniel Goleman (1998) experto en Inteligencia emocional nos indica que la inteligencia, la firmeza y la determinación que nos vende la sociedad como fórmulas de éxito laboral y profesional son quimeras, si no se mezclan con nuestras emociones e humanidad. Por eso, necesitamos de autoconocimiento, autorregulación, auto motivación y empatía.
En otras palabras, significa calzar los zapatos de los demás, saber hasta donde podemos exigirnos y exigir a los demás, detenernos, aceptar que no podemos hacerlo todo, necesitamos de la ayuda de los demás, que nuestra razón de vida va más allá del salario y que podemos sorprendernos cada día de la vida y de las relaciones con las personas.
Por eso, Francisco nos recuerda que “trabajando nos volvemos más personas. Nuestra humanidad florece, los jóvenes se vuelven adultos trabajando”. Y “los hombres y las mujeres se nutren del trabajo como el trabajo es fuente de dignidad” (discurso a la archidiócesis de Génova, el 27 de mayo de 2017).