Hay acontecimientos que cambian la vida para siempre
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El sufrimiento de los migrantes no solo es físico, social y económico. Es también psíquico y afectivo pues la dura experiencia de la migración provoca profundas heridas, sobre todo en el caso de los niños.
La separación de sus padres durante días, semanas, meses, e incluso años, hace que los niños sean muy vulnerables a todo tipo de peligros.
Los que emigran solos pueden ser víctimas de la delincuencia y del abuso o maltrato psicológico, debido a las condiciones de clandestinidad en las que viven, por ejemplo, al tener que pasar la frontera de diversos países. Muchos de ellos comentan que el miedo y la angustia que experimentan al estar con extraños cuando son dejados por sus padres con los coyotes o familiares, se convierte en una pesadilla que se revive en sus sueños nocturnos durante mucho tiempo. Se sienten perdidos y abandonados.
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El niño que se queda en el país de origen, podría verse afectado por los peligros del entorno en el que vive. Necesitan desapegarse, adaptarse a la ausencia de su madre, y afrontar la ruptura que supone su alejamiento. Es normal que afecte a sus hábitos y desarrollo físico, psiquico y social.
Entre los 5 y los 7 años, los niños experimentan habitualmente dolor, angustia, desamparo e inseguridad ante la ausencia de su madre. Además, reaccionan a los acontecimientos con preocupación, miedo, melancolía y nostalgia.
Un dolor que traumatiza
Se denomina “trauma de la migración” al desequilibrio que experimentan los migrantes tras emprender un camino cuyo éxito psicológico muchas veces es incierto. Ellos buscan un futuro mejor al tiempo que no quieren modificar el núcleo profundo de su propia identidad.
Este trauma se ve como una herida, una fisura, que en el plano psicológico trae consigo mucho sufrimiento, un choque violento con repercusión en la personalidad. Esto ocurre cuando las condiciones sociales sean desfavorables, tanto en el país de origen como en el de acogida.
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Un trauma acumulativo
Como el proceso de migración es largo, las experiencias traumáticas son acumulativas. Comienzan en el momento de la partida-separación del lugar de origen; continúa con una serie de eventos durante el viaje; y, al llegar al lugar (o lugares) de residencia.
Y es que en el caso de la residencia no siempre (o mejor dicho, casi nunca) se llega a un lugar en que el residir durante un tiempo estable. Al contrario, se suele cambiar con frecuencia de residencia y vivir en todo tipo de viviendas.
Las consecuencias de trauma acumulativo pueden no ser inmediatas y reacciones, diversas, según el tipo de personalidad. Pero, según afirman los expertos, siempre implicará efectos profundos y duraderos.
El trauma pasa de padres a hijos
Cuando la experiencia migratoria es traumática para los padres o para solo uno de ellos, el trauma puede también ser transmitido a los hijos de distintas maneras. Cuando viven en condiciones de clandestinidad se experimenta como drama doloroso y destructivo. También puede afectar al estilo de vida de los que se quedan en el país de origen que, por otra parte, pueden llegar a idealizar la aventura de sus padres sin ajustarse esta a la realidad.
Los hijos suelen vivir esta experiencia de manera compleja y antagónica. Se llenan de fantasías, de imágenes construídas sobre las bases de las fantasías y sueños de sus padres
Los niños pues, tal vez no viajen con sus padres y se queden con algún familiar, no viven directamente la migración pero sufren las consecuencias de ésta: heredan el trauma de la familia provocado por el viaje de los padres y las condiciones de clandestinidad.