Killing Eve: retrato de una psicópata sin límites

Un thriller de la HBO con un fondo auto-paródico que lo aleja del noir para dejarse fluir en un registro que lo hace mucho menos metafísico y más prêt-à-porter. Una historia sobre mujeres, interpretada a las mil maravillas por tres actrices de tres generaciones distintas, muy a lo Tomates verdes fritos (1991).

Haciendo de antagonista, y representando a las inteligentes, jóvenes y guapas, está Jodie Comer (1993), que se transforma en Villanelle, una psicópata con nombre de perfume al más puro estilo Hannibal (Mads Mikkelsen) aunque mucho más milenial y tarantiniana.

Como protagonista madura y sumamente peculiar deslumbra Sandra Oh (1971), que algunos recordamos por su memorable papel de Stephanie en Entre copas (2004), bordando su rol como Eve Polastri, una agente británica del MI5 obsesionada con las asesinas en serie.

Como contrapunto a las dos, la veterana Fiona Shaw, que introduce notables niveles de excentricidad desde un hieratismo sublime haciendo de Carolyn Martens, superior de Eve.

Todo el metraje circula sobre una ironía que se trasluce estéticamente, aunque se hace difícil de identificar entre tanto y tan certero entretenimiento. El papel de la antiheroica asesina se convierte en extrañamente fascinante, como sucedió anteriormente, en cierto modo, en series como Weeds (2005-2012), Dexter (2006-2013) o Breaking Bad (2008-2013). Y, como en estos casos, invita al espectador a preguntarse por qué uno puede sentir empatía por una idiota moral de libro que parece incapaz de sentir empatía por ser humano alguno.

Los mecanismos de guión que funcionan a este respecto son interesantes para desvelar los imaginarios de la audiencia. En este sentido, se pueden identificar diversos elementos en los rasgos de los personajes que permiten ese extraño efecto de identificación con la depredadora Villanelle, aunque sea en un nivel inconsciente.

Para empezar, la asesina a sueldo tiene rasgos y figura de modelo. Es preciosa, viste bien y a la moda, y por ello nuestro cerebro tiende a alinearla estéticamente en el lado positivo de la realidad: el de la juventud. Además, encarna a la mujer completamente liberada de todo el fardo patriarcal. Es bisexual. Practica el casual sex desenfadadamente y no tiene vínculos familiares. No acepta la autoridad, y menos la masculina. Tiene una completa independencia económica. Es una consumista empedernida y una adicta al lujo. Y su vida no está encuadrada en los límites locales sino que trasciende todas las fronteras, entrando en una movilidad global, cometiendo sus fechorías constantes previo viaje en primera clase.

Frente a estas apetecibles singularidades de la criminal, el lado de la ley queda caracterizado por mujeres cuyas vidas son mucho más sosas, lóbregas y aburridas, algo que se percibe desde la estrechez de la oficina en la que trabajan hasta en la iluminación de los lugares que habitan o en el modesto vestuario que lucen durante la serie.

En suma, un lúcido producto de entretenimiento que nos hace conocernos un poco mejor.