La vida eterna es mucho mejor que mi vida llena de muerte
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Hay algo dentro de mí que tiene que morir para que brote vida nueva. O para dejar espacio a la vida que nace desde dentro.
O tal vez hay algo ya muerto y que huele en mi interior que tiene que resucitar para darme nueva vida. No lo sé. Pienso en ello. Hago mi lista de cosas muertas que llevo dentro. Y de cadenas que quiero que ser rompan para ser más libre.
Sé que la vida que Jesús me promete me gusta mucho más que mi muerte oscura. Me gusta más la confianza ciega en un Dios oculto que mis miedos enfermizos que me atan a la vida caduca. Me gusta mucho más la alegría de una promesa que el trago amargo de la derrota que bebo.
Quiero la vida, no quiero la muerte. Pero sé que es necesario morir para volver a nacer. Morir a mis miedos, a mis egoísmos, a mis idolatrías para vivir con libertad, lleno de amor. Morir a tantas cosas que en mí son cadenas pesadas.
Miro la vida que brota del costado abierto de Jesús. Me amó hasta el extremo. Miro la fuente de vida.
“La vida del hombre no se agota en esta tierra. Y dado que el alma del hombre es inmortal, el fin último del hombre trasciende esta vida terrestre y se dirige hacia la contemplación de Dios”[1].
Miro al cielo lleno de confianza. El final es un para siempre. Pero entre mi muerte de hoy y la vida plena al final de mi camino, transcurre mi hoy que se abre a un futuro lleno de esperanza.
Decía Søren Kierkegaard: “La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia delante”.
A veces me encuentro mirando hacia atrás. Anclado en el pasado. Es verdad que es necesario. Pero sólo para comprender el paso de Dios por mi vida. Sus deseos ocultos en mis huellas.
No me quedo en el pasado justificando mi pereza y desidia. No quiero pensar que mi momento ha pasado y no me queda nada por hacer. No es verdad.
No importan los años que ya tenga. Viviré todo lo que Dios quiera. Tengo toda mi vida por delante para cambiar el mundo.
Quiero vivir con la alegría pascual mirando los años que me quedan. Sonriendo al futuro. No quiero agobiarme pensando en la muerte. No quiero vivir anclado en lo que fue y ya no es, o pudo haber sido, recordando historias pasadas.
Vivo el presente abierto a un futuro mejor. La vida eterna es mucho mejor que mi vida llena de muerte.
Vivo mi hoy con el corazón lleno de Pascua, lleno de luz. Reparto sonrisas y esperanza. Hablo de la vida, no de la muerte. Tengo la alegría dibujada en los labios.
¿Qué me falta para ser feliz? Lo tengo todo. Jesús me lo da todo. Y lo que no poseo no lo envidio. Puedo ser feliz con muy poco. Cuando dejo de poner mi mirada en un horizonte que no existe. O en cosas que no me dan la alegría plena.
Hoy llego al sepulcro vacío, a mi corazón vacío. Ya no está el cuerpo de la muerte. ¿Qué ha resucitado en mí?
Quiero dejar allí mis miedos, mis apegos enfermizos, mi muerte. Jesús está conmigo, en mi camino, en mi vida. Él vive. No me deja solo porque quiere que viva una vida plena, con sentido.
Así quiero vivir, resucitado. Con su vida en mi corazón. Con su resurrección imposible en mi muerte. Comienza el reino a brotar en mi alma. Entre mis manos, su vida.
[1] Jesús Sánchez Adalid, Y de repente, Teresa