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Ex adepta de la Cábala advierte: “Era una fábrica de psicópatas”

KABBALAH
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Luis Santamaría - publicado el 17/02/18
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Una joven española que fue adoctrinada a través de Internet cuenta el trasfondo de este grupo esotérico

Sara (nombre figurado) vive en una ciudad española. En torno a 2011, durante un año y medio fue seguidora de la Cábala (Kabbalah), una corriente esotérica inspirada en el judaísmo pero totalmente dentro de la galaxia New Age. Ha compartido su testimonio con la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), y lo extractamos aquí.

De la radio a Internet

Con algo más de 30 años, Sara escuchó un día en “Espacio en blanco” –el programa de misterios de Radio Nacional de España– a Michael Laitman, fundador y presidente del Instituto Bnei Baruj para el Estudio e Investigación de la Cábala (que dice contar con más de un millón de seguidores o “estudiantes”). Un hombre que dice ser doctor en Filosofía y experto en Medicina Bio-Cibernética.

“Pasaba por un momento personal durísimo en el que hubo problemas laborales, fallecimientos familiares, angustias económicas, sensación de soledad permanente… en fin, un mal momento vital”, explica. Y fue cuando “escuchando a este señor, con esa voz tan afable, me interesé inmediatamente por lo que contaba”.

Al día siguiente lo buscó en Internet y encontró enseguida el centro, “que parecía una especie de universidad on line para el crecimiento personal”.

Así se inscribió en un curso totalmente gratuito de Fundamentos de la Kabbalah, con “clases amenas y divertidas que te permitían interactuar con gente de todo el mundo”. Los profesores insistían en que “aquello no era para todo el mundo y había que tener unas inquietudes especiales”.

Se trataban temas de personalidad, espiritualidad, psicología… de forma que “había mucha sabiduría aparente desde el punto de vista psicológico y científico”.

Sara se apasionó en el estudio: “era mi momento más feliz del día”, tanto por el conocimiento que adquiría como por “el buen rollo reinante en las clases interactivas”.



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El paso a la participación real

Otro compañero novato en la Cábala se puso en contacto con ella, proponiéndole participar en un encuentro físico en España de los que organiza el grupo a nivel mundial.

Durante una jornada, Sara estuvo “en un salón escuchando al Rav (así llaman al líder), que aparece en una gran pantalla” y que respondía a las preguntas de sus seguidores.

Y es que “se le considera el máximo representante del Creador en la tierra”. También se cantaban canciones y se hacían otras actividades.

Estos congresos duran varios días y se retransmiten en directo para que puedan participar en ellos de manera virtual los adeptos de todo el mundo, que se reúnen en otras ciudades para hacer este seguimiento. Así, explica la ex adepta española, “se intenta crear un vínculo aparente de amor entre todos los asistentes”.

Esta primera experiencia de encuentro real más allá de Internet desbordó a Sara, que se derrumbó llorando cuando regresó a casa, pero sus compañeros de la secta se encargaron de explicarle que “aquella reacción era normal, todo de acuerdo con el plan de la Kabbalah”.

Algo sí le extrañó: “las malas relaciones que había entre hombres y mujeres”, ya que “es una filosofía profundamente machista y promueve una rivalidad constante. A las mujeres les corresponde siempre un segundo plano, y se les considera las vasijas a través de las cuales los hombres otorgan la luz”.

Abandono momentáneo… y regreso a la secta

Tras esa experiencia, Sara se prometió a sí misma “no tener nada que ver con este movimiento nunca más”… pero la insistencia del mismo compañero de antes la hizo participar en un nuevo evento en España, lo que supuso su vuelta al grupo: “no me marché y transcurrieron los meses… algo de lo que después me arrepentí profundamente”.

Al repasar ahora lo que vivió, la ex adepta reconoce que “es muy difícil explicar lo que ocurrió. Sencillamente, es una filosofía que te atrapa”.

También vemos esa fuerza del adoctrinamiento cuando afirma que “a pesar de todo, era tal el enganche con las lecciones on line que me propuse seguir solamente por Internet sin tener nada que ver con esa gente”.

Para hacernos una idea de la intensidad que suponía esa pertenencia, hay que tener en cuenta que las clases tenían lugar a diario, de 3 a 6 de la madrugada (hora de Israel).

Y después, del contacto en grupos virtuales y a través de Skype pasó de nuevo a encuentros esporádicos en la vida real… que los últimos meses se convirtieron en reuniones semanales.

Esto se intensificaba cuando se celebraban los congresos mundiales (generalmente en los EE.UU. o Israel), porque había que asistir –ya fuera física o virtualmente– casi las 24 horas del día, “sin atender a las obligaciones cotidianas de los estudiantes”.

Un comportamiento extraño

Sara, que asegura haber dejado atrás todo el contenido doctrinal que le inculcaron, sin embargo recuerda bien las consecuencias prácticas en el día a día de los adeptos: “se nos enseñaba que cada cual hiciera lo que le correspondía sin preocuparse lo más mínimo de lo que hiciera el vecino, sin importar el grado de amistad” –ya que “entre nosotros nos llamábamos amigos”–.

Una vez un compañero le dijo que “si veías a un amigo drogándose o haciendo cualquier otra barbaridad, no podías intervenir, porque era lo que él tenía que hacer en ese momento y tú no podías interferir”.

Esto se basa en la enseñanza de que “no existe el libre albedrío. No puedes obstaculizar las acciones de otra persona, porque todo lo que sucede es porque tiene que ocurrir. Sea lo que sea”.

En el grupo, integrado por gente de un nivel socioeconómico y cultural medio-alto, “se fomentaban las relaciones entre los componentes de la secta, y se alentaba el divorcio si uno de los dos cónyuges no pertenecía a la misma”.

Algo que también ha quedado en la memoria de Sara es la doctrina de que “nosotros éramos Dios... Dios no estaba fuera de nosotros, sino dentro”.

Algo común en la Nueva Era y que, pese a su apariencia positiva, tiene consecuencias disparatadas: “lo que nosotros hacíamos era, según ellos, jugar a un juego. Es decir: nada de lo que hacíamos era realidad, sino un juego, por lo que todo carecía de importancia, excepto el miedo a la expulsión de la organización”.

Proselitismo y enriquecimiento

“Casi todos nosotros trabajábamos para la organización de forma absolutamente gratuita”, ya fuera haciendo traducciones, ya fuera distribuyendo publicidad en las manifestaciones, en las que “la secta nunca se identificaba como tal, sino que se disfrazaba de movimiento social o lo que fuera. En los flyers no aparecía mención alguna a la Cábala o a Bnei Baruch”. Además, “se hacía mucho proselitismo camuflado on line”.

Si bien al principio todo era gratuito, posteriormente “se empezaba a explicar que cuanto mayor compromiso, más desprendimiento material tenía que haber”. De manera que, según reconoce Sara, “se nos sacaba el dinero a espuertas”.

La suma de todos los factores es, para esta ex adepta, clara: “era una fábrica de psicópatas. A través de diferentes técnicas te lavan el cerebro y acaban consiguiendo que no pienses por ti mismo. Y si ven que todavía sigues pensando por ti mismo, te echan”.

El fin de la pesadilla

Y eso fue precisamente lo que le pasó a Sara. “Me enviaron un correo electrónico –que todavía conservo– en el que me dicen básicamente que debo separarme del grupo durante 6 meses, pudiendo volver después de ese tiempo”.

En aquel momento “fue muy doloroso que personas con las que yo tenía una aparente amistad me dejaran de dirigir la palabra y me borraran de todos sus grupos”.

A pesar de todo, “superé aquello con ayuda y desde luego que no volví a los 6 meses. Ya han transcurrido varios años y aquello se ha quedado en una pesadilla”.

Tras vivir esta experiencia, afirma directamente: “jamás pensé que una cosa así me pudiera ocurrir”. Y es que mientras estaba en el grupo, en algún momento se planteó la posibilidad de que estuviera en una secta, pero buscó en Internet y no halló ninguna referencia crítica en español.



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