La periodista y escritora Anne-Dauphine Juilland ha querido retratar la cotidianidad de los niños afectados por enfermedades crónicasEn uno de los momentos más descorazonadores de Ganar al viento, uno de sus pequeños protagonistas, Imad, se echa a llorar de forma desconsolada cuando su madre se ve obligada a volver a colocarse la sonda que siempre lleva en la nariz.
Y sin embargo, en la secuencia siguiente –que, según la directora, Anne-Dauphine Julliand, retrata literalmente lo que ocurrió a continuación–, mientras nosotros seguimos enjuagándonos las lágrimas, el niño comenta, ya sin rastro alguno de tristeza en el rostro, que a lo que está comiendo le falta algo de sal.
Ese contraste, provocado por un pragmatismo sanador y, desde nuestros ojos adultos, increíblemente heroico, define a la perfección el espíritu de este documental. Una obra que se atreve a centrarse en algo tan doloroso como las enfermedades infantiles crónicas para mostrarnos algo que subyace tras ellas y que, demasiado a menudo, se nos olvida: que incluso sufriendo molestias y dolor, los niños continúan siendo niños, y conservan no sólo una infinita capacidad para ilusionarse, sino, sobre todo, un optimismo a prueba de bomba.
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La evidente sensibilidad con la que Julliand aborda el tema proviene de su propia experiencia: ella perdió a dos hijas por culpa de una leucodistrofia metacromática y, como relató en sus libros Llenaré tus días de vida y Un día especial, a pesar del inimaginable dolor de ser consciente de que no había cura, se esforzó por darles una infancia normalizada, hermosa y todo lo rebosante de amor posible.
La directora se refleja, pues, en los padres que retrata en Ganar al viento, y es por lo tanto muy consciente de la pesadísima carga con la que tienen que convivir en su día a día… Pero la cuestión es que ha escogido no centrarse en ellos –y convertirlos, como ella misma, en meros secundarios–, sino en sus retoños y en sus ganas de vivir, de explorar, de descubrir y, en general, de abrirse al mundo.
Julliand no tiene la ambición de retratar el progreso de las enfermedades de los cinco niños en los que se centra, Ambre, Camille, Imad, Charles y Tugdual, ni de realizar explicación didáctica alguna al respecto: lo que pretende es captar un pedacito de su vida cotidiana, mostrarnos aunque sea un pequeño fogonazo de la luz que desprenden.
Para ello, la directora se pega a ellos y deja que se expresen con absoluta naturalidad, reflejando tantos sus momentos buenos (la mayoría) como los malos (los menos), utilizando un estilo naturalista, a ras de suelo, que solamente rompe en momentos puntuales, como el espléndido (y larguísimo) plano secuencia que sigue a Charles atravesando la planta pediátrica del hospital en el que vive, buscando a su mejor amigo, Jason… Y que, por lo tanto, basa por completo su eficacia en el encanto y la inocencia con la que los pequeños se dirigen a la cámara.
Gracias a ellos y a la franqueza con la que se expresan –por momentos, desconcertante en su claridad mental–, Ganar al viento se convierte, por encima de todo, en un canto a la vida y a lo extraordinario de ésta, incluso cuando apenas dura un instante.
Pero, al mismo tiempo –y tal y como expresa la canción “Mistral gagnant”, de Renaud, que suena hacia el final del metraje–, también reivindica la importancia del vínculo amoroso y, por eso mismo, curativo, de padres, madres e hijos, y también de la implicación de aquéllos en la crianza activa de sus retoños como la mejor manera de compensar cualquier obstáculo que pueda presentárseles a lo largo de su existencia.
Ficha Técnica
Título original: Et les mistrals gagnants
Año: 2016
País: Francia
Género: Documental
Directora: Anne-Dauphine Julliand
Con: Ambre, Camille, Imad, Charles, Tugdual