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¿Cuál es la respuesta católica a la epidemia de opiáceos en EEUU?

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Jaime Septién - publicado el 20/12/17

Tres ejemplos de acción

La crisis de los opiáceos está tomando dimensiones aterradoras en Estados Unidos, tanto así que el gobierno de Donald Trump, más atento a los golpes de timón mediáticos que a la raíz de los problemas sociales, ha tenido que declarar que se trata de una emergencia nacional.

Pero, ¿cuál es la respuesta católica a la epidemia de opiáceos?, se pregunta Lucas Briola, un candidato a doctor en teología sistemática por la Universidad Católica de América en el número del 19 de diciembre de 2017 de “América”, la revista de los jesuitas estadounidenses.

Dice Briola que la mayoría de las aproximadamente 64,000 muertes por sobredosis de drogas en los Estados Unidos en 2016 involucraron opiáceos. Además de esta cifra escalofriante, “se espera que las sobredosis de drogas aumenten en 2017 gracias al creciente uso de carfentanil , un tranquilizante para elefantes cien veces más letal que el fentanilo”.

Es lógico pensar que detrás de esto –como de tantas otras muertes en Estados Unidos—hay un poderoso lobby que obstaculiza los esfuerzos por reducir la brutal cantidad de recetas de estos opiáceos en el mercado negro. Se trata, en efecto, del lobby de la industria farmacéutica, a quien le importa vender mucho más que la muerte de personas –la mayor parte jóvenes—o la destrucción de las familias.

La epidemia de los opiáceos ha tenido una avance “metastásico” en los últimos años en Estados Unidos. Y eso ha traído como consecuencia decisiones tomadas apresuradamente, pues en lugar de buscar estrategias preventivas a largo plazo como la educación para la salud y el desarrollo comunitario, los funcionarios públicos se concentran en mantener con vida a los adictos “Luego, los adictos en recuperación se quedan para combatir el estigma y el espectro de la adicción por el resto de sus vidas”, subraya Briola.

¿Y los católicos?

Briola ejemplifica lo que pueden hacer en esta crisis con el testimonio de tres niveles distintos de acción fundada en la esperanza cristiana. El primero es el de la diócesis de Greensburg , donde su obispo, Edward Malesic, escribió una carta pastoral sobre la crisis del abuso de drogas, y la llamó enfáticamente: “De la Muerte y la Desesperación a la Vida y la Esperanza”. La carta llama a los fieles de Greensburg a ayudar a los que están sufriendo “a través de la oración y la educación”.

Las iniciativas incluyen un nuevo grupo asesor del obispo, compuesto por expertos en el campo, sesiones educativas patrocinadas por la diócesis y servicios de oración, y herramientas de predicación y oraciones de intercesión provistas por la oficina diocesana de adoración.

El segundo es el de Carnegie, una ciudad obrera en el sudoeste de Pensilvania- Ahí, en la parroquia St. Elizabeth Ann Seton, se lanzó recientemente la Alianza HOPE (“Extensión, Prevención y Educación de la Heroína”). El esfuerzo fue encabezado por el pastor de la parroquia, David Poecking, y una feligresa, Christine Simcic, quien dice que simplemente “quería hacer una diferencia en el mundo”.

El grupo escucha las historias de aquellos que luchan contra la adicción y trabaja para eliminar el estigma, construir relaciones para mejorar el capital social en la comunidad, introducir consejería pastoral para las familias afectadas y organizar talleres tanto para la capacitación como para la concientización sobre los opiáceos.

El tercer caso es el de Huntington, Virginia Occidental, lugar donde el articulista de “América” encuentra otra esperanza: una ciudad que saltó a los titulares nacionales el 15 de agosto de 2016, cuando 26 personas sufrieron una sobredosis en el lapso de cuatro horas, y donde el doctor Stephen Petrany, impulsado por su fe católica, ayuda a dirigir los esfuerzos para hacer frente a la crisis.

Ex alumno de la Escuela de Medicina de Georgetown y actual presidente del departamento de salud familiar y comunitaria de la Facultad de Medicina Joan C. Edwards de la Universidad Marshall, Petrany trata regularmente a sus “hermanos y hermanas en Cristo” que luchan contra la adicción. Esto a menudo requiere una disposición valerosa por parte de los cuidadores para “amar aun cuando no te vuelvan a amar”, le dijo a Briola.

“Los tres casos demuestran la fuerza de la esperanza cristiana frente a la naturaleza aparentemente determinista del enredo psicológico, económico y social que alimenta el flagelo opioide. Es una esperanza animada por un Dios cada vez mayor que solo puede satisfacer la inquietud de nuestros deseos infinitos y liberarnos de la estrechez sofocante de todas las adicciones”, concluyó Briola su artículo en “América”.

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