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Carlos Aguiar y Papa Francisco, lo que unió Aparecida

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Jaime Septién - publicado el 10/12/17
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Un cardenal que asume el “espíritu de Aparecida” para la Ciudad de MéxicoEn mayo de 2007, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, y el obispo de Texcoco (México), Carlos Aguiar, a la sazón vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), tuvieron un papel decisivo en la V Conferencia General de este organismo.

Y desde entonces, sus destinos han confluido, pero sobre todo la asunción del mensaje final del extenso documento con que concluyó el encuentro histórico del episcopado latinoamericano y caribeño en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida (Brasil).

El tema, en aquel documento, fue el de la conversión pastoral, una conversión “que no es, solamente de los pastores”, decía el actual cardenal de Tlalnepantla y recientemente designado sucesor del cardenal Norberto Rivera al frente de la arquidiócesis primada de México, en una conferencia en Querétaro.

Se trata, justamente, decía Aguiar, de una Iglesia que “no espera”, que no es “clientelar”, sino que en este “cambio de época”, sale al encuentro de la realidad, de las personas. En Aparecida, quedaba sellado, también, el modelo de Iglesia “pobre y para los pobres”, de las “periferias existenciales” de Francisco. Una “Iglesia en salida”.

La presencia de Aguiar y su conducción tanto de la Conferencia del Episcopado Mexicano como de CELAM, su conocimiento profundo de las escrituras como de la realidad social por la que atraviesan México y América Latina, han sido decisivas para su nombramiento en una arquidiócesis gigantesca, desde 1997 gobernada políticamente por la izquierda mexicana.

Los retos que enfrentará a partir de febrero de 2018, cuando tome posesión de la arquidiócesis primada de México, son enormes. Primero que nada, enfrentar la avalancha política que significarán las elecciones generales y locales (en la Ciudad de México también se renueva el poder político el 1 de julio de 2018) del próximo año.

En el plano pastoral, la paulatina secularización de una metrópoli que ha desbordado todos los cauces de conducción política, social, religiosa y cultural. Un espacio abigarrado donde conviven 15 millones de seres humanos y que, recientemente, fue golpeada por uno devastador terremoto que sacó a relucir lo mejor y lo peor que en la Ciudad de México puede haber: la solidaridad de los jóvenes y la corrupción generalizada de políticos, constructores, arquitectos…

No es desconocido el territorio arquidiocesano para el cardenal Aguiar (quien nació en Tepic, Nayarit, 9 de enero de 1950). Ha sido obispo de dos circunscripciones eclesiásticas aledañas a la Ciudad de México: Texcoco y Tlalnepantla. Tampoco lo es la conducción de una diócesis enorme, pues Tlalnepantla hace cabeza de las diócesis conurbadas a la Ciudad de México.

Su roce internacional, su capacidad de entendimiento de la política mexicana, su talante negociador y su espiritualidad profunda, han sido recogidas con agrado por la catolicidad capitalina.

Sin embargo, como decía Elsa Cecilia Frost, en México, donde todo, absolutamente todo se politiza, el nombramiento de Aguiar ha sido interpretado por los medios como un espaldarazo de Francisco al próximo proceso electoral, y al precandidato presidencial del partido del presidente Peña Nieto: el PRI.

Nada más alejado de eso. La decisión de Francisco no tiene nada que ver con la política mexicana y mucho –todo– que ver con la interpretación y la puesta en práctica de algo que él y Aguiar saben muy bien que hay que hacer en una región en la que ya el catolicismo no se da “por transmisión automática”: sacar a la Iglesia de la sacristía, volverla protagonista de la cultura, ir a las periferias y dialogar con ellas.

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