Wonder: ¿Es posible un mundo mejor?

Una historia de buenos sentimientos desde una perspectiva que no esconde cierta inocencia

Cinco años después de la comedia juvenil Las ventajas de ser un marginado, Stephen Chbosky dirige Wonder, adaptación de la famosa novela de R. J. Palacio y que, al igual que aquella, también se adentra en la diferencia.

En este caso se centra, principalmente, en Auggie (Jacob Tremblay), un niño de diez años que nació con deformidad facial y tras más de una veintena de intervenciones quirúrgicas, ha crecido en su casa, soñando con ser astronauta algún día, junto a sus padres, Isabel (Julia Roberts) y Nate (Owen Wilson) y su hermana mayor, Olivia (Izabela Vidovic). Pero llegado el momento, debe comenzar a ir al colegio y, por tanto, enfrentarse a la vida diaria y a lidiar frente a los demás por su diferencia física.

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Wonder, sin embargo, también se centra en otras diferencias gracias a la estructuración de la película a modo de capítulos dedicados a algunos de los diferentes personajes que giran alrededor de Auggie, como su amigo Jack Will (Noah Jupe) o Miranda (Danielle Rose Russell), la mejor amiga de Olivia, y quienes desde una perspectiva el espectador se hace una idea sobre ellos.

Pero, una vez que se convierten en narradores, descubrimos que, en realidad, también tienen sus problemas. No son, como Auggie,  tan diferentes, pero sí se encuentran todos en un momento de su vida muy preciso y particular en el que cada cual tiene su drama personal, ya sea por su edad, por sus problemas en casa o por su falta de adecuación a no encontrar su lugar en el mundo.

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La gran virtud de Wonder reside, precisamente, en mostrarnos con sencillez algo tan simple, pero a veces tan complicado de recordar, que aquellos que nos rodean tienen también problemas, más o menos importantes, pero cada cual los suyos. Y lo hace, como decíamos, de manera sencilla, quizá demasiado en algunos aspectos y apelando, en determinados momentos a un claro sentimentalismo, pero logra en términos generales crear una película llena de personajes que resultan cercanos y reconocibles en su configuración, con cuestiones que son fácilmente identificables para cualquiera.

Con un tono tan cómico como dramático cuando es necesario, Wonder, a su vez, resulta una película que en su forma y en su contenido casi parece surgir de otra época, tanto para lo bueno como para lo malo.

En cuanto a lo primero, lo hace porque apela a una historia de buenos sentimientos desde una perspectiva que aunque es seria no esconde cierta inocencia que resulta grata en una realidad, la nuestra, tendente al cinismo más crudo. Una coyuntura que puede ocasionar que Wonder produzca rechazo por una historia de este tipo; pero lo cierto es que resulta, además de conmovedora en algunos pasajes, más que grata de ver a pesar de lo convencional que, en general, transmiten sus imágenes.

Pero Chbosky consigue que su película transcurra sin decaer en ningún momento gracias a su ritmo y a sus cambios de tonos para conducir la historia, sin duda alguna, hacia un final feliz colectivo en el que todos y cada uno de los personajes encuentran su lugar. Y en el que las diferencias y los problemas quedan aparcadas dentro de la amabilidad y el entendimiento.

Ideas, todas ellas, muy básicas pero no está de más recordar de vez en cuando. Aunque sea en una película como Wonder, la cual, desde casi una idea fábula realista, plantea, de alguna manera, la posibilidad de un mundo mejor.