Lanzan un fuerte llamado al respeto de los lugares tan ligados a la fe y a las familias
Comenzaron como hechos aislados. Al menos eso creía la opinión pública. “Cosas de hampa común”, pensaba la gente. Pero, desde que la Sinagoga contigua a la céntrica Plaza Venezuela fue profanada hace varios años, pasando por la asombrosa multiplicación de asaltos a tumbas en los cementerios, hasta el irreverente ultraje de sepulturas claramente quirúrgicos, ya la situación ha tomado ribetes muy sospechosos. Y no solo cuando se ha tratado de religiosos o instalaciones de la comunidad judía.
Hace un par de años, tocó el turno al panteón del respetado historiador trujillano Mario Briceño Iragorry. Descansaba junto a su esposa en el Cementerio General del Sur cuando su familia recibió el aviso: la fosa había sido violada, estaba vacía y los restos esparcidos por el terreno. Su hija Beatríz Briceño Picón, periodista y presidenta de la fundación que lleva su nombre y custodia su obra, lo denunció oportunamente.
Son episodios dolorosos para los deudos y una desgracia que afecta toda una sociedad pues, aparte del agravio, incrementa sus niveles ya elevados de inseguridad al constatar que ni siquiera sus muertos pueden estar en paz.
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