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El baby blues, la depresión posparto y sus consecuencias en el bebé

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Luz Ivonne Ream - publicado el 19/10/17
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¿Por qué si ansiaba tanto tener este bebé y lo esperaba con tantísima ilusión, ahora que nació me siento tan triste y vacía… ?

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Es importante que entendamos que los bebés, aún en el vientre, son una esponja de nuestras emociones y que lo que sintamos se quedará impreso en su memoria emocional. Se les graba todo, incluso cuál fue nuestra reacción cuando nos lo ponen por primera vez en nuestros brazos.

Para las mujeres, el nacimiento de un hijo es de los acontecimientos más importante en nuestras vidas. Se supone que la maternidad llega llena de emociones positivas, sensaciones gratas y momentos maravillosos. Pero sabemos que no es así.

De hecho, a muchas mujeres no les fluye el instinto materno de manera inmediata, lo que les hace sentir culpables y “malas madres”.

En cuanto nace su bebé, se lo ponen en el pecho, en sus brazos y… ¿qué siente?. ¡Nada! Gracias a que la naturaleza es sabia, en muy poco tiempo ese “nada” se transforma en un “todo”.

Recuerdo el nacimiento de Tommy, mi primer hijo. Para comenzar, fue un embarazo que yo no me esperaba. A las pocas semanas de casada me enteré de que estaba embarazada y lloré amargamente, pero del susto. ¡Cómo me arrepiento de ese momento!

En esa época yo no sabía que mi hijo ya sentía si le rechazaba o aceptaba. Estaba recién casada, vivía fuera de mi país, de mi familia y el convertirme en madre me provocaba miedo, angustia… ¡terror!

Por el contrario, mi esposo siempre fue el más feliz y su apoyo fue fundamental para que mis emociones negativas se transformaran en alegría y gozo. Deseaba que esos 9 meses pasaran volando para tener a ese pedacito de carne en mis brazos.

Decidimos regresar a nuestro país para que nuestro hijo naciera cerca de nuestras familias. A los 9 meses y 15 días de casada entré en labor de parto. Casi 12 horas con unos dolores difícilmente descriptibles. Un agotamiento de sentir ya no poder más.

Solo las que han sido mamás me lo entenderán. Y juraba que era la última vez que iba a pasar por esa agonía… Con cada hijo las mujeres decimos lo mismo.

Mientras mi marido, más que feliz, gozando y registrando cada momento. Y yo, queriéndolo matar porque él era el culpable de  estar sufriendo. Todo lo grababa y yo desesperada, agotada, muerta de cansancio…

“Aquí en el hospital, ya estamos con muchos dolores de parto. Sonríe a la cámara. Di unas palabras, mi amor…” Y yo: “¿Estamos?… ¡tarado!”. Más bien creo que le dije otra palabrota clasificación “X” porque “no estamos”. ¡La que se estaba retorciendo de dolor era yo!

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Halfpoint – Shutterstock

Por fin, después de que me pusieran dos veces la anestesia epidural, nació mi chiquillo. Y en cuanto salió, sin limpiarlo ni nada me lo pusieron en el pecho.

Y yo, entre asustada y agotada, con expresión de “what?” Son solo instantes los que pasan. Por dentro me preguntaba: “¿qué se supone que deba hacer con él?¿cuál debe ser mi reacción? ¿lo abrazo o qué?… ¡Auxilio!”

Ahí estaba mi bebito, colocado en mi regazo, lleno de… pues… de todo eso de lo que están llenos los recién nacidos mientras el doctor sigue cosiéndome.

Son muchas emociones, sensaciones y pensamientos que se vienen como tsunami en un santiamén. No pude abrazarlo. Me limité a observarlo y a tocarlo con la yema de mis dedos. No pude expresarle de otra manera mi amor, su bienvenida a este mundo y cómo me arrepiento…

Formo parte de ese porcentaje de mamás que con su primer hijo no le salió el instinto materno ipso facto, lo que me generó muchas culpas. Después comprendí que no hay nada de malo al no sentir gozo en ese momento.

Ya en casa, las primeras noches no dormíamos -literal-. Mi esposo y yo vivíamos pegados al bebé para monitorear que respirara. A los pocos días, mi hijo estuvo muy irritable, no quería comer y no estaba enfermo. No paraba de llorar y yo con él.

Recuerdo sentir los días y las noches interminables. Cuando él dormía aprovechaba para encerarme a llorar. La gente me estorbaba. Las amistades me visitaban y yo las dejaba sentadas en la sala platicando con mi mamá porque no toleraba estar en compañía.

En la ducha berreaba para que mis gritos y llanto se perdieran con el correr del agua. Creía que me iba volver loca. No entendía qué me pasaba. Solo sabía que algo andaba mal, pero no entendía el qué ni el porqué.

¡Qué sensaciones más espantosas! ¡Sentía una soledad impresionante! Veía a mi bebito y lloraba más todavía; me sentía malagradecida por no gozar de ese enorme regalo que había recibido de la vida.

De verdad, quería sentir gozo, felicidad, alegría y no podía. Las lágrimas se venían sin querer.

De pronto, tuve el instinto -porque nadie me dijo que lo hiciera- de platicar con mi bebé, de expresarle cómo me sentía y de tocarle mucho. Le acostaba en mi regazo para que escuchara mi corazón y le repetía constantemente que él no era responsable de que yo me sintiera así y le pedía perdón por transmitirle mi tristeza.

En esa época yo no sabía que existía el ya famoso baby blues propio de las madres primerizas y que este implicara cambios de humor, irritabilidad, llanto sin razón o aumento de susceptibilidad. Y tampoco sabía que debía observar esos cambios en mí y ver que no se me prolongaran ni se hicieran más intensos pues corría el riesgo de que el pasajero baby blues se convirtiera en una depresión post parto.

Al poco tiempo noté que, si yo estaba en paz, mi bebé no lloraba y dormía toda la noche.

Todas mis actitudes, mis estados de ánimo, hasta lo que comía le afectaba a mi hijo.

Comprendí que él y yo teníamos una conexión emocional impresionante y que yo era su termómetro.

Todo lo que hice o dejé de hacer con mi hijo en esa época tuvo repercusiones actuales. De hecho, adquirí la costumbre de ponerle música ambiental, una en particular donde se escuchan a lo lejos el correr del agua y el trinar de pájaros. Tan es así que hoy en día, cada vez que mi hijo se siente triste, ansioso o irritado, escucha esa misma melodía y  automáticamente su nivel de estrés baja. Dice que siente mucha paz y que el trinar de los pájaros le recuerda a mí porque cada vez que despertaba y lloraba igualito le silbaba yo como señal de que ya le había escuchado y ya iba a rescatarlo de la cuna.

Es importante que las mujeres que quieran ser madres estén preparadas para pasar por esto. Lo más importante es que se informen sobre lo que es normal sentir o experimentar y lo que no y qué hay que hacer.

También es importante ser conscientes que los bebés sienten y escuchan absolutamente todo desde que están en el vientre: amor, rechazo, aceptación, tristeza, enojo, gritos, estados de ánimo… ¡todo!

Por ello deben hacer lo posible por llevar un embarazo lo más sano posible, tanto emocional como físicamente, y que el posparto se intente vivir en un ambiente de armonía, amor y paz.

Padeceréis los efectos de los cambios hormonales, no podemos tener control de ellos pues es un proceso natural de su cuerpo. Pero de lo que sí pueden controlar son sus consecuencias y que estas sean lo más llevaderas posibles. Así evitaréis pasar de un normal baby blues a un trastorno muchísimo más preocupante.

 

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