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Cristianofobia: ¿Hay discriminación hacia los cristianos?

NO RELIGION

Tom Woodward-(CC BY-SA 2.0)

Miguel Pastorino - publicado el 12/10/17

Un serio debate sobre la laicidad y la libertad religiosa

La laicidad es un acuerdo para la convivencia social y promueve la autonomía y la aceptación del pluralismo en una sociedad democrática, donde están claramente separadas la Iglesia y el Estado. Pero el laicismo no debe confundirse con la laicidad, porque este es una ideología que busca desterrar lo religioso del espacio público como si contaminara las conciencias de las personas, y viene de la mano de prejuicios ideológicos positivistas y antirreligiosos.

Muchos defensores de la “laicidad”, en realidad defienden el laicismo como ideología, que no se limita a la autonomía de los ámbitos políticos y religiosos, sino que promueve la exclusión de lo religioso de la sociedad.

Entienden la “neutralidad” del Estado en materia religiosa, no como una abstención a interferir en temas religiosos, sino como indiferencia que invisibiliza lo religioso, como una total prescindencia.

El caso uruguayo

El Uruguay no es una sociedad laica, sino de una gran diversidad religiosa y cultural. Uruguay tiene un Estado laico desde hace cien años, pero las ideas que proliferan sobre la laicidad son muy diversas. Es bien conocido el peligro del fanatismo religioso cuando se vuelve irracional, pero hay otro fanatismo del que no se habla mucho: el laicismo radical. Y es que hay laicistas tan fundamentalistas e irracionales como los fanáticos religiosos, y no están dispuestos a cuestionar sus opiniones, ni su agresividad y desprecio hacia los que profesan públicamente su fe.

En varias situaciones en que líderes religiosos se pronuncian sobre temas éticos, sociales y políticos, o cuando personas que confiesan abiertamente su fe, aspiran a un cargo político, aparecen declaraciones de tono agresivo e intolerante, en nombre de la defensa de la laicidad, velando porque la religión no interfiera en asuntos públicos.

Exigen a las personas que se identifican con alguna religión, que solo hablen dentro de sus iglesias acerca de sus posturas y opiniones sobre los más diversos temas. Lo grave es que aquí se confunde laicidad con exclusión social de la religión y privatización total de lo religioso. Sueñan con una especie de recorte de la libertad religiosa, que es un derecho que el Estado también debe proteger. ¿O acaso las personas que profesan una religión son ciudadanos de segunda categoría? ¿Tienen menos derechos?

Bajo cierto laicismo radical, tiene derecho a manifestarse públicamente cualquier persona sin importar cuál sea su ideología, salvo que tenga la “desgracia social” de pertenecer a una comunidad religiosa.

En ese caso debería abstenerse por poner en peligro la pureza laica del espacio público. Y aunque los argumentos que utilicen personas identificadas con alguna creencia religiosa, sean antropológicos y científicos, filosóficos y éticos, por el solo hecho de ser obispos, pastores, gurús, pae o mae de santo, los que hablen, serán tachados de querer imponer su opinión “dogmática” en la sociedad y de contaminar el ambiente con ideas perjudiciales para la ciudadanía.

Quienes califican despectivamente a las religiones de “dogmáticas” para que no “contaminen” el espacio público con sus “dogmas”, desconocen lo que son los dogmas religiosos, que en su mayoría no tienen que ver con temas éticos o políticos, sino con cuestiones que en nada afectan a los no creyentes.

Discutir si Jesucristo es Dios o no, si resucitó o no, si nació de una virgen, si reencarnamos o resucitamos, no es algo que afecte demasiado a los no creyentes ni a las decisiones políticas. En cambio, en temas éticos y sociales hay posturas claras y fundamentadas, como las de cualquier ideología, pero no existen dogmas al respecto.

Los fundamentos de personas religiosas, sean cristianos o afroumbandistas, budistas, musulmanes o judíos, sobre temas éticos, políticos, educativos y sociales, no son dogmas religiosos, sino que parten de una visión antropológica. Esta realidad es ignorada y en forma fóbica y fundamentalista se manda callar a quien intente manifestar públicamente sus ideas, si es el caso de alguien que haya caído en el “error” de pertenecer a una religión. Y si es una postura en disenso con ideas dominantes o políticamente correctas, peor.

¿Es más objetivo un ateo que un religioso?

Por otra parte, sería interesante hacer una lista de los dogmas positivistas y materialistas, secularistas y cientificistas, que terminan siendo postulados metafísicos impuestos en nombre de una pretendida objetividad que no tienen. Como si las personas que se declaran ateas o agnósticas no tuvieran puntos de vista subjetivos e ideológicos. Cualquier persona, sin importar el lugar que ocupe en la sociedad tiene un modo de ver el mundo, el ser humano y la vida. Es una ingenuidad epistemológica creer que alguien sea una especie de mente neutra desideologizada, por no profesar una religión.

Lo importante es ser intelectualmente honesto y que todos tengan derecho a hacer conocer su visión de las cosas y a defender sus ideas en igualdad de condiciones. Lamentablemente el prejuicio decimonónico de que la religión es una alienación y que los creyentes son personas subnormales, todavía sigue ganando adeptos en nuestra sociedad.

¿Cristianofobia?

La intolerancia hacia la religión, particularmente hacia el cristianismo, comienza por crear un “chivo expiatorio”, con leyendas negras que la culpan de todos los males de la historia. El segundo paso es la discriminación legitimada y normalizada hacia una religión específica y finalmente se vuelve naturalizado el odio y la exclusión social.

Hay programas televisivos donde el sacerdote, el pastor, la monja o la familia cristiana, son el blanco de todas las burlas, insultos y ridiculizaciones posibles. Si eso pasara con otros colectivos, ya existirían campañas aplastantes de defensa contra toda forma de discriminación e incitación al odio. Pero en este caso, no es así. El anticristianismo parece ser un prejuicio políticamente correcto, del que nadie se escandaliza.

Crecer en diálogo y comprensión del otro

Nuestra sociedad se ha convertido en un lugar de convivencia intercultural. Todo encuentro potencia el enriquecimiento mutuo y la revisión de los propios modos de ver e interpretar la realidad. El diálogo se convierte en tarea ineludible del ciudadano. Reconocer al otro, al diferente, exige no confundir la igualdad con la homogeneización de todos. El énfasis en la igualdad, que no respete la diferencia, se vuelve cómplice de una lógica de exclusión. El peligro de ciertas fiebres igualitaristas es confundir igualdad con anulación de lo diferente. Que tengamos igualdad de derechos no significa que tengamos que ser iguales ni pensar igual.

Crecer en una cultura de la comprensión y el respeto, del diálogo y la apertura a la diversidad cultural y religiosa, requiere una toma de conciencia del peligro que encierran todos los modos de intolerancia, discriminación y fanatismo. La incapacidad para ver en el otro, en el diferente, un interlocutor con derecho a manifestar públicamente su parecer sobre todos los asuntos que tengan que ver con el ser humano y la sociedad en la que vivimos, es una ceguera de la que es preciso salir para construir una sociedad más humana y más solidaria, más plural y menos violenta. En este contexto se vuelve necesario un serio debate sobre la laicidad y la libertad religiosa.

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