Famoso por la versión cinematográfica de “Los restos del día”, el novelista se plantea cuestiones de fondo sobre el hombre en su madurezEl día en que se falla el premio Nobel de Literatura, uno espera a que le pronuncien un nombre raro y a continuación tenga que teclear en Google para saber algo más de aquel personaje que le suena a chino.
Este año no ha ocurrido así. La Academia Sueca ha otorgado el galardón a Kazuo Ishiguro, el escritor británico de origen japonés (nació en Nagasaki en 1954) que muchos conocieron por “Lo que queda del día”, la adaptación cinematográfica de “Los restos del día”, con Emma Thompson y Anthony Hopkins como protagonistas.
Ishiguro ha centrado su trayectoria en la novela, siempre con historias que enganchan desde la primera página porque hablan del ser humano. Se plantea cuestiones de fondo: la crisis de la madurez, la búsqueda de las raíces, las preguntas clave de la existencia, el cuestionamiento de un sistema de valores que se desmorona…
En “Los Inconsolables”, el protagonista es un músico que llega a una población alemana (y melómana, cómo no) donde es maravillosamente acogido, pero que “ha perdido la agenda” y eso le va a provocar una serie de encuentros inesperados, diálogos y situaciones que mezclan sueño, ficción y realidad. Ese “perder la agenda” es una constante en los personajes de su obra, porque Ishiguro se sabe conocedor de sus orígenes en un país que ha sufrido la Bomba Atómica y la Segunda Guerra Mundial y vuelve una y otra vez sobre la condición humana: unas veces con un humor casi británico, otras con interrogantes y otras sencillamente porque la historia que nos cuenta es cautivadora de principio a fin.
Si en “Lo que queda del día”, el comportamiento de un mayordomo que coloca los cubiertos en la mesa nos habla de un mundo tradicional y rígido que choca frente a los cambios en la sociedad, en “Cuando fuimos huérfanos” hay un fuerte sentimiento de desarraigo y de deseo de volver a lo que uno va perdiendo en la vida.
Ishiguro es uno de los grandes nombres de la literatura inglesa contemporánea. De esa literatura que se compone de las múltiples culturas que han crecido y se han nutrido en el Reino Unido y le aportan al mismo tiempo la riqueza de lo multirracial. Él no proviene de una antigua colonia inglesa como el indio Vikram Seth (el autor de “Un buen partido”), por ejemplo, pero la mezcla y la formación cosmopolita son parte de su bagaje. Pertenece a un grupo de “grandes” que despegó en los años 80: Julian Barnes, Martin Amis, Ian McEwan, Hanif Kureishi…
Es un autor elegante, ameno, sensato, respetuoso. Se plantea grandes interrogantes y tiene la nobleza de no querer dar respuesta a lo que en su fuero interno no está todavía resuelto. La trascendencia es algo demasiado hermoso como para despacharla en un relato cuando uno no tiene clara la solución del problema. Pero sí deja planteada la cuestión. En este sentido, vale la pena leer a Ishiguro como un autor que no ha cedido a los encantos de cierta industria editorial basada en criterios comerciales. Sigue siendo de los pocos fieles a su editor de siempre (en español, Anagrama) y tuvo suerte con el filme de la que era una de sus primeras novelas.
Recientemente ha publicado “El gigante enterrado” (más próximo al género fantástico) y seguramente será la novela que aparezca mañana en todos los escaparates. No la dejen escapar. Pero ya que le han dado el Nobel de Literatura, es una ocasión espléndida para sacar de la biblioteca más cercana o instalar en la tableta novelas como “Nunca me abandones” o “Un artista del mundo flotante”.
No comparto la opinión de quien dice que Ishiguro, por ser oriental, es minimalista. Sería como decir que también lo es la ceremonia del té en Inglaterra. La infinitud de detalles y la maestría en la creación de estructuras narrativas pero, sobre todo, la profundidad del tema nos hablan de un gran autor que sin duda merece estar entre los clásicos contemporáneos.
Vuelvo a “Los inconsolables” para presentarles un escenario que aparentemente es un hotel de una ciudad de provincias pero en el que cada puerta puede deparar una sacudida en el lector. No sé por qué siempre lo he asociado a Alicia en el País de las Maravillas. Los personajes de Ishiguro van al pasado (a sus raíces en Japón, tal vez a un viejo amor…) y de allí son “regresados” por otra puerta al momento actual o a una ensoñación. Sorprendentemente, en una historia que parece un dibujo de Escher con escaleras que uno no sabe si suben o bajan, todo encaja porque en eso consiste el arte.
Vale la pena también destacar que con él la Academia Sueca valora el guion cinematográfico como literatura. Ishiguro es autor de cuatro, entre ellos de “La condesa rusa”, que rodó James Ivory en 2005. Con ello, también se lanza el mensaje de que la literatura contemporánea no está ceñida a lo que las musas griegas parecían indicar únicamente. Con Bob Dylan, la controversia fue mayúscula y poca gente entendió que la letra de una canción pudiera ser considerada Nobel. Con Ishiguro en cambio, la polémica queda cerrada porque su prestigio es incontestable.
El Nobel acarició al Reino Unido recientemente con Doris Lessing, en 2007, pero habría sido injusto esperar a una ronda geográfica y de géneros para que pudiera recaer en este escritor. Sin duda es un gran año para el premio.